Entrada del Congreso de los di- putados del país en Babia |
Una casa
de putas es un local en el cual señoritas o señoras de baja moral (según describía la
censura de tiempos pasados), se ganan la vida vendiendo su cuerpo a extraños, a
cambio de dinero. Unas lo hacen de forma voluntaria y otras forzadas por
proxenetas. De una u otra forma estas damiselas reconfortan los cuerpos y las
mentes de nuestros insaciables cabestros, hombres todos, con necesidades
de desahogo, gracias a estas mujeres, mal llamadas de la vida fácil, ¡putas!.
Estas
casas de relajada moral, se hallan distribuidas por toda nuestra geografía, de
forma que cualquiera, en su coche con la suegra y los niños, puede divisarla desde la carretera o autovía, si están
fuera de las ciudades. O por sus rótulos y carteles orientativos, o publicidad,
si están en el interior de las mismas.
Este
oficio, el más antiguo del mundo, anterior incluso al primer estúpido de los
hombres, siendo ilegal, desarrolla su actividad en un cierto desentendimiento
de las autoridades, en una especie de “alegalidad”. Particularmente, pienso que
ya que no se va a suprimir, ni tampoco es mi deseo, debería hacerse legal y con
ello matábamos dos pájaros de un tiro y acabaríamos con el proxenetismo
aberrante y cruel, además de tener nuevos cotizantes a la seguridad social, y
con ello más ingresos.
Los aférrimos
del clero y de la derecha me dirán que porqué no se legalizan también las
drogas, moviendo la cabeza hacia uno y otro hombro, en claro gesto de decir, ¡estás tonto o qué!; pero esto no es más que una rabieta de estos ante la falta de razón y
no debemos hacer caso. Además esto es otro tema, del que también se podría hablar.
Por otro
lado tenemos, aparte de las casas de putas conocidas, otras con nombres que
confunden a la clientela, como por ejemplo, el Congreso, el Senado, Moncloa. Todos
ellos rememoran casas de putas de épocas pretéritas, de la antigua roma, donde todas eran putas, y, por supuesto reservadas
para clientela de alta alcurnia.
Los que
allí acuden, realizan sus orgías económicas con total impunidad, se prostituyen
por dinero y venden a su pueblo, contra su voluntad, por lo mismo. Todo,
absolutamente todo, bajo una falsa bandera de populismo y con el único fin de
enriquecerse y enriquecer a los suyos. Son como los salones de la lujuria del
hotel del infierno. El pueblo tiene prohibida la entrada y aunque denuncie los
crímenes que en estos antros se cometen, no pasa nada en absoluto. Estos que “putean”
al pueblo, tienen todo el poder, ya que controlan todos los medios de coacción
del Estado. Como Bond, James Bond, tienen licencia para matar y aunque se
caigan de un Boeing de la ruta Barcelona Nueva York no se matan, son “la hostia”.
Cuando el
escándalo es público y notorio, no tienen más remedio que someterse a la acción
de unos jueces que tras la pantomima de rigor no los condenan, o si los
condenan, a los dos días salen indultados por sus colegas del gobierno de la casa de las putas, sin dar razones a nadie; pues no lo
necesitan, para eso mandan. Y de nuevo en la calle; pero podridos de pasta
robada, porque devolver lo robado, lo que se dice devolver, nada, nada de nada.
Y el
pueblo, con cara de tonto mirando expectante este circo de las élites, esta
pantomima disfrazada de política y de ideales, cuando en realidad no es más que
un “putiferio”; pero eso sí, salvando a las señoritas putas de cualquier relación con esta gentuza, nada más lejano de
mi deseo que el compararlas con esta banda de sinvergüenzas públicos. Son estos,
los políticos corruptos, que son más de los que son, los que hacen que el
oficio de puta se invista de una dignidad y de una nueva visión del pueblo
hacia ella, ya que putas serán lo suyo; pero eso sí, honradas, muy honradas.
Juan
Carlos Vázquez
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