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“Las personas no
estúpida subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas. Los
no estúpidos, en especial, olvidan constantementeque en cualquier momento,
lugar y circunstancia, tratar y/o asociarse con individuos estúpidos se
manifiesta infaliblemente como un costosísimo error”.
No debemos asombrarnos de que las personas desgraciadas, por
su propia candidez, no reconozcan la peligrosidad de los estúpidos. Lo que
resulta asombroso es que, muchas veces, los inteligentes y los bandidos, no
reconozcan el poder devastador y destructor de la estupidez. Esto último es
difícil de entender y explicar; pero realizando una aproximación hipotética,
podemos basar este hecho en el sentimiento de autocomplacencia y desprecio,
gracias al cual, los inteligentes y bandidos, se olvidan de segregar la
adrenalina que necesitarían ante tamaña agresión, lo que les impide a su vez
preparar convenientemente su defensa. Esto puede suceder, también debido a la
consideración vulgar de que un estúpido, por ser tal, solo se hace daño a sí
mismo, aunque esto no es otra cosa que la mera confusión entre dos términos que
no tienen nada en común, la candidez y la estupidez.
Estas creencias erróneas acerca de la estupidez, pueden
hacernos caer en la tentación de asociarnos con individuos estúpidos con el
objetivo de usarlos en provecho propio, maniobra que, sin lugar a dudas, nos
causará unos efectos totalmente desastrosos, debido a que se basa en la total incomprensión de la
esencia natural de la estupidez y por otro lado otorgamos a la persona estúpida
la opción de desarrollar sus capacidades siniestras más allá de lo humanamente
comprensible y esperado. No debemos olvidar que el individuo estúpido no es
manipulable, aunque pueda parecernos lo contrario, su comportamiento errático
hace imposible realizar predicciones de sus acciones y sus reacciones, y en
nuestro intento manipulador no tardaríamos mucho en vernos totalmente
arruinados y destruidos de forma irreversible.
Este razonamiento del señor Cipolla es fácilmente adaptable
a nuestro contexto social, por lo que esta cuarta ley se nos presenta
claramente observable. Tomemos por ejemplo a nuestros decisores políticos en el
papel de estúpidos y consideremos que las relaciones humanas pueden ser
directas o indirectas, de esta forma, veremos sin duda que estos seres de la
esfera política mantienen con nosotros, los ciudadanos, (urbanitas o de
pueblo), una relación indirecta, en la que se supone que son ellos los que
deciden en base a lo que nosotros deseamos. Nosotros pagamos y ellos invierten
lo que nosotros pagamos, nosotros ponemos nuestra confianza y nuestra ilusión
en estos seres; pero estamos cometiendo el grave error que dicta esta cuarta
ley, subestimamos el poder devastador y el potencial nocivo de nuestros
representantes políticos, (se entiende que son estos los estúpidos).
Nuestras convicciones políticas, si es que alguien las
conserva, a pesar de nuestros políticos, nos conducen a enfrentamientos verbales en nuestras relaciones
sociales cotidianas, en las que cada uno pone en valor su ideología, sin darnos
cuenta que estamos discutiendo conceptos totalmente homónimos. Es decir, yo de
izquierdas, yo del PP, tú de derechas, tú del PSOE, o al revés, da igual, ya
que bajo estas siglas izquierda y derecha se funden; por lo que la discusión se
reduce a decir insistentemente que lo blanco es blanco y mi opositor en la
discusión se empecina en demostrarme que no, que el blanco es blanco. Hablamos
de lo mismo, estamos los dos diciendo lo mismo y aún así los que nos rodean se
postulan a favor de uno u otro, llegando a crearse dos bandos diferenciados.
Vamos a ser serios, si estamos diciendo lo
mismo, si pensamos igual, ¿porqué discutimos?.
Si esto sucede en el estrato de los inteligentes, de la
gente trabajadora e incluso de los desgraciados, qué no sucederá en el nivel de
los representantes de estos, de los del “Olimpo”, de aquellos endiosados
capullos de las altas esferas de la política y de la Empresa, de los estúpidos de tomo y lomo (que diría mi abuelica, en paz descanse). Mientras, aquí abajo, discutimos banalidades sin sentido, allí arriba, los estúpidos reconocidos e
incluso votados por nosotros llevan a cabo sus acciones con graves
consecuencias para los de abajo, los cuales aún sabiéndolo; pues para eso son
inteligentes, no preparan estrategias de lucha y de protección contra la
estupidez y la barbarie de la sinrazón de nuestros políticos, los verdaderos
estúpidos. En vez de ello siguen enzarzados en sus disputas acerca del color
del cielo, en las que pese a que unos demuestren que el cielo es azul, los
otros siguen en su convicción de que no, de que es azul, no azul.
Vamos a centrarnos en la verdadera estupidez, encarnada y
representada mediáticamente por los personajillos de las altas esferas
sociales, vamos a preparar nuestra estrategia defensiva frente a sus abusos de
poder, vamos a concienciarnos de su verdadero peligro y estaremos en
condiciones de enfrentarnos a ellos con el fin de defender lo que es nuestro.
Que uno sea del PSOE y se empeñe en que es de izquierdas y
en querer diferenciarse del de derechas que sí que es de derechas, al igual que
el primero, no hace otra cosa que facilitar el juego diabólico de los estúpidos,
que sin darse cuenta, ya que no son inteligentes, consiguen mantenerse
generación tras generación en su estrato de privilegio, poder e impunidad
legal.
Juan Carlos Vázquez
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