domingo, 3 de febrero de 2013

ESTE NO ES PAÍS PARA TONTOS, NI PARA TONTOS QUE SE CREEN LISTOS, NI PARA LISTOS QUE CREEN QUE LOS DEMÁS SOMOS TONTOS.

Aspecto tras el que se esconde en la actualidad MR (Marino Rajoli)

Un señor trajeado, que gozaba de mucho respeto entre sus vecinos del pequeño pueblo dónde vivía, y que no voy a nombrar por respeto al municipio: era sospechoso de traficar con dinero, con lo que más escaseaba en el pueblo. Esto es un delito, más aún en tiempos de crisis a todos los niveles. Ante las sospechas, ya públicas, un vecino lo paró en la calle y le preguntó si era verdad que traficaba con "billetes". A lo cual, como es lógico, respondió que no, que de ninguna manera, que cómo podía pensar eso.
La bola se fue haciendo más y más grande en el pueblo y todos vecinos conocían ya las sospechas, y lo que comenzó siendo sospecha acabó siendo acusación. Los municipales registraron su casa y entregaron al juez pruebas que lo inculpaban, (presuntamente, aunque no entiendo eso de presuntamente, debe ser algo así como dejar una puerta abierta con vistas al puticlub). Las gentes del lugar sabían que no se culpa a alguien por culparlo, simplemente y sin ninguna justificación, menos aún en un pueblo pequeño, en el que todos se conocen.
Las paredes de cada casa escuchan, sin perder puntada, todo lo que sucede en la casa contigua. La honradez es algo sólido, que se puede ver y cortar. Una deshonra de un miembro del pueblo, hunde en la deshonra a todos sus habitantes y los transforma de modelo o tipo ideal, a los límites del ejemplo de la vergüenza.
La gente se manifestó frente a su casa, a la casa del sospechoso, una de las más grandes de la Villa, lo increparon y pidieron explicaciones; pero no las dio, se limitó a decir que era inocente y que se iba a pensar si se querellaba contra sus vecinos. Puso su declaración de renta en la puerta de su casa para que estuviera a la libre disposición de quien quisiera revisarla, justificando con ello algo que nadie le pedía.
El pueblo solo quería que les dijese la verdad acerca de lo que le interrogaban. Simplemente, - “¿Has traficado con drogas?”, “¿te has enriquecido con las drogas?”-.
La respuesta es un simple sí, o un simple no. A nadie le interesan sus respuestas sobre si los ángeles son macho o hembra; y mucho menos sus amenazantes subidas de tono ante la falta de razones.
El pueblo estaba enojado y un buen día, tras dos patadas “cariñosas” en el culo, lo montaron en un tren rumbo al país de la mierda, que casualmente, por esas fechas celebraban sus fiestas patronales. Se aseguraron que no se bajase hasta el final de su trayecto. Se iban felices a sus casas, cuando oyeron unas sonrisas sarcásticas y estridentes. Era el envidioso del pueblo, con el que siempre andaba a la gresca nuestro desterrado protagonista, se partió de risa al ver como el tren partía rumbo al país de la mierda, con su “enemigo” dentro. Esta actitud no gustó nada a nuestros pobladores rurales y al día siguiente, le regalaron un billete al mismo sitio al que había sido enviado el día anterior su querido defraudador, el billete era también solo de ida. A este no hizo falta que nadie lo acompañase al tren, sabía cual era.
Orgullosos, nuestros humildes aldeanos, tras un trabajo bien hecho, se sentían como si hubiesen limpiado el matadero municipal de Bangalore y hubiesen dejado el suelo reluciente y brillante como una patena.
Nunca más se supo de él, ni del otro…, hay quien creyó verlos, jugando al "guiñote" (juego de cartas muy extendido en la provincia de Teruel), en un pequeño pueblo de Teruel, (provincia de Aragón) en el que dicen que, casualmente, nunca pasa nada.

Juan Carlos Vázquez 

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