viernes, 28 de marzo de 2014

SOLO SÉ QUE NO SÉ NADA

Placa conmemorativa del último congreso del PP,
plagiadda por el PSOE con el mismo fin
Según la, casi siempre sabia, información obtenida en la Wikipedia, la famosa frase “solo sé que no sé nada” es un conocido dicho que realizó Platón acerca de Sócrates, cuando este pretende cambiar el punto de vista de Menón, quien creía firmemente en su propia opinión.
Asimismo está relacionado con una respuesta oracular de la pitonisa de Delfos, que a la pregunta -¿Quién es el hombre más sabio de Grecia?-, respondió: -Sócrates-.
En realidad no quiere expresar que no sabe nada, sino que hace ver que no se puede saber nada con absoluta certeza, incluso en los casos en los que uno cree estar seguro.
Partiendo de esta base, podemos añadir que nada sabe quien no es capaz de reconocerlo porque es tonto de nacimiento y lo será en su reencarnación, o bien quien sabe tanto que pudiendo decirlo a los cuatro vientos, calla; pues es plenamente consciente de sus propios límites cognitivos.
Con el fin de no perturbar la felicidad de los tontos por naturaleza, no vamos a hacer referencia a ellos, tampoco lo haremos respecto de los sabios, que sin saber todo de todo, su cerebro contiene un acervo de conocimiento superior a lo que es normal. De lo que vamos a hablar en este artículo, o mejor en esta reflexión, sin pretensiones grandilocuentes ni doctrinales, es de lo que llamamos la línea normal de conocimiento, de esa franja en la que nos movemos la mayoría de los humanos de dos piernas.
Para hacer más comprensible la idea que pretendo expresar, haré una división dicotómica simplista de la sociedad, dividiendo a este  gran grupo, en dos subgrupos radicalmente opuestos; pero partiendo de que, en ambos, el nivel de conocimientos acerca del mundo que les rodea es equivalente.
Así podemos diferenciar a los que pretenden hacer ver a los demás que ocupan una posición superior a la media, en cuanto a nivel de conocimientos se refiere, y los que realmente poseen dicha diferencia, los cuales no deben hacer esfuerzo alguno por mostrarlo a los demás. Los primeros, pedantes andantes, con una autoestima reforzada desde su propio interior y montados en su pedestal imaginario nos machacan con su idiotez, sin llegar a ser conscientes de ello. Suelen adoptar palabras o frases de su libro de cabecera, o mejor dicho de su único libro de cabecera. Estos términos aprehendidos en la lectura nocturna del día en que no había fútbol, los transforman en “muletillas” con las que nos ametrallan cada dos frases, al tiempo que hacen especial incidencia emocional sobre ellas con el fin de que su interlocutor, su sufridor se aperciba de su gran talento. Incluso suelen elevar el tono de voz cada vez que pronuncian estas palabras, independientemente de que conozcan o no su significado real.
Estos seres tienen un punto de partida erróneo, ya que no consideran la posibilidad de la igualdad, o superioridad cognitiva de su receptor, y a partir de aquí es cuando se desencadena la tormenta de idioteces que como sufridores suyos tenemos que soportar, hasta que, llegado el momento, oportuno o no, mandamos a tomar por el mismísimo culo a nuestro interlocutor. Claro está que esta posibilidad de mandar a alguien por donde amargan los pepinos solo es posible en las relaciones duales, cara a cara. Cuando se trata de una conferencia o un discurso, esta posibilidad se desvanece y aunque la pensemos e intentemos llevarla a cabo, la multitud disuelve nuestro intento, por lo que nuestra única acción lógica y posible es la de irnos de allí y dejar que continúe con su devuelto hecho de vocablos prepotentes. Un claro ejemplo de esto es el discurso político, si nos fijamos atentamente podemos darnos cuenta de que estos personajes tienen un vocabulario más reducido que el expresado en un parvulario, aunque con muchos menos matices. El lenguaje político es repetitivo, austero, ambiguo, sin ideas e incluso, a veces incoherentes y desligado de la realidad que trata. Y no es casualidad, ese es el secreto de su éxito, la vulgaridad, por una razón de base, al público a que se dirige lo caracteriza la normalidad. La gran masa social de cualquier país está constituida por personas normales, personas de carne y hueso que pretenden vivir en paz, sin molestar ni ser molestado. Y esas personas están moldeadas por una gran multitud de factores culturales, políticos, sociales, económicos, basados en intereses de las clases dominantes en pro del mantenimiento del statu quo de esta especie superior.
Pero no nos desviemos de la cuestión, estas políticas dominantes pppsoeras, tienen un público y es a él al que se dirigen y en el que encuentran su respuesta, por lo cual su esfuerzo discursivo puede relajarse al máximo, son conscientes que siempre tendrán el rechazo de los más inteligentes, que no participarán en el juego y de los más tontos, que sí lo harán, que por eso son tontos; aunque estos últimos actuarán no por intereses propios sino por los intereses de aquellos que los controlan, que por supuesto, como yo son incluidos en el grupo de los normales.
Este hecho puede verse contemplado en la influencia de otro gran grupo de poder como es la iglesia y reflejado en las participaciones masivas y efusivas en los grandes eventos religiosos que llegan a paralizar la vida de un país. Aunque este caso de la religión merece otra reflexión más amplia que haremos en otro momento.
Por último, esta masa social normal, es y será siempre la más numerosa; en tanto en cuanto la educación siga siendo cuestión política y no social. Los grupos en el poder no pretenden afinar su discurso y hacerlo práctico, de forma que pueda ser interiorizado e identificado por las personas normales educadas. Con el mismo discurso pueden hablar frente a una audiencia diversa, o sobre diversos temas con diferentes audiencias, acomodándose siempre, sin condicionamientos ni de tiempo ni de espacio. Es válido para hablar frente a las víctimas del terrorismo o frente a la violencia de género o frente a una asociación de sordomudos. Acabarán su parrafada sin sentido y los demás y ellos mismos, como los monos del zoo, se aplaudirán. Se guardarán las notas ya casi ilegibles en el bolsillo de la chaqueta y a otro sitio con la música.
Es lo que hay.


Juan Carlos Vázquez

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