Álvaro y María recuerdan los
años que pasaron juntos bañándose en ese río que serpenteaba por las afueras de
su pueblo. Aquél árbol en el que tendían su ropa antes del refrescante baño,
aquella orilla de hierba verde en la que se tumbaban boca abajo al sol para
secarse mientras se miraban riendo, y aquel agua limpia de civilización,
trasparente y de sonoros reflejos.
Los veranos pasaban, pero los inviernos también y nos devolvían al verano de
nuevo, al río, a estar de nuevo juntos, en el mismo escenario de siempre, junto
a ese río y ese árbol centenario.
La vida, como el río, continuó con su impasible y continúo transcurrir, sin
descansar ni un solo momento, gastamos el tiempo a la misma velocidad que el
río gasta su agua vieja, y al igual que este modifica su trayectoria nuestro
jóvenes dividen sus vidas, separaron sus direcciones y aquel lugar del río, al
lado del árbol, quedó huérfano de nuestra pareja de adolescentes.
Pero en la mente de estos, ese rincón del mundo marcó una huella en su memoria
que nunca olvidarían.
Según Heráclito nadie puede bañarse dos veces en un mismo río, porque aunque
aparentemente el río es el mismo, sus elementos, su cauce, el agua que corre
por él, han cambiado siguiendo el compás del tiempo.
De niño, jugaba a ser marino de un pequeño barco de juncos que soltaba en la
superficie del río y seguía su navegar corriendo por la orilla hasta que algo
le impedía seguir haciéndolo. Siempre llegaba un momento en que desaparecía de
su vista, perdiéndolo para siempre.
Tampoco impide que esa niña, ya mujer, se siente en su orilla verde, al lado
del chopo y deje simplemente pasar el tiempo por su frente mirando el discurrir
del agua, de un agua nueva distinta de la que conoció en su día.
El niño tendrá otros ríos y otros barcos y ella otras muchas orillas de otros
tantos ríos; pero siempre pensarán ambos en su sitio primero de aquella orilla
de ese río del cual apenas recuerdan su nombre.
Heráclito, no puedo quitarte la razón, claro que no podremos bañarnos en ese
mismo río; pero quizá si cerramos los ojos y nos dejemos llevar por la
imaginación, al abrirlos sentiremos ese mismo agua, ese frescor y esos mismos
olores que nos empaparon aquel día en que nos bañamos juntos, aunque solo sea
por un mínimo casi imperceptible instante.
Juan Carlos Vázquez
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