Mineros
sucios y pobres, vaciando las tripas de la tierra para que el patrón amontone
el beneficio del trabajo de los otros. Jugándose la vida y la salud para el
enriquecimiento de los de siempre, de los de traje limpio y corbata planchada
por manos de criada. Bajando a las oscuras tripas de la tierra, para sacar el
mineral y ponerlo a los pies del de los zapatos limpios.
En su mesa
no faltará un mendrugo pan y un trozo de tocino; pero no busques más, lo que
aquí falta en la mesa del de los cubiertos de plata lo encontrarás.
Esto era así
sin duda en tiempos de mi abuelo, que fue minero, minero de los que bajaban a
la mina, no de los que se quedaban arriba, trabajando en otras tareas aéreas. Fue
minero en un pueblo de Teruel que hoy pertenece a la Comarca de las Cuencas
Mineras, (en Aragón tenemos Comarcas, ya que en algún sitio hay que pagar los
favores del clientelismo político). Vivió la guerra, de la cual salió
orgulloso; pues logró traspasarla sin matar a nadie. Pescaba y cazaba lo que
podía, buscaba setas, plantaba un pequeño huerto, tenía en casa gallinas y
conejos y uno o dos cerdos. Era grande y fuerte, como todos pensamos que son
los de la mina, y en sus ojos siempre una sonrisa cómplice. Llegó a ser
encargado o capataz de una mina y sus compañeros siempre han hablado muy bien
de él: era un buen jefe, si te mandaba hacer algo, él era el primero que se
manchaba las manos. Como se suele decir vulgarmente, predicaba con el ejemplo.
No solo era trabajador incansable, también le gustaba la juerga y creo que algo
de esto me ha dejado en herencia, me refiero a lo segundo. Si viviese hoy, me
lo imagino encabezando una de esas manifestaciones, sin miedo a lo que se le
ponga por delante; aunque visto de otra forma, no fue nunca partidario de las
revoluciones, era un hombre de paz; pero en fin, uno puede imaginar lo que le dé
la gana. Además la idealización que yo hago de mi abuelo, además de intentar
adecuarla a mis deseos, es totalmente libre y fantástica
Hoy no es
así la mina, pero no es así porque ellos lo han hecho posible, con su lucha diaria dentro
de la mina y otra más dura y costosa fuera de ella. Con uñas y con dientes, con
sus picos, con palos, con lo que fuera se enfrentaban a quien hiciera falta,
poco tenían que perder más que la vida. Una vida que se jugaban a diario en su
trabajo. Hoy la mina no es lo que era; pero quien envidie al minero que no lo
dude y que se calce sus botas.
Los fallecidos
recientemente en el pozo Emilio del Valle en León, salieron de la galería con
su vida ya robada, como si la tierra no quisiese dejarlos marchar y de esta
forma se queda con ellos. Sus cuerpos inertes volverán para siempre a la
tierra, que esta vez no les ha dado oportunidad de continuar fuera de ella.
Lágrimas opacas por el negro polvo, dolor y recuerdo.
Ahora, solo silencio. D.E.P.
Juan Carlos
Vázquez