miércoles, 5 de febrero de 2014

ASOMADO AL BALCÓN UNA FRÍA TARDE DE INVIERNO, VIENDO CAER POLÍTICOS.



Las babuchas solo sirven para casa

Hacía mucho frío, un frío siberiano. La cristalera de mi salón, que aunque es modesto tiene cristalera, servía de fina división entre dos mundos diferentes, el del interior de mi casa, regido por la libertad individual, el calor, le empatía, el amor, las zapatillas, el radiador, la toalla sobre el radiador, el agua caliente, la mantas, los pijamas, la televisión siempre encendida a modo de estufa, los ruidos de los vecinos en sus propios reductos individualizados, las fotos, el ayer y el mañana, las fotos y las ilusiones. Todo ese mundo cabe en el calor de unas babuchas. Y el inseguro y agresivo de la calle, el de la libertad pública, la libertad restringida por la libertad de los demás, el de las suelas reforzadas de los zapatos, las aceras, el tráfico, las sombras, la policía, ambulancias, el ruido, el mundo de eso no se hace, el de por ahí no se cruza, el de eso no se toca, el de cuidado que está rojo, de los gritos de los taxistas, de las amenazas de los que te pisan, de los insultos de las aglomeraciones, de la preferencia de todo aquel que no va a pie, de la oscuridad, del frío, de la noche, del que no eres más que uno más.
En tu casa además de las ventanas a la calle, te asomas a ella por otra ventana, una falsa, mediatizada por intereses de uno u otro signo dependiendo del botón numerado que presiones en el mando; pero si no quieres ver no tienes más que no asomarte a ella, dejar de presionar el botón verde del mando a distancia; dejarla cerrada y seguir disfrutando de lo que pertenece a tu “yo” personal.
Sin esa pantalla de última generación, de hercios, wifi, usb, tecnología digital inalámbrico, con conexión satélite con el propio diablo, puedes llegar a ser incluso feliz, al modo Montesquiano del mantenimiento de la ignorancia. Tú a lo tuyo, que son tus zapatillas y tu familia, y san se acabó, colorín colorado este cuento se ha acabado.
Pero piensa en el día que te decidas a salir a la calle por primera vez, quizás te encuentres con lo que piensas, o quizá no, el mundo puede reforzar tu idea de él o desmontarla, con el consecuente desgaste psicológico que ese enfrentamiento del ser con la realidad de la calle supone. El miedo puede retraerte de tu intención y devolverte al sitio de donde quizás no debiste nunca salir, tu propia casa, tu propia individualidad solitaria e independiente, el aislamiento del resto de los iguales, con sus luchas, sus quejas, sus protestas; pero también con sus ilusiones y con su futuro, con tu futuro; aunque tú con tus babuchas estás bien, dentro de ellas no hace el frío que hace en la calle; así que te sientas junto al balcón, enciendes la “tele” y miras por el cristal del salón hacia la calle, a la espera de que los políticos lluevan; pero no cae nada, solo viento, que mueve los árboles del parque.

Juan Carlos Vázquez

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