domingo, 19 de febrero de 2012

UNA TARDE DE CIRCO



Palcos Circo Raluy
Una tarde de circo, de circo de los de antes, con presentadores como en los cuentos, en los cuentos de circo, con grandes trencas azules abotonadas a ambos lados y unidos los botones con cordones trenzados, largos y puntiagudos bigotes. Payasos con la cara embadurnada de blanco, las orejas rojas y una línea que demarca la apertura de los labios y que se extiende hasta las mejillas dándole cierto aire melancólico, trapecistas, contorsionistas y malabaristas. Todos ellos son personas de carne y hueso, nada que ver con esos personajes de los montajes holibutienses y macrofaraónicos de otros circos más sonados y publicitados y que todos conocemos.
Este pequeño, pero gran circo, con un montaje sencillo y cercano a su público de las gradas y de los palcos, consiguen el mismo efecto que los macrocircos y sus macromontajes, transportarnos al mundo de la ilusión, de la fantasía, de las acrobacias imposibles.
Una luz redonda ilumina el centro de la redonda y pequeña pista de parquet desmontable, donde los artistas sorprenden y deleitan a los asistentes, a escasos metros de distancia. Casi se puede sentir la tensión del artista, oler su concentración, respiración, su ritmo cardiaco acelerado.
Horas y horas de ensayo para que la función salga perfecta, para que nada falle, para que la función comience, se desarrolle y finalice sin el más mínimo error, errores en los que se pone en juego, además de la integridad física del actuante, la dignidad y el buen nombre del circo.
Los aplausos son continuos, al igual que los gritos de sorpresa y asombro. Aún no se han apagado unos cuando empiezan a irrumpir los nuevos, el público está totalmente entregado, sin diferenciar edades ni razas, ni religiones, ni ninguna otra razón o ideología de las que normalmente nos dividen.
Todos los trabajadores, artistas, colaboran en las tareas de la función, como una gran familia, todos cooperan, el trapecista con el payaso, la contorsionista con el trapecista, el presentador con la contorsionista, todos con todos y para todos.
Bellas jóvenes con cuerpos esculpidos por el sacrificio y el esfuerzo en pro de lograr sus únicos e irrepetibles números circenses. Una bella joven india, de la india de aquí al lado, de cerca de Zaragoza; pero india, al fin y al cabo, hace las delicias de niños y mayores con sus equilibrios y habilidades sobrehumanas con los pies, haciendo girar de forma imposible diversos artilugios, uno de ellos con fuego.
Otra bella joven de cuerpo perfecto, moldeado por el esfuerzo, realiza posturas imposibles en una simple barra vertical, con movimientos acompañados por el ritmo  de una música suave y elegante. Es como si bailase al ritmo del sonido sobre el aire, como si retase a la gravedad con sutiles movimientos de su cuerpo. La barra que le sirve de apoyo deja de existir , solo se aprecia a la bella joven bailando y doblándose sobre sí misma en el aire.
El trapecista, como los trapecistas de siempre, araña  gritos entrecortados en el público al hacernos creer que se desprende de su único sustento en el aire. En última instancia, logra agarrarse al trapecio, con los pies, y los gritos se tornan en aplausos, al tiempo que el público vuelve a retomar su ritmo respiratorio normal.
El tierno y triste payaso de la cara blanca y orejas coloradas, nos arranca una sonrisa entre tierna y melancólica, de las que salen de dentro, de la que nos da vergüenza exteriorizar; pero en este caso no podemos reprimir. Esas sonrisas que salen de la ventana de donde salen las sonrisas del alma, ventana que se abre pocas veces, quizás por vergüenza o más bien por nuestra estupidez.
Este espectáculo es lo mejor que he podido ver en mucho tiempo, los actores son personas como nosotros, no hay divos estúpidos, son humildes y su ilusión es la nuestra, que no es otra que ser transportados a un mundo fuera de este, a un mundo de fantasía imposible. Nos han demostrado que la ilusión se puede tocar, se puede alcanzar.
Al entrar al circo, los artistas nos han hecho sentir en nuestra casa, al igual que a la finalización del espectáculo, saliendo a despedirnos con su cansancio y sus albornoces, lo que nos hace sentir parte de ellos, de su mundo. Artistas y público, actuación y aplausos son elementos complementarios, se necesitan entre sí, unos no son nada sin los otros.
El circo de los niños ha hecho las delicias de niños y mayores, en un mundo cubierto por una lona y con suelo redondo de parquet, de gritos de sorpresa y asombro, de aplausos y sudor, de palomitas y nubes de azúcar.
Nos aleja de la vida real, de nuestra indefensión sobre los que nos gobiernan, de todo aquello que nos convierte en marionetas de los poderes políticos y fácticos que se empeñan en amargarnos la vida a diario.
Si nuestros dirigentes se esforzasen y trabajasen la cienmillonésima parte de lo que lo hacen estos artistas, quizás el mundo sería diferente.
No deberíamos dejar de ser niños nunca, de creer  en la fantasía y en las posibilidades que nos ofrecen los cuentos. Quizás hay otro mundo en el que los payasos sean los Rajois, Zapateros, Ratos, Obamas, Sarkozys y toda esa clase de personas, sin ofender a las personas, que nos provocan de todo menos una sonrisa.
Un fuerte aplauso y gracis al Circo Raluy, os lo mereceis.

Juan Carlos Vázquez

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