Collage, autor yo |
El puto árbol que estaba debajo de mi
balcón, ese viejo pino que me reservaba del sol de verano y que en invierno,
cuando más se agradece su visita me impedía verlo, cubriéndome de sombras vivas.
Hoy en su lugar custodia mi casa una grúa de esas que llevan una cesta
portapersonasquecortanlosárboles, pintada en color verde, como si con ello, este
artilugio mecánico pudiese suplantar la belleza de mi árbol.
Ese puto árbol, aunque de hoja
perenne, marcaba el cambio de las
estaciones, echando chitos nuevos que se anticipaban a la primavera, como
gritando al viento que el invierno se acaba, y desde mi casa, tras los
cristales de las ventanas, se oía su alegría. Ese árbol testigo mudo de más de
veinte años de mi vida, apostado frente a frente a las habitaciones orientadas
al sur de mi modesto piso, como fiel guardián.
Con sus ramas se asomaba por los
huecos de mis cortinas avisándonos de su presencia con un movimiento suave,
siempre a favor del ritmo que marcaba su amigo el viento, que lo mecía en un
baile suave y lleno de armonía, como si quisiese dirigir lo que en mi casa
aconteciese.
Cuantas veces mirando sus ramas
conseguíamos ver más allá de lo que la vista nos alcanzaba. Nos dejaba
traspasarlo y nos remontaba a aquellos momentos o lugares pasados o futuros a
los que queríamos ir, y así pasaba el tiempo. Él desde fuera, en la calle,
soportando frío y viento y lluvia y sol; nosotros desde dentro, en casa. Ahí
estaba, siempre en su sitio, inmutable, limpiando nuestro apestoso aire de
polución y mierda, y aunque es solo un árbol, un puto árbol resinoso y
pringoso; le teníamos cariño. En navidad lo adornábamos desde el balcón y lo
uníamos a nuestra fiesta, como uno más, hasta recuerdo que una vez, también
desde el balcón le limpié una herida, una de esas cochinas bolsas de
procesionaria, que como un cáncer con metástasis habría acabado con su vida.
No ha hecho falta enfermedad alguna,
los técnicos del Ayuntamiento, montados en su jirafa de color verde articulada
han sesgado trozo a trozo sus miembros amputándole la vida en trozos de no más
de medio metro. Ahora yace, bajo mi balcón triste ya sin su guardián, deshecho
y desmembrado como un puzle desbaratado, como un osario de huesos sin nombre, y
frente a él, aparcada, alzada victoriosa, la monstruosa máquina de cabeza de
cesta y cuello alargado que la observa desde lo alto como retándolo a que no se
levante.
Ahora la luz inunda todo,
veintitantos años después, pero es triste.
Juan Carlos Vázquez.
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