Resignación, óleo de Juan C. Vázquez (yo me lo guiso, yo me lo como) |
“el estúpido es más
peligroso que el bandido”.
Si todos los miembros de una sociedad fuesen bandidos
perfectos, la sociedad quedaría en una situación de estancamiento en la que no
se podrían producir grandes desastres, todo se reduciría a las transferencias
masivas de dinero y bienestar. Pero cuando los estúpidos entran en acción
ocasionan pérdidas a otras personas sin obtener ningún beneficio para ellas
mismas, lo que produce un empobrecimiento general de la población. Por lo tanto
el hecho de que unas sociedades se enriquezcan y otras se empobrezcan, no es más
que el resultado de la capacidad de los
individuos inteligentes de estas sociedades de mantener a raya a los estúpidos.
En las sociedades en decadencia, tal como describe Cipolla
en sus ensayos y observaciones, en los individuos que están en el poder, el número
de bandidos con un elevado porcentaje de estupidez ha proliferado
desmesuradamente y entre los que no están en el poder se ha producido un
elevado crecimiento de los desgraciados incautos. Este cambio en la población de
los no estúpidos, es el que refuerza inevitablemente el poder destructivo de la
estupidez y conduce a los países a la ruina.
En las sociedades en decadencia, hoy día y gracias a la famosa
y ya casi enquistada crisis global, los robos masivos y multimillonarios se ven
favorecidos notablemente, además y gracias a la estupidez de los bandidos,
estos robos son identificados y hasta se consigue abrir procesos judiciales a
los ladrones; pero estos procesos judiciales, a modo de teatrillos mediáticos
no consiguen los efectos deseados (castigo del delincuente y reposición de lo
robado), gracias a la candidez de la población. Es decir, los situados en
posiciones de poder gozan de cierta impunidad debido principalmente a la
proliferación de personas desgraciadas, que al no estar dotadas de las
herramientas intelectuales necesarias permiten que esto suceda y que el autor
de los crímenes salga indemne de su delito y encima con los bolsillos llenos. A
esto hay que sumar el beneplácito a esta situación de los pocos inteligentes
que hay en el poder y que aunque estos también roban, su robo no es
descubierto, o al menos, no es catalogado como delito.
Como resumen de lo anterior podemos decir que las personas
que están en el poder roban, o lo que es lo mismo, el robo es intrínseco a la
naturaleza del poder, ya que si hay alguien en el poder y no roba, es expulsado
inmediatamente por sus congéneres y ninguneado por los no poderosos (no es
capaz ni de robar). Estos idealistas, altruistas, no pueden por tanto ocupar
posiciones de poder, ya que daña la imagen delincuente y ladrona de todos sus
compañeros y no es aceptado en el grupo. Esto nos conduce a una segunda
conclusión sobre los poderosos acerca de la capacidad y el mérito de estos; así
podemos decir que las capacidades y méritos requeridos para ostentar posiciones
de poder se basan única y exclusivamente en su actitud favorable al delito,
deben saber robar. Si además son inteligentes no serán denunciados ni juzgados,
cosa que si sucederá en caso de que sean bandidos estúpidos, lo cual, por
cierto es lo más probable.
Con todo esto uno de los conceptos básicos que definen al
ser humano, la honestidad, pasa e ser patrimonio exclusivo de los desgraciados,
ya que los desgraciados no honestos pasan inmediatamente al bloque de los estúpidos
de solemnidad.
Este sistema social mencionado en el que los bandidos
estúpidos ocupan las posiciones de poder sobre el resto de la población,
formada en un porcentaje mayoritario por desgraciados y estúpidos, entre los
que logran camuflarse un selecto grupúsculo inteligente, es el esquema social
que rige en la mayor parte de nuestros países.
Los únicos beneficiarios de este sistema social son los
inteligentes y los bandidos inteligentes, y el resultado de las actuaciones de
estos, favorecidas por la “tontez” del resto es lo que hace que nuestros
pueblos están hundidos en la miseria, mientras que ellos gozan de fortunas
inmensas.
Algún ejemplo de todo esto puede ser un empresario, por
ejemplo del ramo de la seguridad, que ocupa un puesto elevado en el poder, en
una de las zonas más conflictivas de un país conflictivo y que, como es lógico
no quiere que se acabe la oleada de terror y miedo de esa zona ya que su
empresa quebraría. Si mi empresa es de guardaespaldas y no hay peligro, ¿qué
coño hago con mi empresa?, pues este empresario reza porque haya peligro. Esto es estúpido; pero es público, tal como
pudimos reconocer en una declaración realizada por este individuo en un medio público,
en el que asegura que el terror iba a volver, solo le faltó decir ¡por favor os
lo pido!.
Es como el que se queja de que los bomberos no trabajan,
¡mejor! ¡estúpido!, ¡ojalá no trabajen nunca!; pero claro, tienen que estar,
por si acaso. Ahora los guardaespaldas para su casa que no hacen falta y
cuestan mucha pasta a los desgraciados ciudadanos.
La Crisis que nos estruja, a los de siempre, no es más que
la causa directa de lo mencionado anteriormente, en la que y de la que los últimos
culpables no son los desgraciados, en ningún lugar ni momento, sino esta gran
masa de políticos, banqueros y poderosos neoliberales de izquierda y derecha,
que han robado a espuertas y que aún siendo pillados por la justicia, justicia
estúpida, ya que ha sido dictada por ellos, salen no culpables de los delitos
realizados y con el dinero a buen recaudo.
El elevado nivel de candidez en la población es también una
forma de control social ejercida por los bandidos del poder, que toma forma en
el control y la manipulación de la educación de nuestras futuras generaciones,
las cuales, ya se encargan estos ladrones de ello, deben reproducir los modelos
convenientes a estos grupos de poder, por lo que salir de estas situaciones
sociales es un proceso que ha de pasar, sin lugar a ninguna duda, por la
concientización de la población incauta, tal como promulgaba nuestro ya
desaparecido amigo y pedagogo, Paulo Freire.
Juan Carlos Vázquez
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