Mona Lisa a la entrada al juzgado de Florencia |
“La sonrisa de la mona Urdangarin”,
lo de mona, sin intención de ofender, viene del italiano antiguo y significa “señora”,
y, aunque en España no se adopta el apellido del marido, en este caso me tomo la
licencia de hacerlo, más que nada por las circunstancias que rodean esta
misteriosa sonrisa.
La incógnita a descifrar no
es otra que aclarar el misterio de lo que pasa por la mente de una persona que
se dirige a un juzgado como imputada en uno o varios delitos, explicar la base
psicológica que hace superar la angustia interior y transformarla en felicidad
exterior. Con el agravante de tratarse de una persona vinculada directamente
con una Institución que basa su fundamento en el ejemplo, en una ejemplaridad
moral casi dogmática. Institución que, para más INRI, está siendo muy cuestionada
en los últimos tiempos, que ha estado presente en la historia de España durante
más de trescientos años y que gracias a su esfuerzo hizo posible que pasásemos
de ser la primera Potencia Mundial, el Imperio español, a ser lo que somos hoy
día, algo parecido a una mierda pinchada en un palo.
Pero bueno, de todo esto ya di
buena cuenta en un artículo anterior; así que no nos desviemos del tema que nos
ocupa, que no es otro que “el misterio de la sonrisa de la infanta”.
(Imaginemos música de terror de fondo para ambientarnos)
No sé ustedes; pero yo tuve
la suerte de asistir a un juicio como imputado, a un juicio de faltas, nada
grave; pero aún así, los nervios de la faz de mi rostro no me permitían
conducir mis labios a la posición de la sonrisa, sino todo lo contrario. Mi
cara denotaba una “mala leche” impresionante; más aún considerando mi inocencia
y la desconfianza en el aparato judicial de nuestro país. No es que no crea en
la justicia, que sí; pero con la boca pequeña y refiriéndome a la justicia en
abstracto, no en la de los hombres, no en la de la “jaula de hierro” que menciona
Weber, y que nos podía llegar a hacer esclavos de nuestras propias normas, (excesiva
normalización y reglamentación, cargada de leyes innecesarias, contrarias a la
ley natural, al sentido común y a las normas que rigen la convivencia).
Además para mí y para el
propio derecho, la justicia debe ser predecible, de forma que si no has hecho
nada puedes estar tranquilo, al igual que si has cometido un delito, te puedes “cagar”,
(perdón por la expresión, pero creo que es necesaria para la correcta comprensión
del texto, como dirían los actores: -exigencias del guión-); pero todos sabemos
que no es así.
De cómo acabó mi juicio les
diré que bien; aunque no porque se demostrase mi inocencia, sino más bien por
la ineptitud del señor juez, que se equivocó al redactar mi nombre en la
sentencia y al recurrirla, por defecto de forma, salí absuelto, vamos inocente
del todo, tal como era antes de todo este tinglado que me montaron.
En cualquier caso, digo también,
que valoro lo de asistir como imputado al juzgado, como una experiencia de vida,
con sus virtudes, sus momentos agradables y los que no lo fueron tanto. Una
experiencia a sumar a lo de montar en globo y lo demás.
Pero lo que quiero decir es
que en ningún caso se me escapó una sonrisa, ni a las personas que me crucé en
el camino al juzgado, ni a los policías que pululaban por allí, ni al idiota
que nos inculpó, ni al tonto del culo de su abogado y mucho menos a los señores
jueces; bueno, eran señoras juezas; pero eso es igual.
No tuve trescientos
antidisturbios, ni helicóptero, ni una “habitacioncita” al lado de la sala para
descansar en el receso, “ni ná de ná”, solo las preguntas de un idiota que ni
se había leído la denuncia y las preguntas de la jueza. No es que me quiera
comparar con la duquesa; pero estaba en el templo de la igualdad, en la
catedral del derecho, y si allí no somos iguales, no sé dónde podremos serlo.
En el caso que nos ocupa de
una Grande de España, cuya moral debe ser ejemplar y modélica, que la lleven a
juicio por un presunto delito, aunque sea presunto, me da igual, no le da
derecho a sonreír, sonríen los caballos que llevan a sus señores al cadalso
porque no saben lo que hacen (o parece que lo hacen), sonríen los tontos,
porque no saben lo que hacen y sonríen los ministros cuando los abuchean,
porque no tienen ética.
Si la princesa tiene algo de
decencia debe borrar esa sonrisa de su real cara, porque los españoles estamos
muy “cabreados” y por muy princesa y duquesa que sea no tiene derecho a reírse de
cara a su indignado pueblo. Que agache la cabeza, como lo hemos hecho los súbditos
durante tantos años, ante una institución impuesta, no puesta, creo que es de
ley lo que pido.
Por lo demás, que sea o no
culpable me da igual, las consecuencias de su culpabilidad no van a ser las
mismas que si fuese yo el que está en su lugar, y eso lo sabe hasta el Papa,
que por cierto no sé por qué lo nombro aquí; pero ya está hecho.
“Alea jacta est”.
Juan Carlos Vázquez
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