Esta es la transparencia que necesita nuestro país |
Está
claro que la fuerza del poder, el cumplimiento exhaustivo de las leyes o
cualquier otro tipo de control externo al individuo, no es el mejor modo de
evitar la corrupción y las actitudes antiéticas, tal como apuntó Jaime Rodríguez
– Arana en 1998, cuando dijo que “el conjunto de normas y controles no
garantizan que el empleado público actúe de forma éticamente correcta. Sólo la fortaleza de las convicciones éticas del empleado
puede cubrir el vacío que el contexto produce.” Referido al empleado público en
general, como Institución, formada no solo por los individuos distribuidos en
la jerarquía de poder de la función pública, desde el personal de servicios
auxiliares hasta el presidente del Gobierno, sino por las reglas del juego, las
normas implícitas y explícitas por las que se rige y que controlan ese
“aparato” con cargo a las arcas públicas.
Las actitudes altruistas, de gobernantes y servidores públicos, en
pro del servicio a los demás, hacía una mejora en la calidad de los servicios e
instituciones públicas, no se pueden forzar desde fuera, deben surgir del
interior de ellos mismos, como dijera Aristóteles, proceden del “despertar”.
Todo acto humano tiene o debe tener una justificación ética. Cuando
los servidores y gobernantes públicos orientan sus acciones basándose en una
filosofía ética, se autocontrolan y al mismo tiempo autorresponsabilizan, de
todos y cada uno de sus actos. Así, la ética, gracias al uso de la razón y
partiendo de la base de la idea de servicio público o colectivo, orienta las
actitudes hacia la consecución de los bienes públicos y el bienestar general,
en vez del lucro y enriquecimiento individual. Como señala Adela Cortina (1998,
65) “El interés del Estado no puede depender de las pasiones del príncipe, ni siquiera de su
deseo de ser malo o bueno sino que exige un profundo autocontrol”.
En todo gobierno, para el ejercicio eficiente y eficaz del mismo,
los integrantes del equipo rector de los bienes globales, deben ser individuos
íntegros. Con el concepto íntegros,
quiero hacer referencia a una totalidad de valores positivos y aceptados por la
colectividad, y entre ellos no debe haber siquiera sospechas de posesión de
cualquier tipo de antivalor. Esto podemos verlo reflejado, claramente en la
elección de candidatos a la presidencia de USA. No basta con ser honrado,
también hay que parecerlo.
El sólo hecho de hacer una
acción con responsabilidad y hacerla bien ya se está cumpliendo con los
preceptos éticos; pero no es suficiente, aunque sí necesario. Las actitudes de
la élite gobernante deben ser las suficientes, cualitativamente hablando, para
el ejercicio de su cargo. Sin embargo, esta premisa, por sencilla que parezca,
es difícil de alcanzar y no todos los que participan en el ámbito público
realizan adecuadamente sus tareas, o quizás posean una pequeña nota en su expediente,
por insignificante que parezca, capaz de anular toda su capacidad y mérito para
ejercer su autoridad, en un cargo público.
La ética es el mínimo exigible para asegurar una honestidad y una
responsabilidad en el empleo público.
Según Óscar
Diego Bautista en la corrupción en la política y en la administración pública, (disponible en
http://dspace.unia.es/bitstream/10334/45/1/0007_Diego.pdf).
“Algunos servidores
públicos no es que realicen mal sus
tareas o las omitan, sino que obtienen ganancias adicionales por llevarlas a
cabo mediante practicas corruptas. Una baja moral y una baja motivación en los
individuos fomenta la irresponsabilidad, situación que a su vez se refleja en
una baja calidad en la operación de las instituciones.
Una mala imagen genera
desconfianza y rechazo.
Un servicio es un
proceso, no un producto, que se basa en la conducta y actitud de la persona que
lo ofrece. En la actualidad los
funcionarios modernos se han convertido en trabajadores intelectuales altamente
especializados, orgullosos de ocupar un cargo público pero poco sensibles al
sentir colectivo”.
En la actualidad es prácticamente imposible partir de ese nivel “cero”
de limpieza y transparencia ética, ya que la corrupción es un hecho
generalizado en nuestra clase política. Es como si el mal de muchos fuese capaz
de disipar la enfermedad. El proceso de transparencia política debe partir de
un agua limpia, fregar el salón con el agua sucia no lo limpia, lo ensucia más,
en todo caso.
Ese agua sucia y negra es
en la que se bañan todos aquellos implicados en corruptelas y corrupciones,
directa o indirectamente, si directamente los más listos e indirectamente los
pringaos e idiotas. En estos segundos encontramos a nuestra querida Ministra de
Sanidad, quien supongo que duerme con el “Abracadabra”, que gracias a su
inocencia y a su silencio, le concede los deseos pedidos: coches, viajes, con
una ducha de confeti. Todo esto, fruto de la magia de su marido, el mago “Sepúlveda”.
Hijos de sus padres, con fortunas amasadas por eso, por ser hijos
de sus padres, que fueron padres de la patria, con minúsculas. Y que sacan sus
fortunas mágicas fuera de su país, no para no tributar en él y contribuir a su
desarrollo, sino para que no desaparezca la magia. Y todos, todos se agarran a
sus puestos, ponen su talento y capacidad al servicio de los demás, (talento basado en ser hijos, maridos, queridas o guardadores de secretos a sueldo), cuando los
demás no son otros que ellos mismos.
El proceso de limpieza endógeno es una quimera, la única solución
es la limpieza desde fuera, exógena. Son los gobernados los que deben decir
basta ya y echar, tras devolver lo robado a esta banda al circo de los leones,
que cuando hayan hecho estos la digestión ya pasaremos la fregona, que para
limpiar esto si que cualquier agua vale.
Juan Carlos Vázquez.
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