Llega
un momento en que el divorcio entre el Tercer Estado, el pueblo, y la clase
gobernante es tan patente que podemos considerarlos mundos diferentes. Hasta el
punto de que la crítica política se hace inútil, pues las ideas de este mundo
no pueden afectar a un mundo diferente, con el que hemos perdido toda relación.
Las
columnas de los periódicos, los blogs, como el de este humilde y pobre hombre,
lanzan mensajes al fondo del océano político, sin que nadie los recoja y los
haga suyos. Es como jugar al frontón contra ti mismo, todas pelotas te vuelven
y encima acabas siempre perdiendo. Es absurdo.
La
clase todopoderosa de nuestro parlamentarismo absolutista y situada más cerca
de Dios que de los hombres, se ha disfrazado de indiferencia y nos ve desde los
cielos, a salvo, como seres pequeños que nada podemos hacer contra su
desgobierno desde lo alto del Olimpo.
Ya
Rousseau dijo en su obra “El Contrato Social” que los parlamentarios, los
diputados del pueblo, no son ni pueden ser sus representantes: solo sus
comisarios.
Aunque
era otra situación y otro tiempo, sus palabras son perfectamente aplicables a
nuestra realidad actual y recordarle a estos semidioses de la Política que lo
que es suyo es su boca no lo que dicen con ella en el parlamento. La soberanía
es nacional, del pueblo, no de una cuadrilla de vaqueros cuatreros que serían
los malos de las películas de indios.
Bueno,
de lo malo, tras dejar el poder parece que se quieren volver a hacer hombres,
regresar a su apariencia humana, al menos para seguir sangrándonos con sus
sueldos, supermegagordos, en consejos de administración o fundaciones creadas
por ellos cuando gobernaban para tal fin. Cuando su único fin debiera ser el
interés general no el particular desde su posición de privilegio.
Su
bajada a la tierra va acompañada de soberbia y prepotencia en forma de libro.
Libro en el que nos recuerdan, como si nada sus nefastos haceres en el
gobierno, mientras gobernaron, mientras les duró.
Pero
lo peor de todo es que los políticos que tenemos es el reflejo de lo que somos,
de la sociedad de la que formamos y forman parte, ya que de esta han salido. No
han venido de Marte ni de Venus. Por lo que criticarlos a ellos es criticarnos
a nosotros mismos. Por ello el planteamiento quizás pase por crear y reforzar
una opinión pública en pro de unos objetivos orientados a la paz y la
convivencia, o mejor dicho, al Bien común; aunque para ello lo primero y
principal es la educación y lo malo es que ellos también lo saben.
Os
invito a quedaros en el Olimpo y si tenéis un poco de decencia permanecer
callados e intentar pasar desapercibidos o invisibles si podéis, lo digo por
vuestro bien y de ahí por el de todos nosotros.
Juan
Carlos Vázquez
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