Única imagen disponible del falso "Mesías" |
Pensando
en Aristóteles, Platón y toda esa serie de pensadores que vivieron una época en
la que todo era pensable, en la que cada nueva visión era un nuevo descubrimiento.
Una
época en la que para decirle al otro lo que era una silla había que explicarle
el para qué, el cómo y el porqué de dicho instrumento. Para ellos la
explicación era o debía ser similar a la que debimos realizar a nuestros
abuelos tras la aparición de los primeros teléfonos móviles, o la que nos tenemos
que hacer nosotros mismos si nos descolgamos de los avances acelerados de la
tecnología, es decir si no estamos continuamente al día y nos transformamos en
analfabetos digitales.
En
aquella época la transmisión de los conocimientos era doblemente compleja, ya
que hay que relacionar dos aspectos de la realidad, la realidad en sí misma, o
mejor dicho la reconstrucción de ella realizada por lo observado por nuestros
sentidos, y filtrada por nuestro bagaje cultural; con los aspectos lingüísticos
que usamos para describir dicha observación o fenómeno.
Esto
que parece un rollo ontológico – semántico – lingüístico, es mucho más simple
de lo que parece. Detengámonos en un hecho social concreto acerca del que no
tenemos conocimiento previo, o que por ser la primera vez que se produce, no
tiene ninguna acepción lingüística que la describa; por ejemplo, supongamos que
el partido popular se posiciona en términos favorables al desarrollo de las
clases medias y bajas, y centra su política en la amortiguación de la
desigualdad social, en vez de hacerlo, como es lo suyo, a favor de la Patronal y las grandes
corporaciones oligopólicas. Esto, al ser un hecho no predecible, ni estar
registrado en la teoría política, requiere de un proceso de explicación y de
normalización, tanto teórica como empírica. Debemos buscar regularidades de
este hecho concreto, relaciones, actitudes de los actores individuales y
colectivos que han propiciado este hecho, buscar las causas y antecedentes,
etc. Es decir hay que formar un corpus legalista y teórico justificado en una
base científica que de solidez y pueda hacer válidas nuestra explicación de
este hecho social.
Al
ser la primera vez que observamos estos datos, que contradicen toda la
bibliografía al respecto, la labor científica a la hora de publicar el
descubrimiento está huérfana, nadie en su pleno uso de razón entendería este
hecho social.
Es
como si, poniendo otro ejemplo, por las calles de Nueva York apareciese un
nuevo Mesías, al que podríamos darle el aspecto físico de nuestro presidente,
Mariano, por el aire marcadamente “Mariano” y “profetizador” que irradia y por su
abstraída mirada perdida en otros mundos.
Pues
bien, imaginemos a este señor, con su traje, montado a lomos de un burro por la “Gran
Avenida”, por Wall Street, predicando que ha venido a salvarnos, y vamos más
allá, vamos a imaginar que es verdad; pero, ¿quién lo cree?... Visto y descrito
de esta forma parece impensable que este señor, venido con un mensaje anhelado
por el mundo, sea seguido por discípulos que se van sumando desde los portales
de la “Gran Manzana”, hipnotizados por su fe irracional en él. Contradiciendo
toda probabilidad siempre habrá quien lo siga, siempre habrá iluminados que se
sumen al desfile encabezado por él, el ídolo de la nueva era, el “Salvador”,
propagando su mensaje increíble. Esto es lo que se ha dado en llamar fe,
concepto que describe toda la falta de razón y con el que se da fin a cualquier
intento de justificación.
Conforme
con esta sarta de estupideces, parece mentira que en España, trabajadores de la
clase media (tanto de cuello blanco, como de cuello azul) y de la clase baja
hayan votado a este señor, sea por identificación ideológica o por desilusión
respecto de su verdadera fe política con las posturas de signo contrario a
nuestro profeta.
Quiero
decir que las profecías, como la magia y los fantasmas son del ámbito moral de
la fe, (bueno, lo de los fantasmas con matices, todos conocemos alguno), no
demostrable científicamente, no corresponden al ambiente político social en el
que se desenvuelve la vida humana, y que para experimentos de fe están las
religiones.
La
política no es fe sino ideología, no es promesa sino hecho, por lo que aquellos
que basen sus decisiones políticas en conceptos que no sean los estrictamente
políticos, cometerán un error que no solo pagarán ellos sino todos nosotros,
viéndonos de esta forma condenados a seguir al señor del burrito que se pasea
por Wall Street.
Juan
Carlos Vázquez
No hay comentarios:
Publicar un comentario