viernes, 13 de septiembre de 2013

MALDICIÓN


Maldigo a todos aquellos que para su beneficio es preciso el perjuicio de muchos otros. Maldigo a los banqueros ciegos con sus antifaces de oro para toda luz que no provenga de la lujuria y la avaricia.
Maldigo a los gobernantes en proporción directa al nivel de riqueza del país que gobierna y a la pobreza de su pueblo gobernado.
Maldigo a las potencias enfrentadas en guerras de poder y tensión, cuyo beneficio en tal aparente enfrentamiento es mutuo, vendiendo cada uno de ellos sus armas, sus semillas de muerte pobre y miserable a cada uno de los bandos en conflicto de las guerras que ellos provocan.
Maldigo a los gobiernos liberales que anteponen el beneficio del gran capital a los derechos y a la asistencia social; aunque para ello se tengan que valer del dinero de los olvidados de la política, de los necesitados de esas ayudas. Con los impuestos pagan los pobres el derecho a ser más olvidados.
Maldigo a los que envueltos en la verborrea de discursos políticos caducos y manidos engañan al pueblo, escondiendo sus verdaderas intenciones. La música de las monótonas e incluso incomprensibles palabras adormecen a los sujetos de buen corazón, que imbuidos de esa diabólica melodía creen adivinar un beneficio futuro que nunca es cierto.
Maldigo a los tripallenas de populismo barato y pegajoso, a sueldo del analfabetismo que provoca la ceguera de la fe en lo que dictan los personajes del escenario político del país de turno.
Maldigo a los salvadores del mundo.
Maldigo a los negros que quieren ser más blancos que los blancos, a los árabes que no lo son, a los cristianos que tampoco lo son y más aún a los que se creen que son mejor que cualquier otro.
Maldigo a los que piensan que la naturaleza humana es perjudicial para su propia especie; pues son ellos los que se empeñan en que eso sea así.
Maldigo a las confesiones verdaderas, la única verdad está en nosotros mismos, no en la demostración de lo que por circunstancias somos, todos y cada uno de nosotros.
Maldigo a los Estados que dejan en manos de la buena voluntad de los individuos la resolución de los verdaderos problemas de las personas.
Maldigo a la propia maldición, fruto de la inventiva y puesta en práctica de la maldad de unos pocos. Me cago en ella y en esos pocos, reyes de pacotilla porque sus padres ya lo fueron, príncipes por ser hijos de los de antes, presidentes analfabetos de las situaciones reales de la sociedad que presiden, políticos agradecidos de la vida que les ha tocado vivir sin convicción, ni ideología, banqueros colocados por favoritismos políticos, ricos enriquecidos en proporción directa a la que sus trabajadores se han empobrecido.
Seguro que me dejo cosas por maldecir, por lo tanto maldigo también todo aquello que debería maldecir y que no lo he hecho.
100 M de euros el fiasco olímpico de Madrid, 300 M de euros la Caja Mágica de Madrid, por poner dos ejemplos, dinero con el que se podía haber costeado más de uno y de dos planes de investigación sobre enfermedades “raras”, o sobre el maldito cáncer, o paliar el hambre durante algún tiempo en algún lugar del mundo, o salvar las vidas de un montón de niños, o dar un mejor servicio a nuestros ancianos, o quizás para varias de estas cosas a la vez o para cualquier otra, me da igual. Pero eso no vende, eso no da votos, eso no permite que se pueda hacer todo lo mencionado en las maldiciones anteriores, malditas precisamente por eso, porque no se hace lo que se debería hacer con nuestro dinero. El Estado, los Estados cabrones, tienen su objetivo en el capital y en la economía capitalista, que es la de unos pocos, no la de todos; bueno, la de todos sí, a la hora de contribuir; pero no a la hora de recoger lo que debiera reportar ese esfuerzo.
Si se hicieran las cosas como se deben hacer, quizás mis amigos y familiares que hoy día sufren por sus propios males o los de los suyos, quizás no sufrieran tanto; pues quizás, sólo quizás, podrían llegar a ilusionarse en una posible o futura solución a sus problemas, que son reales.

Juan Carlos Vázquez



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