Dímelo otra vez, cuando veas mi viejo carro de la compra, guardando puesto en la fila del Refugio, esperando el turno para recibir unos cuantos kilos de alimentos.
Dímelo otra vez, cuando me veas pagar en la caja del supermercado con un ticket de compra cargado con 150 euros para tres meses.
Dímelo otra vez, cuando me veas llorando al ver como mi hijo revuelve entre los posos de calderilla de su hucha, y no pueda sacar de mi bolsillo cinco o diez miserables euros, para darle.
Dímelo otra vez, cuando me encuentre desesperado mirando un teléfono que nunca suena, un teléfono abierto las veinticuatro horas del día esperando que alguien conteste a las cartas enviadas solicitando un puesto de trabajo.
Dímelo otra vez, cuando veas como me increpan algunos vecinos de la comunidad por no pagar las cuotas de mi miserable vivienda.
Dímelo otra vez, cuando veas que no me apetece llegar a casa, aunque esté cansado; pues hace más frío dentro que fuera en la calle.
Dímelo otra vez, aunque me veas sonriendo, es una de las cosas que me queda, la sonrisa. Por eso sonrío, porque eso tengo y no se gasta por mucho que lo use. Las lágrimas tampoco se agotan, también las derramo a placer, soy rico en ellas.
Dímelo otra vez, cuando cada fin de mes te ingresen la nómina en tu puto banco y te mires tu tripa gorda y grasienta, y tu seboso culo de silla de oficina.
Ahora dime, dímelo otra vez, dime que si no trabajo es porque no quiero, que si no trabajo es porque me dan lo que me dan.
Dímelo otra vez, me da igual, tú no me importas, eres un imbécil. Y...dímelo otra vez, no me importa, he aprendido a priorizar unos valores que hacen que quizá sea más feliz que tú, pues lo único que se me ocurre que no tengo es dinero. lo demás lo poseo todo.
Juan Carlos Vázquez
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