jueves, 8 de marzo de 2012

EL SAPO Y EL ALZAIMER


Sapo Directivo de una Gran Empresa del Capital camuflado de sapo

El sapo, ese animal prehistórico y casi místico, además de asqueroso, esclavo entre el agua y la tierra, fruto de un surrealista proceso metamórfico; ese animal desechado de la nobleza de los cuentos en favor de su pariente la rana, más llamativa por su brillante y verde belleza. Es ese bicho con ojos “besuguianos”, difícilmente idealizable, incluso para los genios de la manipulación machista de Disney, animal que inspira sentimientos entremezclados de tristeza y de asco, con su piel cubierta de pringue y llena de bultos granosos a modo de primitiva armadura.
Solemos verlos en las carreteras de los pueblos, junto a las huertas, chafados por un camión o paseando con su imponente forma de andar, casi presuntuosa, derrochando poderío, al igual que esos perros malformados enanos y cabezones que tiran la baba al tiempo que caminan.
Pese a todo lo dicho, no sé porqué razón, pero es un animal respetado; quizá por su valor catalizador del vigor de la tierra de nuestras verduras y hortalizas, o simplemente por su aspecto repugnante, que nos produce cierta ternura, como los jorobados, lisiados o tullidos; pero si una cosa es cierta, es que no hace ningún daño, sino todo lo contrario, nos libera de insectos molestos y es un aliado fiel de nuestros campos.
El sapo no tiene memoria, ni tampoco inteligencia, solo ese instinto que le permite sobrevivir en connivencia con una especie superior que lo odia y que no lo mata por el asco que le produce ver sus tripas esparcidas y  oír el crujir de sus frágiles huesos.
más sapos ejecutivos, disfrazados de ejecutivos
Hay personas que andan como ellos y cuyo aspecto interior es aún más asqueroso, pues nutren sus almas con las desgracias ajenas. Se visten con trajes caros de Armani para tapar su piel de sapo marronácea, sus lenguas son pegajosas y bífidas en sus discursos engañosos que orientan a modo de ráfagas calculadas sobre los crédulos inocentes de todas sus mentiras electoralistas. No tragan insectos, sino que los producen, insectos que son palabras que nos enferman.
Sapos con corbatas de diseños italianos y coches caros con chofer que pagamos todos; pero sapos, sapos nauseabundos a los ojos de los que los miran. Sapos que estafan y roban bajo el poder de una caja transparente que un día se llenó de sobres blancos con sus nombres, sapos que se apoderan de nuestras ideas de libertad y que nos dejan el espíritu vacío de ilusiones de futuro, sapos que nos quitan el pan simplemente para tirarlo, sapos que amontonan billetes de papel tintado sin valor para los sapos. Sapos avariciosos, especuladores con las posesiones de los demás, sapos con miedo, sapos que deben estar protegidos por otros sapos, sapos sin honra. Sapos con alzaimer que no se acuerdan que un día fueron sapos y que desconocen la solidaridad. Sapos escondidos tras símbolos políticos y pistolas de los que están para protegernos de ellos, no para lo contrario, sapos sin ética, ya que no la necesitan para lo que hacen.
Asquerosos sapos de palco, mitin y público agradecido, siempre el mismo público y siempre los mismos sapos; pero ahora sin recuerdos de tiempos pretéritos, sin saber que un día fueron simples sapos y que morirán como lo que son, sin saberlo ellos, unos repugnantes sapos asquerosos, ricos, poderosos y malolientes.

Juan Carlos Vázquez

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