jueves, 17 de octubre de 2013

EL ABSOLUTISMO DEMOCRÁTICO DEL SIGLO XXI.



Rajoy en uno de sus sueños de gloria

la invasión francesa de principios del siglo XIX, unió a los habitantes de la metrópoli, de lo que hasta entonces fue el gran imperio español, con el fín de librarnos de estos seres intrusos e ilustrados, que solo unos años antes se abanderaron revolucionarios, bajo las premisas de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Esos personajes que se sublevaron con uñas y dientes contra el poder en manos de una monarquía y una nobleza que tenía al pueblo francés sumido en la miseria, solo unos años después de su revolución, intentaron dominar a sus vecinos del sur, lo cual resulta a todas luces incongruente; pero así fue y así nos lo han contado. Los invadidos por ellos, nuestros antepasados, se unieron en la lucha contra el ejército ocupante, en torno a unos ideales, entre los que destacaban: su apoyo al rey, a la fe católica y el amor a la Patria; además, por supuesto del odio a los franceses.
Pues bien, tras vencer a los franceses, consiguieron lo que querían, volvió el rey, la Iglesia y la Patria; pero tras tantas muertes y sacrificios, fueron premiados con un rey que no querían y que instauró el absolutismo, una Iglesia que solo pensaba en lo que hasta entonces solo había pensado, es decir, en incrementar sus riquezas. Y volvió la Patria, una España unida por la opresión de un absurdo monarca ambicioso y estúpido. Total, tanta sangre para qué, para que después de todo, lo único que consigues es que te dejen el culo como un bebedero de patos.
Esta es una pequeña parte de nuestra Historia que debemos recordar y de la que debemos aprender, ya que los protagonistas de la victoria no fueron ni el ejército ni las tropas del Monarca y los Señores feudales, fueron las guerrillas. Por decirlo de una forma simple, logramos expulsar al organizado y firme ejército francés a pedrada limpia, tal como nos recuerda Goya en varios de sus grabados de la serie “los Desastres de la Guerra”.
En los tiempos que corren hoy en día, seguimos igual que en el que corría por aquel entonces, antes descrito, en el sentido de que somos igual de idiotas; pero con una diferencia, tenemos en nuestras venas horchata, en lugar de sangre. Y nuestra pose habitual es en pompa, con el culo al aire, para que el poder de turno haga cosas feas con nuestro orificio de salida de excrementos, digo de salida, ya que este boquete, a no ser por voluntad propia tiene solo dirección de salida.
La crisis actual, fruto del capitalismo aberrante, ha llevado a nuestro pueblo a una situación miserable, por mucho que intenten vendernos otra moto. Hecho que podemos refrendar con las cifras de paro, las pérdidas de garantías sociales, el retroceso en materia de salud y educación, la impunidad de los delitos fiscales realizados por los gerentes políticos,…y en definitiva el empeoramiento de la calidad de vida.
Situación digna de una auténtica revuelta social, como las producidas a fines del siglo XIX y principios del pasado lustro, en las que el pueblo, digo pueblo refiriéndome a las clases menos pudientes, con el refuerzo y apoyo de los nuevos movimientos políticos y sindicales, se sublevaban contra los estamentos de poder en pro de las mejoras salariales y de sus condiciones de vida.
Hoy vivimos una alternancia política bipartidista cual moderados y liberales, si bien menos sangrienta, no por ello menos perjudicial para el pueblo. Más aún cuando uno de los dos partidos mayoritarios alcanza el poder con mayoría absoluta y concentra en torno a él los tres poderes, en una especie de cuasi absolutismo constitucional monárquico con la venia de un pueblo resignado a su suerte. Esta forma de gobierno en mayoría dirige la política con criterios irrevocables por una oposición ninguneada que no tiene nada que hacer.
Vivimos la política del ya denostado “aquí mando yo, por la gracia de Dios”, en la que las antiguas instituciones oligárquicas han recuperado pleno poder y dirigen el curso de la sociedad a su antojo. La Iglesia recupera su importante papel de épocas pretéritas y las altas esferas sociales incrementan sus beneficios a partir de un empobrecimiento cada vez más acelerado del pueblo oprimido y sin fuerzas ya ni para la protesta en la calle.
La política basada en el miedo al futuro para llegar al poder, sobre la base de la única elección posible entre el caos y la austeridad, solo puede conducirnos a la pérdida de todo lo conseguido con años de esfuerzo, sudor y sangre, que no es otra cosa que el adiós al llamado “Estado del Bienestar”. Según dice Castell en uno de sus artículos para el diario digital “público.es”, se argumenta que en tiempos de crisis no da para estos lujos, llamando lujos a tener un trabajo digno que te permita comer todos días y algún pequeño capricho de vez en cuando. Pero la salida de esta situación, tal como asegura el sociólogo Vicenç Navarro en su libro “Hay Alternativas”, no pasa por lo que dictan los mercados, sino por no perder el Estado del Bienestar, ya que este es la base de la productividad y de la competitividad, gracias a la investigación, la educación, la salud pública y las garantías sociales. Ya que estas consolidan e incrementan el capital humano, el cual en un círculo vicioso genera productividad y competitividad.
El todopoderoso Rajoy, en su trono absolutista, o no se entera o no quiere enterarse. Si no se entera pase; pero si no quiere enterarse es que es tonto.

Juan Carlos Vázquez.

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