jueves, 22 de noviembre de 2012

DESMENUZAMIENTO FILOSÓFICO DE UNA CIRCUNVALACIÓN CEREBRAL ATROFIADA.

Óleo, obra del "atacao" que firma este texto
La sociedad es un conglomerado de individuos que se interrelacionan entre sí. Las relaciones sociales son múltiples y están influidas por infinitos factores. Pero si algo podemos asegurar es que no es un caos, tiene una estructura, que ha sido creada por el hombre, por él mismo, condicionado por la multitud de factores que le rodean.
Esa estructura se mantiene erguida gracias a un cemente, un cemento social, que le da consistencia y fuerza; y que no es otro que las relaciones de fuerza que existen entre sus individuos, de atracción. Estas fuerzas, este cemento, de rechazo, de repulsión, de afecto, de emoción, de rabia, de proyección, no es otro que las relaciones sociales.
Pero en el centro de este cúmulo de relaciones humanas y no tan humanas está el hombre, perdido en esa telaraña y al mismo tiempo atrapado por ella. Las relaciones, tal como las entendemos de forma tradicional, han sido reemplazadas por otras, a las que por no liar la manta seguimos llamando relaciones, aunque no las entiendo como tales, más bien podríamos llamarlas interacciones, por darle un significado más fiel y adecuado a la era tecnológica que nos absorbe y empaña.
Los modelos antiguos se han disipado a favor de la impersonalidad de los intercambios actuales y el móvil materialista existencial, tal como dijo Marx, aunque con ciertos matices, ha tomado un claro tono económico. El contacto cara a cara se ha quedado reducido a los pequeños grupos sociales como la familia, y no todas. Los sentimientos de afinidad, solidaridad, cohesión, pertenencia, solo se pueden observar y distinguir en estos reducidos grupúsculos familiares.
Ese mundo hombre centrípeto ha desaparecido y el individuo es un mero nudo de la red social, o mejor dicho, un pez diminuto atrapado por ella. Su existencia es nimia, su influencia mínima y su posición sustituible. Las normas son fijas y superiores ha quien las ha creado. El programa creado para la estancia terrena del individuo ha tomado consistencia y existencia propia. La creación del ser superior, el hombre, ha superado a aquel que la creó y lo ha desarmado y desarticulado. El hombre está desnudo en un mundo de píxeles de hielo, y quitando a los necios que, por suerte no lo saben, está solo en un mundo helado y aislado de toda sensación de vida.
La desnudez del hombre de piel fina y sin defensas, lo conduce a vivir la vida simplemente por vivirla y con la esperanza de que todo no vaya a peor.
Siente que su indefensión es inherente a su propia condición y se relaja ante la imposibilidad de retornar a un pasado ya olvidado y enterrado por este presente movido por el motor en sí inmóvil del dinero. Estamos rodeados de seres como nosotros y parecemos náufragos, tanto más cuanto más numeroso sea el grupo que nos rodea. Pensamos que somos iguales y que todos deseamos lo mismo; pero siempre desde nuestras psicologías individuales e individualistas. Atrapados en esta red, por nuestra culpa, nos vemos imposibilitados de todo movimiento y nos dejamos llevar por la marea que la arrastra.
No tenemos metas, ideas a medio y largo plazo, vivimos en pocos metros a nuestro alrededor sin darnos cuenta de que al acabar el mar está la tierra y al acabar ésta, el mar de nuevo; pero otro mar, quizás peor o quizás no; pero otro. Deberíamos intentar alcanzarlo, luchar por despojarnos de las ataduras de esta maldita red y ver que el mundo que hemos transformado en nuestro provecho está acabando con nosotros. Debemos recuperar los valores que nos hacen hombres únicos e irrepetibles y acabar contra todo lo que nos ha privado de nuestro mayor valor, la libertad.

Juan Carlos Vázquez

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