Cuando tanto tiempo se espera la lluvia, el hombre, desde lo
más profundo de su estupidez, se empecina en rogatorias y plegarias, dirigidas
a un Ser Superior, o no, a un árbol, a unas piedras, a una montaña, a un
semáforo. Acaba pidiendo y rogando a todo lo que se le pone por delante con el
fin de que se produzca lo que desea que se produzca, que no es otra cosa que la
lluvia.
Si algo debe quedar claro, es que de no ser el fin del mundo
debido a una sequía perenne e ilimitada, uno u otro día acaba lloviendo; y el
hombre, ese mismo día, dará las gracias al árbol, a la piedra, al semáforo y
hasta a su suegra. Agradecido e idiota porque pensará que gracias a ellos
llueve, y es que cuando la desesperación es tan profunda tenemos la sensación de
que hasta lo inerte es partícipe de nuestro estado y se apiada de nosotros y
nos oye y nos da su consuelo. Así que en respuesta a nuestras peticiones, dice
el monte, ¿queréis lluvia?, pues tomar lluvia.
El problema, ahora está en el tipo de lluvia que solicitamos
y es que entre las muchas cosas que puede llover está el agua; pero digo entre
las muchas cosas, ya que pueden llover sapos, culebras y ranas, como en una de
las plagas bíblicas y que no son precisamente agua. Pero también pueden llover
parados y este es el caso que nos ocupa. Todo por no especificar que pedíamos
lluvia, lluvia de agua, con lo poco que habría costado.-señor árbol o señora
montaña, o señor semáforo, AGUA, QUEREMOS QUE LLUEVA AGUA- Y si estos señores
inanimados lo hubieran tenido a bien, habría llovido agua, que es lo que
pedimos, no parados. Ahora ya tenemos lluvia de parados, y llueve y llueve, y
no cesa la lluvia. Las calles encharcadas de parados atascando las
alcantarillas que no pueden dar abasto en su misión. Los parados al caer sobre
nuestras calles salpican de paro a los que tienen cerca en su caída. Las casas
comienzan a tener goteras de parados que rebosan los baldes para parados que
hay en todas las casas. Todo por no pedir las cosas por su nombre, si queríamos
agua, hay que pedir agua, y punto, que luego pasa lo que pasa.
Mientras la lluvia de parados no cesa, los hombres poderosos
se culpan unos a otros de tan indeseado diluvio, pero curiosamente nadie tiene
la culpa. Y mientras tanto no para de llover, ni parará, hasta que tenga que
hacerlo porque no queden parados que arrojar desde los cielos, o porque no
queden trabajadores en la tierra que se puedan evaporar y al condensarse
convertirse en mera lluvia de parados. Entonces parará.
Mientras tanto llueve sin descanso, las calles se hacen
intransitables, los charcos de parados son ya riachuelos de parados que
recorren las avenidas de nuestras ciudades y las calles de nuestros pueblos. Y
ahora todos piden que pare de llover; pero que pare de llover parados. Y
parará, porque tiene que parar, no porque lo diga nadie y cuando pare, alguien
dirá que fue él el que lo consiguió, y el hombre, desde su estupidez, desde los
mismos posos de su idiotez y desesperación lo agradecerá, porque al fin ha
parado de llover parados.
Juan Carlos Vázquez
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