Quizá no sea del todo corriente esta escena y llegue a llamar la atención de nuestra sentada razón. Lo que nadie puede poner en duda es el pingüino, ni el mar, ni que este se pasee por la orilla del mar con la elegancia que caracteriza a estas pequeñas aves . Si estoy de acuerdo en lo extraño de su atavío; pero esto es un tema menor, sin importancia, que podría llegar a ser real, si lo disfrazamos de esa guisa. Lo realmente increíble es la presencia de este animal en las playas andaluzas.
Esta escena provoca en nosotros una sonrisa; pero imaginemos que en lugar de un solo ave se nos presentan así ataviados cientos de estos seres de aguas frías en nuestro cálido refugio veraniego...A buen seguro que el efecto producido sería total y radicalmente distinto.
Ahora imaginemos en ese mismo escenario, en nuestra mundialmente conocida costa, un centenar de bailarines rusos vestidos con sus gruesos abrigos y sus gorros polares en pleno mes de agosto. Y vamos a seguir imaginando a cientos de personas venidas de, por ejemplo, Siria. Imaginemos que son familias enteras, vestidas con todo lo que tienen y que son dejadas por el mar en la fina línea que define la muerte de una ola. La muerte de esa ola que viene de su vida en el mar y que es la vida de esas personas que vienen de una muerte segura al otro lado del mar.
Hijos de una guerra estúpida, de un semen sangriento con bandera a tierra ensangrentada que besan la fina línea de la nueva tierra de un occidente cristalino y puro.
Imaginemos que los veraneantes ya no se ríen, imaginemos que con la llegada de estas personas los bañistas protestan por no poderse bañar, imaginemos que ya nadie se ríe, imaginemos qué hacer con estos nuevos inquilinos, no son pingüinos y no hacen gracia, no son rusos del ballet Boltsoy, son solo personas como nosotros; pero que al igual que las aves y los rusos no son de aquí. Ahora miramos a los de aquí, los bañistas, que tampoco lo son. quiero decir que tampoco son de aquí, son rusos, ingleses, marroquíes, turcos, alemanes, franceses, españoles y hasta algún catalán. Pero sobre estos nadie se ha preguntado nada y no es extraña su presencia en nuestras costas.
En fin, ¿dónde se habrá metido el puto pingüino con bermudas, camiseta y gafas de sol?, entre tanta gente lo he perdido de vista.
Juan Carlos Vázquez.
Desde mi más profundo respeto y admiración por esas familias, valientes personas, que huyendo de una muerte segura abandonan su vida pasada buscando un futuro. Es un derecho, y por tanto hay que exigirlo. Mientras que su tiempo se acaba, el nuestro lo empleamos en colocar alambradas repletas de cuchillas y no pasa nada, el domingo todos a misa, que es fiesta de guardar. Amén.
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