jueves, 12 de julio de 2012

SULEIMAN, MON AMI


Propuesta de Guindos para salvar nuestra economía, la economía de los bancos

Ayer, por casualidad, me tropecé con mi amigo Suleiman, al cual daba clases de español en la ONG llamada Codia, de la que formé parte durante un periodo de tres años. Esta organización está compuesta única y exclusivamente por voluntarios, alguno de ellos con más de 20 años de participación activa en la misma, y todos ellos sin percibir remuneración alguna, de lo cual puedo dar fé.
Suleiman, al igual que el resto de inmigrantes de diferentes nacionalidades, que asistían a estas clases, era un hombre simpático, alegre, entusiasta, esperanzado y con una sonrisa que se reflejaba indefectiblemente en el brillo de sus ojos, una sonrisa que salía desde dentro y que contagia su estado de ánimo.
Nació en Nigeria, hace más de veinte años, pocos más, y decidió abandonar su tierra por las razones que todos conocemos y no voy a mencionar; pero si voy a resaltar el valor necesario para ello, ya que supone dejar atrás todo lo conocido hasta el momento, familia, cultura, paisajes; para enfrentarse a lo desconocido en base a una idea principal, sobrevivir o morir en el intento. Lo que tenía que perder lo puso sobre la balanza inclinada sobre la mera suposición de lo mucho que tenía que ganar.
Suleiman destacaba del resto de los alumnos por su elegancia, dentro de la pobreza. Solía vestir con una chilaba de colores discretos y elegantes y sobre ella una chaqueta a juego. De su barbilla colgaba una barba cuidada y dividida en dos mitades totalmente simétricas que terminaban en punta, formando dos conos perfectos, en su cabeza portaba uno de esos gorros de lana que encajan perfectamente en su limpia y rapada cabeza, a la vez que hacía juego con el resto de su atuendo.
Ayer, como digo, me tropecé con él, me crucé en su camino y no lo conocí; y de no ser porque se giró y me tocó en el brazo, habría pasado de largo sin saludarlo. Vestía un pantalón vaquero dos tallas más grandes que la que necesitaba y plagado de manchas, una camiseta que en su día debió ser blanca; pero que no soy capaz de describir su color actual. Los zapatos viejos y rotos, habían pasado por otros dueños. Su aspecto en general era muy descuidado, abandonado, su perfecta barba bífida no era ni la sombra de lo que en su día fue, aunque seguía dividida en dos partes, ya no eran ni simétricas ni iguales, los pelos se enredaban como si quisiesen escapar de su cara. Llevaba un carrito de dos ruedas en el que portaba un somier de los de antes, de muelles, que alguien había tirado a la basura. Es curioso ver como unos viven de lo que otros tiramos
Nos saludamos con el típico saludo enrevesado en el que giras de varias formas las manos para acabar en el apretón de siempre.
Este hombre, no tenía nada que ver on el que conocí cuando recibía las clases de español, de ese otro solo conservaba su piel negra. Su sonrisa era triste, sus ojos ya no la reflejaban y habían cambiado el blanco profundo por un amarillo ambarino, su sonrisa era melancólica y ya no transparentaba la alegría y esperanza de antaño.
Sin saber de qué hablar, le pregunté por sus dos preciosos hijos, de 5 y 8 años de edad, por su mujer; pero lo que realmente quería saber era su situación, cómo se encontraba; aunque no hacía falta interrogarle al respecto ya que su aspecto daba una clara idea de lo que no quería saber.
Aún sin saber de qué hablar, por no herir sus sentimientos, conversamos largo rato, evitando los temas que ambos queríamos evitar, trabajo, situación legal, economía familiar, vivienda, etc. Pero como suele suceder, siempre que algo se quiere evitar conscientemente es lo primero que sucede; así que hablamos del trabajo, de la situación legal, de la economía familiar, de su vivienda, etc.
Mi amigo, con lágrimas en los ojos, me declaró su precaria situación en todos los niveles que una situación puede serlo, y de su impotencia, de su rabia contenida, de su desesperación.
Por el somier que portaba le daban en la chatarra 5 euros, cantidad con la que su familia podía comer dos o tres días, agua y arroz, agua y pan, agua sola. Del alquiler, la luz, el agua, ya no hablamos.
Estiró el cuello y me dijo que nunca había pedido nada, desde que está en España nunca había necesitado de la caridad de los demás y aseguró que nunca lo haría, al tiempo que una lágrima cruzaba su pómulo negro en dirección a su descuidada barba. Nunca ha pedido nada a nadie y nunca lo haré, afirmó de nuevo, mientras se limpiaba el surco húmedo que había dejado el tránsito de su lágrima.
Le pregunté por la Mezquita, por Alá, por la religión, a sabiendas de su profunda fe y confianza en su Dios y con la intención de dar un giro a la conversación. Su cara cambió y reflejó cierta esperanza de futuro, Dios proveerá. Nos dimos un abrazo y nos despedimos. No pude resistirme a girarme mientras recorríamos la acera en sentidos opuestos y ver como se alejaba tirando del catarroso carrito, él también se giró y con un gesto de adios nos despedimos.
Dios proveerá pensaba yo mientras me dirigía con mi compra de congelados, descongelados ya, hacia mi casa.
Dios proveerá, más vale que así sea, porque si hemos de confiar en los que deberían proveer aquí en la tierra, atamos apañados.
Llego a casa, pensativo y le comento a mi mujer el encuentro, al tiempo que preparamos la cena y nos disponemos a degustarla, con la televisión de fondo. Si, la televisión, ese aparato que nos amarga diariamente la vida, al igual que la prensa y la radio. Ese discurso manido que nos inyecta en el cerebro, una y otra vez, lo mal que estamos, los sacrificios que tenemos que hacer. Con los mismos desagradables y feos rostros de Rajoy, Montoro, Guindos y el resto de la tropa PPera. Esos que se atreven a decir que ofrecerán más sacrificio a Bruselas a cambio de buenas condiciones en el rescate bancario. Y Suleiman no se me borra de la cabeza, un hombre, negro sí, inmigrante sí, pero con una situación similar a la de muchos blancos, miseria e impotencia, en un mundo en el que nos repiten que somos libres; pero en el que día a día nos roban la dignidad. Y el señor de Guindos se atreve a ofrecer más sacrificios, como en la época de los Mayas, sacrificios humanos como el de mi amigo, para salvar a los que realmente deberíamos sacrificar y estos sí, al estilo Maya.

Juan Carlos Vázquez

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