Seres que por su apariencia no dan idea del peligro potencial que representan para la sociedad |
Tras una
reflexión larga y tendida, más bien tendido en el sofá de mi casa y con una
cervecita sobre la mano diestra, he llegado a la conclusión del peligro que
supone una persona aduladora en exceso de las virtudes del jefe (normalmente
llamados pelotas).
Este tipo
de personajes, fácilmente identificables por el rastro de babas que dejan a su
paso, son peligrosos en todos los sentidos y en todas las direcciones, tanto en
un plano o nivel vertical, (subordinados y superiores), como a nivel
horizontal, (compañeros).
Respecto
del peligro manifiesto para los directivos debo mencionar, que en un análisis
de la bibliografía existente, encontramos evidencia en varios estudios como el
titulado “Prepararse para la caída: los
insidiosos efectos de los halagos y la conformidad de opiniones en los líderes
corporativos”, (equipo de investigación de la Kellogs School of Management de
Northwestern University, junto con la Ross School of Business de Michigan
University). Estos estudios se centran en el impacto de la adulación en los
directivos y altos ejecutivos. Hacen hincapié en las consecuencias potencialmente
negativas, para estos líderes, del exceso de halagos y conformidad con sus
opiniones, por parte de otros directivos y miembros del comité de dirección,
siendo estos últimos integrantes de estos equipos en escalas de grado siempre
inferior al adulado. Las conclusiones de estos estudios afirman que el riesgo
de despido de un dirigente altamente influenciado por estos dañinos seres
aumenta en un 64%.
Stern
recomienda a los altos ejecutivos que pidan opinión a otros colegas, no a los
subordinados. “Cuando se ostenta el poder tomar halagos con un punto de sal es
crucial”. Busca los puntos de vista de personas que no dependan directamente de
ti para su trabajo, gente inteligente que sea sincera contigo y que no esté
motivada por otros motivos no altruistas.
Como
vemos la potencialidad peligrosa de estos seres despreciables, afecta tanto a
los altos ejecutivos, directamente, como, indirectamente, a la propia
organización, por lo que la empresa o institución debe poder detectarlos y
extirparlos de su conjunto.
En cuanto
al plano horizontal en el puesto de trabajo, las relaciones con los compañeros,
también se ven afectadas sobremanera por la presencia de estos individuos; ya
que el interés que los mueve es el simple aprecio laboral de su labor por parte
de sus superiores, importándoles una mierda lo que sus compañeros opinen o
piensen. Además estos, con el fin de afianzar los niveles de aprecio y
confianza de sus superiores, se convierten en confidentes ciegos de estos,
realizando un flaco favor a sus homógenos profesionales. La escala de valores
sociales y humanos, necesarios para una convivencia saludable en el puesto de
trabajo, se verá relegada, en estos seres, por su servicio férreo a la práctica
del peloteo y el baboseo arrastrado para con sus jefes.
El
egocentrismo de las acciones y del desempeño profesional de estos miserables,
está calculado milimétricamente, y gracias a esto y al escaso nivel formativo
de los gestores de muchas de nuestras instituciones, llegan a copar posiciones
de prestigio y poder, acaparando gran cantidad de estos puestos, impidiendo con
ello que otras personas de la organización más capacitadas y formadas queden
relegados a posiciones de segunda clase dentro de la organización, lo cual
acrecienta el poder dañino de estos babosos humanos.
Por todo
esto y aunque no he encontrado evidencia científica al respecto. Podemos considerar
haciendo uso del más común de los sentidos que por sus efectos dañinos tanto a
nivel de la organización o empresa, como al de sus superiores, sus iguales y
por supuesto sus subordinados, el tratamiento que deben tener estos personajes
infiltrados en la vida laboral de las personas normales, es, simple y llanamente
de delincuentes, y no habituales, delincuentes en el más amplio sentido de la
palabra ya que las consecuencias de sus actos pueden variar desde simples
apercibimientos a sus compañeros (de toda la escala ocupacional de su
organización) hasta problemas graves e irreversibles en el seno de la empresa o
institución.
No
digamos ya de la presencia de estos seres despreciables en el seno del grupo
director o rector de la política de un país. No podemos imaginar las
dimensiones del desastre nacional que podría suponer dotar de poder a estos
seres despreciables. En los sistemas de electorales de listas cerradas, la
acomodación de estos asquerosos flatulentos en las escalas jerárquicas
superiores y en los puestos principales de las listas, suele ser intrínseco al
sistema, forma parte de él. Así que no nos pase ná amigos.
Juan
Carlos Vázquez
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