Propuesta de Guindos para salvar |
Ayer, por
casualidad, me tropecé con mi amigo Suleiman, al cual daba clases de español en
la ONG llamada Codia, de la que formé parte durante un periodo de
tres años. Esta organización está compuesta única y exclusivamente por
voluntarios, alguno de ellos con más de 20 años de participación activa en la
misma, y todos ellos sin percibir remuneración alguna, de lo cual puedo dar fé.
Suleiman,
al igual que el resto de inmigrantes de diferentes nacionalidades, que asistían
a estas clases, era un hombre simpático, alegre, entusiasta, esperanzado y con
una sonrisa que se reflejaba indefectiblemente en el brillo de sus ojos, una
sonrisa que salía desde dentro y que contagia su estado de ánimo.
Nació en
Nigeria, hace más de veinte años, pocos más, y decidió abandonar su tierra por
las razones que todos conocemos y no voy a mencionar; pero si voy a resaltar el
valor necesario para ello, ya que supone dejar atrás todo lo conocido hasta el
momento, familia, cultura, paisajes; para enfrentarse a lo desconocido en base
a una idea principal, sobrevivir o morir en el intento. Lo que tenía que perder
lo puso sobre la balanza inclinada sobre la mera suposición de lo mucho que
tenía que ganar.
Suleiman
destacaba del resto de los alumnos por su elegancia, dentro de la pobreza.
Solía vestir con una chilaba de colores discretos y elegantes y sobre ella una
chaqueta a juego. De su barbilla colgaba una barba cuidada y dividida en dos
mitades totalmente simétricas que terminaban en punta, formando dos conos
perfectos, en su cabeza portaba uno de esos gorros de lana que encajan
perfectamente en su limpia y rapada cabeza, a la vez que hacía juego con el
resto de su atuendo.
Ayer, como
digo, me tropecé con él, me crucé en su camino y no lo conocí; y de no ser
porque se giró y me tocó en el brazo, habría pasado de largo sin saludarlo.
Vestía un pantalón vaquero dos tallas más grandes que la que necesitaba y
plagado de manchas, una camiseta que en su día debió ser blanca; pero que no
soy capaz de describir su color actual. Los zapatos viejos y rotos, habían
pasado por otros dueños. Su aspecto en general era muy descuidado, abandonado,
su perfecta barba bífida no era ni la sombra de lo que en su día fue, aunque
seguía dividida en dos partes, ya no eran ni simétricas ni iguales, los pelos
se enredaban como si quisiesen escapar de su cara. Llevaba un carrito de dos
ruedas en el que portaba un somier de los de antes, de muelles, que alguien
había tirado a la basura. Es curioso ver como unos viven de lo que otros
tiramos
Nos
saludamos con el típico saludo enrevesado en el que giras de varias formas las
manos para acabar en el apretón de siempre.
Este hombre,
no tenía nada que ver on el que conocí cuando recibía las clases de español, de
ese otro solo conservaba su piel negra. Su sonrisa era triste, sus ojos ya no
la reflejaban y habían cambiado el blanco profundo por un amarillo ambarino, su
sonrisa era melancólica y ya no transparentaba la alegría y esperanza de
antaño.
Sin saber
de qué hablar, le pregunté por sus dos preciosos hijos, de 5 y 8 años de edad,
por su mujer; pero lo que realmente quería saber era su situación, cómo se
encontraba; aunque no hacía falta interrogarle al respecto ya que su aspecto
daba una clara idea de lo que no quería saber.
Aún sin
saber de qué hablar, por no herir sus sentimientos, conversamos largo rato,
evitando los temas que ambos queríamos evitar, trabajo, situación legal, economía
familiar, vivienda, etc. Pero como suele suceder, siempre que algo se quiere
evitar conscientemente es lo primero que sucede; así que hablamos del trabajo,
de la situación legal, de la economía familiar, de su vivienda, etc.
Mi amigo,
con lágrimas en los ojos, me declaró su precaria situación en todos los niveles
que una situación puede serlo, y de su impotencia, de su rabia contenida, de su
desesperación.
Por el
somier que portaba le daban en la chatarra 5 euros, cantidad con la que su
familia podía comer dos o tres días, agua y arroz, agua y pan, agua sola. Del
alquiler, la luz, el agua, ya no hablamos.
Estiró el
cuello y me dijo que nunca había pedido nada, desde que está en España nunca
había necesitado de la caridad de los demás y aseguró que nunca lo haría, al
tiempo que una lágrima cruzaba su pómulo negro en dirección a su descuidada
barba. Nunca ha pedido nada a nadie y nunca lo haré, afirmó de nuevo, mientras
se limpiaba el surco húmedo que había dejado el tránsito de su lágrima.
Le pregunté
por la Mezquita, por Alá, por la religión, a sabiendas de su profunda fe y
confianza en su Dios y con la intención de dar un giro a la conversación. Su
cara cambió y reflejó cierta esperanza de futuro, Dios proveerá. Nos dimos un
abrazo y nos despedimos. No pude resistirme a girarme mientras recorríamos la
acera en sentidos opuestos y ver como se alejaba tirando del catarroso carrito,
él también se giró y con un gesto de adios nos despedimos.
Dios
proveerá pensaba yo mientras me dirigía con mi compra de congelados, descongelados
ya, hacia mi casa.
Dios
proveerá, más vale que así sea, porque si hemos de confiar en los que deberían
proveer aquí en la tierra, atamos apañados.
Llego a
casa, pensativo y le comento a mi mujer el encuentro, al tiempo que preparamos
la cena y nos disponemos a degustarla, con la televisión de fondo. Si, la
televisión, ese aparato que nos amarga diariamente la vida, al igual que la
prensa y la radio. Ese discurso manido que nos inyecta en el cerebro, una y
otra vez, lo mal que estamos, los sacrificios que tenemos que hacer. Con los
mismos desagradables y feos rostros de Rajoy, Montoro, Guindos y el resto de la
tropa PPera. Esos que se atreven a decir que ofrecerán más sacrificio a
Bruselas a cambio de buenas condiciones en el rescate bancario. Y Suleiman no
se me borra de la cabeza, un hombre, negro sí, inmigrante sí, pero con una
situación similar a la de muchos blancos, miseria e impotencia, en un mundo en
el que nos repiten que somos libres; pero en el que día a día nos roban la
dignidad. Y el señor de Guindos se atreve a ofrecer más sacrificios, como en la
época de los Mayas, sacrificios humanos como el de mi amigo, para salvar a los
que realmente deberíamos sacrificar y estos sí, al estilo Maya.
Juan Carlos
Vázquez
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