martes, 26 de abril de 2016

CABALLERO DE HOJALATA



Sobre la cama reposaba su pesada y oxidada armadura. Yelmo, coderas, rodilleras, hombreras, peto, escarela, greba, escarpes y manoplas. En una esquina, en pie, una espada y un escudo abollado.

En silencio y riguroso orden, se fue colocando todos y cada uno de los elementos de su exoesqueleto férrico.

Entre la luz de la ventana se colaba de polizón el ruido de la ciudad. La puerta entreabierta de la habitación solo dejaba hueco para apreciar los afilados colmillos de la soledad.

El bullicio urbano se mezclaba con el jazz de su aparato de música y con su sudor frío.

Nuestro hombre de hojalata, bajó en ascensor hasta el portal del edificio. Se colocó el yelmo sobre su cabeza, despidiéndose de su mundo para adentrarse en otro nuevo.

Forrado ya por completo de metal, el sudor empapó todo su cuerpo y el corazón comenzó a latir con mayor celeridad. Podía oír perfectamente los movimientos del motor que le daba la vida, como si se hubiese metido dentro de sí mismo.

Entre las grietas de su yelmo la realidad se reducía al frente y a unas pocas rayas horizontales, entre las que buscaba impaciente la silueta de su princesa de la lluvia.

Juan Carlos Vázquez

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