Mirad como afectan los recortes de Rajoy a este niño
En los tiempos que corren no
queda más remedio que un cambio de actitud, una nueva visión global de nuestras
vidas. Cuando se rompen todos los esquemas y no queda nada a lo que agarrarse,
hasta el único paracaídas del que dispones tiene boquetes del tamaño de un 4 x
4, hay solo dos opciones, o dejarse arrastrar por la marea de pesadumbre y
desgracia o remar contra ella.
Este es el mensaje que se
enseña hoy día desde las organizaciones inteligentes, desde los servicios de
gestión de personal de las organizaciones saludables. Este mensaje se dicta
desde despachos elegantes de psicólogos sociales o clínicos, desde donde se nos
incita a realizar un autoborrado y convertirnos en una especie de superhéroe de
uno mismo, de esos que llevan los calzoncillos encima del pantalón y vuelan. Nos
dictan mensajes para que nos autoconvenzamos o nos autoengañemos de nuestros “superpoderes”,
para poder enfrentarnos a estos retos de la sociedad actual.
De esta forma y así ya
mentalizados, salimos a la calle, con nuestra ropa caducada y zapatos gastados,
nos quitamos esa cara de INAEM que se nos quedó desde que, “ahora ya, por
suerte”, nos despidieron de nuestro trabajo, tras 28 años de madrugones, de
salario fijo, de cierto respeto y consideración social y de aguantar al gilipollas
de un jefe con peluquín grasiento, que olía mal, ¡qué suerte!.
Pisamos una mierda de perro;
pero no importa, eso nos ayuda; pues al resbalar y no caer hemos avanzado más,
(prueba inequívoca de que nuestro cambio de actitud va por buen camino).
Seguimos caminando sin saber bien hacia donde; pero somos una nueva persona,
con una autoestima, autoconciencia, y autotodo superreforzadas. ¡La psicología
funciona!.
Llegas al INAEM, saludas amablemente
a todos, pareces el director de la oficina, todos te responden afectuosamente.
Haces la cola que te corresponde, como en el mercado, y estás feliz, hoy, el
día uno de tu nueva vida. La adversidad es tu aliada, (frase que repites en tu
subconsciente una y otra vez), te hace crecer, te refuerza, como a Popeye
empachado de espinacas. Vuelves a casa, tu hija te recibe con un abrazo, tu
mujer con un beso y esperan con ansiedad tus palabras, que aunque sea un nuevo
día y seas una nueva persona, son las mismas que las de la persona que ayer
fuiste y que no es la misma de hoy: -nada-.
Te vuelven a abrazar y a
besar y te sientas a comer las patatas cocidas que sobraron de ayer. Te lavas
la cara y te pasas un peine y a la calle de nuevo. El nuevo y reforzado hombre
sale para comerse el mundo, quizás dentro de unos días, lo único que pueda
comerse; pero ahí va, erguido y firme, con su nueva actitud y de regreso… la
misma respuesta: - nada-.
Es difícil, pero hay que
hacerlo, por tu salud psíquica y por la de los que te rodean; pero es difícil,
muy difícil.
Esta situación no es subreal,
ni cómica, ni cínica, ni absurda, simplemente es una realidad a la que se
enfrentan miles, millones de personas en nuestro país.
Pero hasta aquí podemos
adivinar que hablo de personas en condiciones normales, sin ningún tipo de
discapacidad. Ahora supongamos que nuestro protagonista posee esta
discapacidad, (término en desuso, ya que la posesión de una minusvalía no
siempre es sinónimo de discapacidad; sino que se lo digan a Steven Hawking).
Estas personas se enfrentan a
estos retos, no solo en épocas de crisis, sino también en épocas de bonanza.
Ahora quizás podamos comprender mejor las necesidades de este colectivo y
podamos reflexionar sobre la actitud hacia ellos, sobre nuestra actitud para
con este colectivo.
Quizás la adversidad nos haga
más humanos, más personas y dejemos a parte los prejuicios que tanto daño han
hecho a nuestros semejantes, que lejos de ser discapaces, nos dan, diariamente,
lecciones de su demostrada capacidad, espíritu de lucha y autoestima, que les
impulsa día a día a empujar su silla, a hacerse comprender y a presentarse ante
nosotros y junto a nosotros en la búsqueda de un empleo, que les permita
desarrollar sus potencialidades y poder llevar a cabo su integración en un
mundo hostil que considera las diferencias y levanta barreras inhumanas contra
sus mismos semejantes.
En los momentos actuales en
los que nos han sumergido la cuadrilla de delincuentes y criminales contra la
humanidad, que han sido nuestros políticos desde los tiempos de Matusalén,
todos podemos sentir en nuestras carnes lo que estos han sentido y sienten desde
siempre, son solo un reducto de la población, a los que ahora nos hemos
igualado, los discapacitados, los hijos de ese Dios Menor al que nadie adora.
Juan Carlos Vázquez
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