¡Vivan las “caenas”!,
gritaba el pueblo llano al regreso de Fernando VII, al tiempo en que gentes sin
nombre, salidos de un pueblo sumido en la miseria y el analfabetismo, desenganchaban
los caballos de tiro de su carroza y ocupaban el puesto de las bestias para
conducir a su rey a Palacio. Este, llamado “el deseado”, se encargará de
devolver el favor a base de latigazos y de la imposición de un férreo
absolutismo. Todo ello con el apoyo y beneplácito de la iglesia, por supuesto, y
del ejército, por supuesto también.
Las ideas
de modernidad, las igualdades y derechos, la fe en el progreso y la razón, que
triunfaban de los pirineos para arriba y que quisieron implantar en España
tanto José I, como los liberales de Cádiz, (aunque cada uno por su lado), se fueron a la mierda de un plumazo.
Y es que no tenemos más que lo que merecemos.
Los
renovadores, los que tenían la cabeza bien amueblada y no eran ni religiosos,
ni militares de oficio, vieron en el hermano de Napoleón un mal menor, y en sus
ideas una posibilidad de sacar a España del anquilosado y caduco orden del
Antiguo Régimen; pero claro, como era francés, ¡a la mierda!. De la misma forma,
nuestro actual monarca es nacido en Italia y educado en el franquismo bajo la
tutela del propio dictador y aquí lo tenemos.
No solo
expulsaron al francés, sino también a los llamados afrancesados, que compartían
sus ideas y a los liberales, que desde otro púlpito pregonaban ideas similares
a las del francés. Digo expulsaron cuando debería decir persiguieron y
asesinaron. Los que lograron escapar se llevaron con ellos todo un capital intelectual
imposible de medir.
Aquí se
quedaron los analfabetos, de un lado, del lado de la miseria y los cuatro listos
del otro, del lado rey, de los que mandan, Fernando, su camarilla, la iglesia y
el ejército.
Este es a
grandes rasgos el mapa social de España en esa época.
Tras años
de gobiernos y desgobiernos, de pobreza, de miseria, de ilusión, de pérdida de
la ilusión, conseguimos lo que parece que siempre hemos buscado, es decir, nada.
Pasamos de ser la primera potencia mundial a ser lo que somos hoy, una mierda
pinchada en un palo, por mucho que se empeñen los absolutistas de hoy en
presentarnos lo contrario.
Bueno,
seguimos sin ser nada hasta que salió otro salvador, Francisco, y más de lo
mismo, guerra, miseria y hambre. Y otra vez iglesia (que esta vez se pasó confiriendo origen divino al poder del enano), ejército y dictador, el
mismo esquema que con Fernando. Por supuesto este "capullo", ya que por su estatura es como si no hubiese acabado de florecer, también tuvo sus
apoyos en el pueblo, que si bien, algo menos analfabeto, seguía marcando unos índices
elevadísimos.
Entre la gente llana el clientelismo, favorecido por el
caciquismo, reforzó el poder de este elemento de pequeña estatura y muy malas
ideas. Pero, si hubiese tenido carroza, no le habría faltado gente para tirar de ella
en vez de los caballos; pero esto sigue siendo España, la misma de siglo y
medio atrás. Por supuesto la persecución de los contrarios al régimen fue una
constante, (designada por la Iglesia como cruzada, ¡te cagas!), lo cual contribuyó, otra vez a la fuga de talentos.
Pues bien,
dicen que muerto el bicho muerta la rabia. De eso nada, en la actualidad, pleno
siglo XXI, la era de la tecnología, de la información, del postmodernismo,
seguimos emulando los tiempos pretéritos, que parece que nos persiguen, y
estamos en las mismas, con un gobierno absolutista de mayoría absoluta, apoyado
por la iglesia y las fuerzas de represión del Estado, que se pasa por el forro
al pueblo, con un príncipe al que nadie quiere casado con una Nanci, (más
nuestro que la Barbie) un rey impuesto, quebrado y gastado. Recortando derechos
y libertades a su libre albedrío, proteccionismo exacerbado de la empresa
privada a costa de cargarse los servicios públicos básicos, la sanidad y la
educación, y que sigue produciendo una incesante fuga de talento fuera de
nuestras fronteras. Y con todo esto hay gente dispuesta a tirar de su carroza. Es
que no hemos aprendido nada. Quizás es que España es así, no sabemos lo que
queremos si ser ciudadanos libres o súbditos aborregados, visto lo visto no hay
más.
Juan Carlos
Vázquez
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