miércoles, 8 de agosto de 2012

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO.

Metamorfosis, óleo sobre tela
autor: yo (¡yo lo guiso yo me lo como!)

Hoy me he levantado, como todos los días, con el ruido de la voz de mi locutora de las mañanas de la radio. Seleccioné esta emisora, tras un cuidado y largo proceso, considerando que la melodía de su voz era lo más oportuno y agradable de escuchar cada día en su comienzo. Nada de músicas que unos días son suaves y otros estridentes, y nada  de levantarme con el señor Jiménez Lozanitos. Un día, por error se quedó el aparato sintonizado en la COPE, y por la mañana se conectó el despertador en esa frecuencia, jamás me he levantado más rápido de la cama, ni me he dirigido con mayor presteza a apagarla. Lo de este señor es de miedo, terrorífico, te levantas con ganas de asesinar a tu periquito, no, no, este descartado. Si no seleccionas bien el sonido de tu despertar, parece que duermes mal pensando en lo que te deparará la radio al comenzar el nuevo día.
El despertador, su típico sonido, sus zumbidos estridentes, son tan desagradables que creo que nadie lo usa hoy en día, a no ser aquellos con verdaderos problemas para despojarse de las sábanas.
A los cinco minutos, como medida de precaución suena un tono suave y melódico del teléfono móvil. Este está programado a modo de seguridad, ante una posible cabezada que me devuelva al mundo de lo imposible y me impida levantarme a la hora medida y calculada.
Tras vencer en la batalla conmigo mismo y con mi pereza, me levanto y, en ayunas, me tomo la pastillita diaria, a ciertas edades todos tenemos una u otra pastillita diaria.
Me dirijo al cuarto de baño y me quito lo que me queda de sueño con un “capucete”, con las manos en forma de cuenco recojo agua que estampo contra mi cara. Repito la operación dos o tres veces, saboreando y sintiendo el agua fresca. Con la cara mojada, levanto la cabeza, al tiempo que a ciegas, con la mano más cercana a la toalla, intento alcanzarla. Tras lograrlo, me seco y al ver mi imagen reflejada en el espejo, la sorpresa. No puedo dar crédito a lo que ven mis ojos. En el espejo no estoy yo, el que ha usurpado mi sitio es otro, y no otro cualquiera. Cierro y vuelvo a abrir con la esperanza de que desaparezca la visión; pero no, el idiota del espejo no se iba ni cambiaba, seguía siendo el que ví en un principio y además imitaba mis gestos a la perfección. No podía ser, de ninguna manera, quien estaba al otro lado del espejo era Rajoy. Como un estúpido, como si realmente fuese él, comencé a desarrollar las estrategias idiotas para asegurarme de mi cierto despertar y de que me había convertido en lo último que me habría gustado convertirme. Tocaba el espejo con una mano, retirándola con rapidez, me giraba y reviraba con rapidez, hacía verdaderas tonterías, no dignas en mí, ya que no iba borracho; pero sí lógicas en el otro yo.
La hostia, me he convertido en el tonto que no sabe pronunciar la “ese”. Cómo voy a salir a la calle, como iré al trabajo, como podría camuflar esta apariencia imbécil. Si me reconocen por la calle me lincharán, y no digo nada de mis compañeros, sindicalistas o no del Trabajo, no, no debo salir de casa. Como justifico que bajo esta idiota apariencia estoy yo y yo no soy él, acabaría , a buen seguro, con una de esas camisas que tienen las mangas atadas a la espalda. Esto es el fín, pensé mientras notaba que se me aceleraba el corazón y crecía mi intranquilidad e inquietud en busca de una solución.
Como me he podido convertir en la persona a la que más asco le tengo, como me voy a tener asco a mí mismo, como separar el asco por mi exterior del aprecio a mi yo de verdad que no se ve. Ya no es lo que pase fuera de casa, eso ya casi ni me preocupa, lo que me inquieta es soportar este aspecto que me asquea, ¡coño!, una cosa es ser feo, gordo, tonto, lleno de granos, jorobado, tuerto; pero Rajoy…, no hay mayor castigo, ¿qué habré hecho en esta o en otra vida para semejante castigo?.
Armado con más valor que un capitán troyano, decido cambiar mi aspecto rajoniano, me afeito la barba, me quito las gafas y me comienzo a rapar el pelo; pero, estando en ello, la figura del espejo va adoptando un nuevo personaje y como en esas escenas de ordenador, la imagen afeitada, sin gafas y a medio pelar, se transforma en otro ser conocido por todos para nuestra común desgracia. Rajoy se ha ido y en su lugar otro ser repugnante ocupa el hueco dejado, mi hueco. Montoro, es Montoro, Montoro, soy Montoro. No, rogué a Dios, aunque no sea del todo creyente en esas cosas; pero ya se sabe que en la desesperación siempre se busca un apoyo superior, de otro mundo, de otra existencia no terrena. Si Rajoy mal, este otro tonto del culo, por el estilo, yo soy yo, no Montoro, ni Rajoy. Esto debe ser una broma de la cámara oculta; pero desmonté el espejo y allí no había cámaras, además, comprobé la realidad de mi patética percepción en todos los espejos de casa.
Ese aspecto de pijo sevillano, calvo por arriba y largo con ricitos ridículos por detrás, me sentaba en mi cara de culo de Montoro, ridículo. Me duché y salí en pelotas al balcón, la gente pasaba y los que vieron al tonto de Montoro en el balcón como su madre lo trajo al mundo, no debieron reconocerle. Solo una mujer dijo ¡guarro tápate, no te da vergüenza!. Me escondí dentro de casa; pero me dio una idea, salir a la calle y dejar que la gente me insulte y me escupa, como si realmente fuera Montoro. Me gustaría pegarme de hostias a mí mismo, ya que nunca tendría oportunidad como esta de joder a estos cabrones; pero Rajoy ya se me ha ido de rositas. Me dí una leche, casi me caigo de culo, me dolió a mí, no al capullo de Montoro. Me fije en la pirula y la tiene enana, esto a título de anécdota y para conocimiento de todos, además parece como si sintiese atracción por los hombres que veía desde el balcón; pero esto no lo puedo asegurar del todo, lo de la pirula doy fé.
De nuevo me dirijo al baño para quitarme esta ridícula apariencia de señorito del PP, continúo afeitándome la cabeza y desaparece Montoro y va apareciendo De Guindos, grito desesperado y con el grito de Guindos se va y va apareciendo Aznar, mi desesperación se transformó en locura y me decido a buscar una cuchilla para seccionarme la yugular, o un cuchillo, aunque sea de sierra, para hacerme el Harakiri y acabar con este cabrón y con esta banda de cabrones, y sobre todo con mi sufrimiernto.
De repente una hostia impresionante me devuelve a la realidad empapado en sudor, mi mujer alterada y preocupada me pregunta que me pasa, mientras tanto en la radio mi locutora de las mañanas situaba Aragón en alerta amarilla por altas temperaturas.

Juan Carlos Vázquez

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