El hombre por desgracia para él y para su propia especie,
además de por definición, es un ser social, o al menos eso nos han hecho creer
y aprehender desde los más remotos inicios de la filosofía, sociología y demás
ciencias humanas.
Y al ser esto así, nunca podrá ser libre, libre del todo
quiero decir, te dirán que sí, que lo eres; pero ten cuidado con lo que haces o
dejas de hacer; porque esa libertad es una falacia. Este condicionante social
limitará a las personas a desarrollar todo su potencial creativo cuando este se
sitúe en la frontera delimitada por la religión, la ética, las leyes o demás
barreras culturales y sociales, creadas por nosotros y por nadie más, se supone
que en pro de una convivencia pacífica y de un desarrollo integral de la
especie..
El ser humano realmente libre es aquél que encontrándose
sólo, sin contacto de ningún otro ser de su propia especie, separado del más
cercano a él por kilómetros y kilómetros de distancia, es totalmente capaz de
ser él mismo. A nadie pueden dañar las injurias que lance al viento, a nadie
puede ensordecer su grito y ningún imbécil le podrá decir que no haga lo que
este se muere de ganas de hacer.
La libertad plena está por tanto en el propio interior del
hombre, y este será libre siempre que viva conforme a los dictados que emanen
desde sus propias tripas.
Siendo así, solo hay un problema, la especie humana se
acabaría, por ello el hombre, como el resto de los animales desconcienciados
necesita aparearse, para, en una acto de egoísmo o de amor, procrearse en toda
su amplitud, parecido e imbecilidad. De tal forma que la estupidez se transmite
por vía sexual, como el sida y las enfermedades venéreas.
Al juntarse y aparearse, el hombre cae en su propia trampa,
pues aunque quien elige es él, o ella, no escoge a un solo individuo, o
individua según el caso, sino que este o aquella van con el kit familiar
incorporado, y aunque con estos no te acuestes, los tienes hasta en la sopa y
si no quieres, tendrás sopa hasta para desayunar, aunque te entren las
canaleras de la muerte.
En este momento dejas de decidir sobre tu propia vida, para
relegar esta labor en estos seres que tú no has elegido; pero ahí están. Lo
mismo sucede en caso contrario, en el de la pareja.
Sin querer ajo, ración doble y sí, sí quiero; y para toda la
vida.
Ese hombre, o esa mujer, que independientemente eran libres
han entrado a formar parte de una red social de primer orden y por ello
sagrada, la familia; la familia política, que sin efecto de continuidad se
adhiere, o eso se pretende, a la familia sanguínea. La familia sanguínea, como
la he llamado, no es tampoco elegida; pero es en la cual has desarrollado tu
personalidad y las relaciones en su interior se basan en el afecto. La familia “política”,
se basa en una relación indirecta teniendo como nexo de unión el cónyuge en
cuestión, hablemos de el, de ella o de lo. Las relaciones aquí impuestas
dependerán de la aceptación que este grupo proporcione al nuevo miembro invasor,
y por lo tanto extraño. Se basará en ideas, estereotipos o simples
pensamientos, infundados en gran parte; pero avalados por el consenso de los miembros
de pleno derecho, los integrantes sanguíneos.
Este consenso no es necesario en el caso de los patriarcados
y matriarcados, que por desgracia perduran en la actualidad, y no me refiero
exclusivamente a remotas civilizaciones perdidas e ignoradas en Borneo o
Tailandia.
Pues bien, ya estamos todos, ahora qué, pues ya se sabe,
discutir no se debe, decir lo que piensas tampoco, acatar los dictámenes
impuestos por patriarcas, matriarcas, o cualquier otro con capacidad y mérito
para ejercer como tales, en ausencia o no de los primeros; a morderte la
lengua, a no poder levantarte en calzoncillos o incluso a no poder ir en
pelotas cuando el calor aprieta, a las comidas y excursiones programadas no por
ti, en definitiva, debes hacer lo que otros dictan y si no quieres problemas
cómete los mocos y te callas.
Dejas de ser quien eres para convertirte en parte de algo
más grande y complejo; pero por grande y complejo no te enriquece, todo lo
contrario, te anula como unidad individual. Esa individualidad es rechazada y,
además, voluntariamente cuando decides formar una pareja; pero hasta ahí es
hasta donde tú eliges, hasta la pareja, el número dos, más no. Y si el número
dos te parece poco y se decide por ambas partes de la pareja ampliarlo, será
por consenso entre esas dos partes, nadie más deberá intervenir en esas decisiones.
Para ser libre una vez absorbido por una red familiar
extensa, solo te queda la opción de la espeleología profesional, y perderte
durante temporadas más o menos largas en cuevas que por su orografía sólo
quepas tú y quien tú quieras. Esas cuevas son en sentido figurado el propio
pensamiento que sale del interior de cada uno, y en ese pensamiento individual
y único es donde eres el rey de tus propios actos y en el único lugar en el que
serás feliz, pues el hombre que no es libre nunca podrá ser feliz, podrá como
mucho desperdiciar una vida, desparramarla en el tiempo, vaciarla sin sentido.
Cuando la sociedad no te deja expresarte, la incomodidad de
la existencia no te deja dormir y eso es muy malo y puede ocasionar trastornos
mentales irreversibles.
La vida es corta y hay que vivirla intensamente; pero claro
está para ello solo hay dos condiciones o que seas libre de verdad o que si no
estás solo, te dejen de dar por el saco y puedas serlo.
Juan Carlos Vázquez
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