Situación: Hoy me he encontrado con un amigo del que hace años que no sabía nada. Tras un saludo efusivo y un apretón de manos con fuerza, como debe ser, no como esos que se dan los “politiquillos de turno” a la puerta de la Moncloa , ante los disparos de las cámaras de los inquietos y malpagados periodistas.
Se me ocurre preguntarle ¿qué tal estás?, y he ahí mi error. La recurrente pregunta que todo el mundo hace o debe hacer ante un encuentro más o menos fortuito; pero eso sí, de la que nadie espera una respuesta sincera. Es más, la respuesta nos da igual, y como amigo esperamos que nos conteste, verbalmente o no, con un claro “muy bien” y nos devuelva la pregunta, que es lo cortés y lo esperado. No esperamos que responda, ni que nos diga qué tal está, nos dá igual. Sólo esperamos que responda: Bien, ¿y tú?, a lo que responderemos que bien, y como todo está bien, continuamos preguntando por sus familiares y parientes hasta el grado de afinidad que nos dé la gana, independientemente de que los conozcamos o no, ya que realmente nos importa un pimiento cómo se encuentran.
Lo normal es que la conversación llegue a un punto en el que ambos esperemos que termine nuestro efusivo encuentro con un hasta pronto, o un “nos volveremos a ver”, sonrisas y adiós.
La realidad nos demuestra que no somos sinceros, que de forma deliberada y consciente mentimos. Engañamos a nuestros interlocutores, movidos por el afán de no involucrarlos en nuestros problemas. ¿Cuándo fue la última vez que alguien te hizo esta pregunta y respondiste sinceramente?, o la última vez que se la hiciste a alguien con la esperanza de que te fuese sincero.
¿Qué tal?, pues, la verdad muy mal, llevo cinco meses en paro, no hay manera de encontrar trabajo, siempre la misma respuesta, currículums por todos lados, entrevistas sin contestación, etc. Esta situación está dañando mi salud física y psíquica. Y no hablemos de mi matrimonio, mi mujer está desquiciada y yo voy en camino, las discusiones familiares en presencia de mis hijos, en fin, un desastre y no veo la luz por ningún lado, cualquier día me veo obligado a lo peor.
COÑO, tío, que sólo te he preguntado, ¿qué tal?, ¿qué hago yo ahora?, ¡tierra trágame!. Porqué no me habrá respondido con un simple ¡ya ves, bien!, acompañado de unas expresiones que me hagan llegar a la situación contraria a la expresada verbalmente, o quizás con un ¡ya te puedes imaginar!. Esta última respuesta es la mejor ya que el desarrollo de la creatividad y de la imaginación siempre es saludable, y aunque pensemos sólo lo peor, se trataría simplemente de eso, de imaginaciones. Pero no, ha tenido que ser sincero y totalmente explícito, no deja ninguna gatera, no tenemos huída.
Mi situación dista años luz de la suya, con mi trabajo más o menos estable, buenas relaciones familiares, unos hijos maravillosos, coche, casa, ¡qué más se puede pedir!. Pero ahora, por idiota estoy metido en una situación sin salida, debo decirle algo, intentar consolarlo, no puedo dejarlo así, no puedo limitarme a decir, “bueno, adiós, recuerdos en casa”. Debo decirle frases manidas e hipócritas como: Esto no va a ser siempre así, ya vendrán tiempos mejores, no te preocupes…Él, me interrumpe y me dice: “¡que no me preocupe”, no te preocuparás tú! -me dice algo alterado-, qué mierda te importará a ti lo que a mí me pasa, crees que puedes hacer algo por mí, que eres mejor que yo, crees acaso que soy tonto o estúpido. ¡Anda y que te den, capullo! No vuelvas a dirigirme la palabra en lo que te queda de vida y que te vaya bien con tu trabajito de funcionario, tu mujercita preciosa y tus pijos niños con buenas notas.
No lo vuelves a ve en un tiempo y si alguna vez te lo encuentras procuras cambiarte de acera o esconderte en cualquier sitio, ya que qué te importa a ti lo que le pasa a nadie, y si no te importa no preguntes.
Juan Carlos Vázquez
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