miércoles, 11 de enero de 2012

SUCESO KAFKIANO; PERO REAL.



Supongamos un MACARRA DE DISCOTECA, supongamos que ese macarra gana poco dinero como persona asalariada por cuenta ajena contratado por horas en un “garito” de copas, (de los que hacen para emborracharse dentro), sigamos suponiendo que, como conocedor del mundo de la noche macarril y callejero, sabe como sacarse unas pelillas extra, supongamos que es de esos que van por los juzgados saludando a todo lo que se menea y que todo lo que se menea lo saluda, porque lo conocen. Lo conocen, sí, de las veces que ha pasado por allí acompañado de uno de esos cuervos de toga, su compinche de extorsión, el famoso ABOGADO o letrado carroñero, carroñero de apellido claro está, aunque por la bajeza moral de este personaje no creo necesario darle el trato de mayúscula a su apellido.
Sigamos suponiendo personajes, por ejemplo dos TRABAJADORES que, un poco “animados,” celebran el final de la jornada. Hasta aquí, todo en orden, el macarra haciendo horas en el Garito en el que está contratado por horas, el abogado volando sobre la ciudad con su toga negra en busca de carroña, y los dos trabajadores con su celebración a medias. El problema llega cuando el azar junta a estos personajes en un mismo contexto espacio-temporal. El Macarra con los ojos encendidos al verlos llegar, pensando en que puede engordar su pecunio y mejorar el fin de año con una pequeña paguilla, que saldría de los bolsillos de nuestros ya sangrados obreros. Esta situación es divisada en su vuelo y desde gran altura por el buitre abogado gracias a su magnífica visión.
Nuestros amigos, los obreros, al igual que el protagonista del Proceso, de F. Kafka, Joseph K., se ven inmersos en una situación angustiosa, sin salida, acosados por policía, porteros por horas de Garitos, abogados, jueces, etc. Todo el aparato institucional los oprime y chafa contra el muro de la incomprensión.
Son acusados falsamente y juzgados por unas personas que no conocían y entre las que ellos eran los únicos extraños, como si se tratase de dos pingüinos en el desierto de Omán. Queda nombrar un personaje, el sagrado y santo Juez, que como pudimos comprobar conocía a todos, excepto a nuestros dos amigos, ya que los que trabajan no suelen conocer a mucha gente de esta del mundo de la justicia. Los trabajadores, llamados así porque son los que trabajan, son juzgados por esta cuadrilla que mintió una y otra vez, apoyados por el cuervo de toga negra, oliendo a carroña y oliendo a miedo de nuestros dos amigos indefensos y encerrados.
Con la venia de su señoría, eso dicen, se celebró y cerró el juicio, y se esperó y se dictó sentencia, y llegó la sentencia y con ella la indignación, confundieron los nombres de los acusados, de los trabajadores.
Ni siquiera se habían leído la denuncia; pero eso sí la sentencia la redactaron, no  el juez que celebró el juicio, no, otro, ya que el primero estaba de vacaciones y se confundió, y la titular firmó la confusión y los nombres estaban equivocados; pero que más da, son dos simples obreros, dos putos trabajadores.
Los compadres que jugaron a este juego salieron una vez más ganando y nuestros dos amigos crismados; pero qué le vamos a hacer, esto es la justicia, la justicia en la que los obreros solo pueden perder.

Juan Carlos Vázquez

No hay comentarios:

Publicar un comentario