Nunca nadie habría descrito mejor esa etapa de nuestra vida robada con la complacencia y el beneplácito del gobierno y de la sociedad en general. Tiempo secuestrado en vidas finitas en el justo instante que empiezan a abrirse al futuro incierto.
Gracias de nuevo amigo por compartir esto conmigo y por dejarme compartirlo, a su vez con todos aquellos que tengan a bien leer esta página, que enriqueces con tu prosa desde el tímido anonimato.
Progenie de tiempos moribundos y castrenses clausuras, donde antaño héroes sin honor y galenos del espíritu, empuñaban báculos de ira y fuego, regando los yermos despojos con torrentes de sueños rotos que acabaron convirtiendo en secano los corazones. Tiempos de hambres insaciables y silencios ensordecedores, vidas esclavizadas por la estulticia de mentes mezquinas y almas famélicas y enlutadas.
Alboreamos nuestras primeras inquietudes a la luz del Demos renacido tras la extinción del primigenio bubón. Ácratas obedientes en cautiverios sin puertas desafiaban silenciosos la voz y el látigo, pertrechados de traviesa audacia y hedonista masoquismo. Conocedores del valor de la sana burla y la carcajada noble, de carreras atropelladas e inofensivas sangrías. Cómplices inseparables del candil sin luz y la telaraña dulce.
Ajenos a la potestad de Cronos asistimos al banquete de Eros mientras Dionisos bendecía nuestras libaciones y en ágoras improvisadas reclamamos nuestra génesis. Sangramos en la copa, brindamos en la arena y como púgiles sin cicatrices retamos a la vida.
Ebrios y poderosos danzamos al son de los cantos de sirenas mientras perpetramos bacanales fallidas, arribamos a cien puertos, consultamos oráculos y desenvainamos espadas sin filo para seguir siendo náufragos ignorantes de nuestra suerte.
Celosas Circes ponían en hora sus relojes de arena augurando condenas perpetuas mientras permanecíamos impacientes a que Atenea nos reclamara tras pagar nuestras fianzas. Acompañamos a Selene en su destierro y nos ocultamos de Apolo en el nebuloso reino de Morfeo.
Las Moiras, cansadas de zurcir nuestros ropajes reclamaron inexorables nuestros salvoconductos. Rompimos filas y la falange fue derrotada uno a uno por las hijas de Afrodita, arpías en formas delicadas y aún más delicadas intenciones. En nuestra huida nos arrojamos por pretiles de plata al implacable rio de la vida y lo que antaño fue Uno dejó de serlo para convertirse en Muchos.
Le hicimos la competencia a Hércules en trabajos sin alma que no compraban tronos ni financiaban epopeyas, únicamente costeaban resignados simposios con propios los menos y ajenos la mayoría. Mientras ausentes soñamos con pasadas hazañas en tierras lejanas burlando a ciclopes iracundos o sorteando en olímpicos festivales al Minotauro. Ateridos por la fría realidad añoramos el común abrigo de un vellocino que mitigara nuestra penetrante y multitudinaria soledad.
Ofreceremos como sacrificio nuestra vida a Hermes para no tener que vivir en un tonel sin la protección divina y más compañía que la del sabio perro, pues el amor ni es eterno ni remedia soledades y mucho menos compra candiles con que buscar a los condenados al ostracismo.
Afortunados aquellos que tenaces y pacientes les fueron concedidos permisos de residencia en Ítaca y aún con la memoria y la esperanza perdida pudieron sabiamente reconocer a Penélope, recompensados con esa otra oportunidad que el destino ofrece a los audaces y a los afortunados capaces de ver más allá de las estrellas.
A LOS INERMES COMPAÑEROS DE ARMAS.
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