A primeros de diciembre nos encontramos con una semana de esas que todos deseamos, con dos fiestas intercaladas, uno o dos puentes y quizás viaducto como dicen algunos en argot funcionarial. Una de ellas es religiosa y la otra profana. La fiesta religiosa, sancto sanctórum, es una de esas con las que nuestra Santa Madre Iglesia, nos recuerda el poder y la influencia que tiene en un estado que de agnóstico y aconfesional tiene lo que yo de monárquico o de cura. El día de la “puríssssma”, como dicen en el Teruel profundo, o la Inmaculada Concepción para el resto del catolicismo mundial. Intuyo que debe ser el día en que esa señora hizo algo genial, se apareció a alguien, o algo por el estilo. Nuestra querida Iglesia no contenta con el rosario de santos que tenemos, que ya no caben en el calendario, continúa santificando y beatificando gente, está ofuscada en el tema. Día tras día, nos regalan nuevos beatos y santos a los que adjudicarles un día concreto en el calendario. Señor Papa, pare usted y dese un respiro, no creo que haya tantos santos como decís y que no hay día para tanto santo; aunque es una buena estrategia publicitaria para la tan denostada Fé de una España con anorexia económica.
Además ahora la gente ya no se basa en el santoral para poner nombre a sus bienvenidos hijos, sino que se esfuerzan por buscar el nombre más original y más raro que se les puede ocurrir. Así vemos que muchos niños de Cádiz tienen nombres eusquera o que muchos de Teruel tienen nombres marroquíes o del antiguo testamento. Los vascos siguen teniendo nombres vascos, no puede ser de otra forma. Se a como fuere, ese día, el día 8 de diciembre de todos los años, en casa de mi suegra hay pasteles para celebrar el santo de mi cuñada.
Esta festividad vamos a dejarla ya que no por ser menos católicos vamos a dejar de disfrutarla, si hay que hacer fiesta se hace, y que trabajen los romanos, que para eso tienen el pecho de lata.
Ahora pasamos al otro día, el día 6 de diciembre, día en el que se conmemora el igésimotantos aniversario de la Firma de la Carta Magna que Guía, o eso dicen, nuestra santa, sin serlo Democracia.
Los padres de la patria, por el 1978, se juntaron en una bodeguilla para firmar unos acuerdos que iban a ser el catecismo, por comparación de nuestra vida social profana. Y eso es lo que celebramos cada 6 de diciembre.
Si lo de la inmaculada no lo entiendo, esto lo comprendo menos, ya que se celebra algo que debería celebrarse todos los días; pero no por el hecho anecdótico de la publicación, que al fin y al cabo es lo que menos importa, y ese datos estar está. Lo que hay que celebrar es el día a día desde ese momento, siempre y cuando sea motivo para ello, es decir, se cumpliera lo que en ella se imprimió. Pero no, para eso somos españoles, coño. Se celebra, que es lo que importa. Y resulta que celebramos la Constitución, cuando es un papel mojado, comenzando por el principio, todos somos iguales ante la ley, y una mierda. Todos tenemos derecho a trabajo, vivienda, y no sigo que me cabreo. Es muy fácil escribir tanta veleidad, lo difícil es conseguir esos propósitos, si es que realmente son propósitos, y eso sería lo que tendríamos que celebrar, esos logros y los celebraríamos desde nosotros mismos; porque seríamos los primeros partícipes y los primeros beneficiados por ellos. Mientras tanto seguimos celebrando una simple firma, que en su día supuso lo que supuso; pero que hoy no nos vendan caramelos caducados que no está la cosa para eso. De todas formas, por esto que no quede y si hay que hacer fiesta la hacemos.
Juan Carlos Vázquez
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