martes, 12 de junio de 2012

BAJO LA PIEL DEL HOMBRE.


Óleo mío titulado Andalucía
como siempre yo me lo guiso y yo me lo como
El hombre nace en el seno de una familia, salvo el niño de Gila, que cuando nació su madre estaba de compras y nació solo. Salvo este, como decía, todos nacemos en el seno de una familia, dentro de la cual desarrollaremos nuestra socialización primaria. Nuestros padres y hermanos nos enseñarán y guiarán en nuestro descubrimiento como personas. Nos instruirán en las normas básicas de relación y de convivencia, tan necesarias para enfrentarnos al mundo en un futuro.
Creceremos y al crecer iremos ampliando nuestro círculo, en la convivencia en la escuela, en el grupo de iguales, en el barrio, etc. Posteriormente en el grupo de trabajo y en multitud de grupos humanos, dentro de los cuales desarrollaremos unos roles diversos y conformaremos una personalidad sólida y saludable. (O así debería ser)
Entre todo esto ha pasado desapercibido un hecho trascendental, ya que su adquisición ha sido secuencial y dentro de un círculo determinado, me refiero a la adquisición del lenguaje. Esta es la herramienta principal del ser humano, que nos distingue de los demás seres y nos brinda la posibilidad de convertirnos en seres sociales y por lo tanto en seres políticos. Tan natural como que el hombre se puede comunicar es que el hombre es un ser político. Esto se explica en la propia capacidad de lenguaje del hombre, la sociedad es una gran red de memoria compartida, es comunicación. El lenguaje nos permite diferenciar lo bueno de lo malo, lo permitido de lo prohibido. Las leyes son lenguaje social compartido por todos.
Según Aristóteles, . “Los seres humanos necesitamos de la comunidad política para ser lo que somos. Necesitamos compartir esa memoria colectiva de usos, costumbres, saberes, leyes, destrezas... en definitiva, cultura, para ser lo que somos. No podemos empezar siempre desde cero sin perder nuestra humanidad. El Estado existe naturalmente”.
La diversidad del hombre es la base de un estado imperfecto, hetereogéneo, ya que si fuese una unidad perfecta se autodestruiría. Por tanto el Estado es un todo, dentro del cual existen multitud de diferencias. Debe por tanto regularse, establecer unas normas, unas leyes que regulen la multiplicidad de voluntades individuales.
Según este clásico las leyes regularán la convivencia y se orientarán hacia la plena realización humana, que para él es la felicidad. Esta tarea es encargada a la justicia, gracias a la cual se armonizarán equitativamente los derechos y los deberes de todos los miembros de la comunidad.
Según este pensador se podían establecer varios tipos de gobierno. Según criterios cuantitativos dependiendo del número de gobernantes o según criterios cualitativos, atendiendo a lo justo o injusto de los mismos, a si su objetivo es el bien común o el beneficio particular.
Así, el gobierno de uno solo sería la Monarquía, si es justo o la Tiranía, si es injusto.
El gobierno de unos pocos sería la Aristocracia, en su versión justa o la Oligarquía, si es injusta.
El gobierno de muchos es la Democracia como versión justa y la Demagogia como visión injusta.
Vemos como hace siglos el hombre pensaba, y sus pensamientos pueden traducirse a la actualidad, pese a habernos pegado puñetazos en infinidad de ocasiones unos contra otros, con unos vencedores y unos vencidos unas veces y cambiando los papeles otras.
Pese a eso seguimos teniendo y manteniendo tiranías, oligarquías y demagogias.
Es como si estuviésemos naciendo continuamente, embutidos en nuestros errores de siempre.
Tengo un amigo, que sin ser filósofo, me decía que lo mirase y que le dijese qué era lo que veía. Sin dejarme siquiera pensar la respuesta, se anticipaba y él mismo se respondía. “Solo ves pellejo, debajo hay mucho tío”.
El hombre es complejo, complejidad que lo hace más simple que el mecanismo de un chupete. El hombre es transparente y visible gracias a esa masa de órganos forrados.
Nadie engaña a nadie que no sea él mismo.
El Rey es pellejo, al igual que Rajoy, Zapatero y todos estos ilustres petimetres de nuestra escena política. Si les quitamos el pellejo, como si de un traje se tratara todos mostrarían el mismo y repugnante aspecto.
En cuanto al alma, a la parte metafísica no forrada de piel, las diferencias son notables en nuestra especie; pero no, únicamente, porque las conexiones neurológicas sean dispares de un individuo a otro, ya que, en sí, estas son unas diferencias básicas. La mayor diferenciación de los individuos no se debe, en casos normales, a los diferentes niveles de inteligencia, cualidad difícilmente cuantificable, sino a aspectos meramente sociales. Me explico, el aspecto físico, el vestir, la forma de hablar, la condición diferente de partida condicionan la mirada del otro. Es esta mirada del otro la que establece las diferencias insalvables entre los individuos.
No quiero decir, en absoluto que todos seamos iguales, sino que la mayor parte de las diferencias están condicionadas por aspectos puramente sociales.
Pongamos un ejemplo: un negro vendiendo discos pirateados y un negro trajeado con un maletín de piel, o un mendigo haraposo y un Rey, (no voy a decir el nuestro por no cansar, aunque yo pienso en él). La mirada del otro, la nuestra establece una escala de valoración de unos y de otros, atribuyendo unas cualidades que no vemos a unos y a otros, incrementando las diferencias en los valores sociales, personales y metafísicos, inteligencia, emociones, etc. Quizás el ejemplo del rey no sea todo lo didáctico que debiera para explicitar mi discurso; pero pensemos en un rey ideal; o mejor pensemos en un ejecutivo cualquiera de esos que se pavonean por los centros de las ciudades con aires de grandeza y superioridad por llevar el traje más planchado que el cristal de un escaparate.
Lo que realmente nos diferencia es, por lo tanto, la mirada del otro y los valores que practicamos, es decir la acción ética que nos define frente a los demás.
Esa mirada del otro, la mía, como ser político, me conduce a concluir que nuestros gobernantes, lejos de buscar el bien común, buscan el particular, dejan de ser justos y pasan a ser injustos, con lo que transforman el gobierno de todos, la democracia en demagogia, que es lo que tenemos hoy día, una demagogia autocrática, tiránica y oligárquica, en el que unos pocos se han hecho con todas las parcelas del poder, como si el propio poder fuese inherente a su clase, derrumbando todos los fundamentos de la justicia y de la ética política.
Estos seres forrados de pellejo han producido la indignación del pueblo al que sirven y se han convertido en simples pellejos repugnantes, vacíos de toda ética y de toda dignidad, cualidad que reside únicamente en el pueblo. Dignidad que mantiene al ser humano en pie y que siendo lo único que posee en propiedad defenderá con su vida si fuese necesario. Así que señores pellejos, tengan cuidado con sus mentireros políticos, que un pueblo indignado es capaz de todo.

Juan Carlos Vázquez

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