Santiago con bastón, sin cigarro y banderas de España de fondo |
Este Histórico de la política, de la política de izquierdas,
en unos tiempos difíciles para ella, con sus virtudes y defectos nos deja para
siempre, tras 97 primaveras en este mundo, en plena lucidez que le permitió
soportar halagos y padecer remordimientos por lo que los otros, los de siempre,
dicen que hizo. Los tiempos en que desarrolló su activismo político, fueron
malos tiempos, bañados en sangre por una estúpida guerra entre hermanos que
no dejó de terminar nunca, ridícula, trágica y sangrienta trifulca que
perdieron los que siempre pierden, y pierden porque siempre son muchos y nunca
son uno solo, pierden porque están divididos en su lucha contra el que sí que
es siempre uno. Derrotados por culpa de las disputas internas, de su división
interna, frente a los que siempre permanecen unidos, en bloque. Y es que este
país tiene un serio problema, que no es otro que el exceso de “izquierdas”, el
exceso de sindicatos, frente a una y única derecha. “Divide y vencerás”, máxima
que pesa sobre nuestras izquierdosas espaldas, a modo de losa que nos
resistimos a soltar y enfrentar.
En la lucha contra la derecha, enemigo en aquellos tiempos,
adversario político en épocas posteriores y enemigo de nuevo en la actualidad,
hay que estar unidos por una ideología común y compartida, en una y única
izquierda. De otra forma nos caen las hostias por todos los lados y del tamaño
de los panes de hogaza. Esta lluvia de hostias nos deja más tontos que a Piter
Pan que ve las abejas con vestido.
Santiago nos dejó en un día clave; pues gracias a su muerte,
la noticia de que Esperanza, Esperanzita Aguirre, dejaba la política pasó a los
anales de la comunicación sin pena ni gloria, los Ppopulares se quedaron con
las ganas de darle bombo y rebombo a su noticia, de ofrecerle dedicatorias y
agradecimientos a modo de odas elegíacas a su Santa Patrona de Madrid. Que le
den, que se vaya, que hacer ya ha hecho bastante, sobre todo con la Sanidad y la Educación , y tranquilos que hambre
no pasará y además tampoco me creo que nos haya dejado. Quien sí nos deja y
para siempre es Santiago y es quien me importa, a la “Espe que le dén”.
Me gustaba escucharlo en la radio, esa voz nonagenaria,
tranquila, de alguien que no tiene nada que perder ni esconder, sin prejuicios;
la voz de una vida gastada y vivida conforme a unas ideas que defendió a capa y
espada. Una voz de una cadencia que empapaba el aire, impregnada del saber que da el tiempo ya vivido, y un discurso enriquecido por su adicción, casi enfermiza, a la
lectura. Con su cigarro como compañero de viaje, bañado en aromas a libro nuevo
y a libro viejo, con sus gafas empañadas de años, con su frente manchada con
las manchas del tiempo y con una mente en perfecto estado de revista, nos deja,
para siempre, no como Espe, y lo hace en un día que le rinde tributo, un día
que se viste de gris para despedirlo.
Adiós, espéranos donde estés, y que se te haga larga la
espera, que no tenemos prisa por reunirnos contigo; pero que sepas que no te
olvidamos y que de tu paso en este mundo quedarán tus actos que es lo que
importa. Hoy día es difícil ver ese tipo de personas, personas dispuestas a
perder lo que más quieren, la vida, la libertad, por defender unas ideas que
consideran justas. Faltan personas como Él, falta ideología, hoy estamos
plagados por sectas de políticos de ideología por herencia, no por verdad.
Nuestros abanderados gozan de plena inmunidad y los círculos de poder están
cerrados a los de siempre y han convertido la política, y con ella el poder en
algo heredable de padres a hijos, o lo que es aún peor, de dirigentes hacia sus
bastiones, a modo de los antiguos reinos, como podemos ver en la Comunidad de Madrid, donde al
dejar el Alcalde su puesto, pasa a ocuparlo su segundo, o en la presidencia de
esta Comunidad, en la que al dimitir Esperancita, coloca en su lugar a su
perrito faldero, y los madrileños a callar.
Falta gente como tú y me sobran izquierdas, solo necesitamos
una; pero fuerte y sobre todo una, de no ser así, estamos perdidos y estamos
regalando el pan al enemigo, que ahora vuelve a serlo.
Juan Carlos Vázquez