lunes, 10 de marzo de 2014

AUTO DE FE

Única imagen disponible del falso "Mesías"
Pensando en Aristóteles, Platón y toda esa serie de pensadores que vivieron una época en la que todo era pensable, en la que cada nueva visión era un nuevo descubrimiento.
Una época en la que para decirle al otro lo que era una silla había que explicarle el para qué, el cómo y el porqué de dicho instrumento. Para ellos la explicación era o debía ser similar a la que debimos realizar a nuestros abuelos tras la aparición de los primeros teléfonos móviles, o la que nos tenemos que hacer nosotros mismos si nos descolgamos de los avances acelerados de la tecnología, es decir si no estamos continuamente al día y nos transformamos en analfabetos digitales.
En aquella época la transmisión de los conocimientos era doblemente compleja, ya que hay que relacionar dos aspectos de la realidad, la realidad en sí misma, o mejor dicho la reconstrucción de ella realizada por lo observado por nuestros sentidos, y filtrada por nuestro bagaje cultural; con los aspectos lingüísticos que usamos para describir dicha observación o fenómeno.
Esto que parece un rollo ontológico – semántico – lingüístico, es mucho más simple de lo que parece. Detengámonos en un hecho social concreto acerca del que no tenemos conocimiento previo, o que por ser la primera vez que se produce, no tiene ninguna acepción lingüística que la describa; por ejemplo, supongamos que el partido popular se posiciona en términos favorables al desarrollo de las clases medias y bajas, y centra su política en la amortiguación de la desigualdad social, en vez de hacerlo, como es lo suyo, a favor de la Patronal y las grandes corporaciones oligopólicas. Esto, al ser un hecho no predecible, ni estar registrado en la teoría política, requiere de un proceso de explicación y de normalización, tanto teórica como empírica. Debemos buscar regularidades de este hecho concreto, relaciones, actitudes de los actores individuales y colectivos que han propiciado este hecho, buscar las causas y antecedentes, etc. Es decir hay que formar un corpus legalista y teórico justificado en una base científica que de solidez y pueda hacer válidas nuestra explicación de este hecho social.
Al ser la primera vez que observamos estos datos, que contradicen toda la bibliografía al respecto, la labor científica a la hora de publicar el descubrimiento está huérfana, nadie en su pleno uso de razón entendería este hecho social.
Es como si, poniendo otro ejemplo, por las calles de Nueva York apareciese un nuevo Mesías, al que podríamos darle el aspecto físico de nuestro presidente, Mariano, por el aire marcadamente “Mariano” y “profetizador” que irradia y por su abstraída mirada perdida en otros mundos.
Pues bien, imaginemos a este señor, con su traje, montado a lomos de un burro por la “Gran Avenida”, por Wall Street, predicando que ha venido a salvarnos, y vamos más allá, vamos a imaginar que es verdad; pero, ¿quién lo cree?... Visto y descrito de esta forma parece impensable que este señor, venido con un mensaje anhelado por el mundo, sea seguido por discípulos que se van sumando desde los portales de la “Gran Manzana”, hipnotizados por su fe irracional en él. Contradiciendo toda probabilidad siempre habrá quien lo siga, siempre habrá iluminados que se sumen al desfile encabezado por él, el ídolo de la nueva era, el “Salvador”, propagando su mensaje increíble. Esto es lo que se ha dado en llamar fe, concepto que describe toda la falta de razón y con el que se da fin a cualquier intento de justificación.
Conforme con esta sarta de estupideces, parece mentira que en España, trabajadores de la clase media (tanto de cuello blanco, como de cuello azul) y de la clase baja hayan votado a este señor, sea por identificación ideológica o por desilusión respecto de su verdadera fe política con las posturas de signo contrario a nuestro profeta.
Quiero decir que las profecías, como la magia y los fantasmas son del ámbito moral de la fe, (bueno, lo de los fantasmas con matices, todos conocemos alguno), no demostrable científicamente, no corresponden al ambiente político social en el que se desenvuelve la vida humana, y que para experimentos de fe están las religiones.
La política no es fe sino ideología, no es promesa sino hecho, por lo que aquellos que basen sus decisiones políticas en conceptos que no sean los estrictamente políticos, cometerán un error que no solo pagarán ellos sino todos nosotros, viéndonos de esta forma condenados a seguir al señor del burrito que se pasea por Wall Street.


Juan Carlos Vázquez

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