domingo, 8 de marzo de 2015

CUANDO TREINTA Y TRES FORMAS DE DECIR BOBO A UN BOBO NO SON SUFICIENTES,

Nada hacía presagiar que un pequeño defecto en la voz del presidente fuese el síntoma inequívoco de una somera y crónica estupidez. Es por ello que en un principio, al igual que pasó con un insigne Borbón, se le calificase con el apelativo de Hechizado; pero con el paso del tiempo este atributo no pudo seguir escondiéndose tras este adjetivo y se pasó directamente a llamarlo “el presidente bobo”. Este, como bobo que era, se rodeó de personajes de la corte gubernamental cuya inteligencia no sobrepasase la suya propia, por lo que llenó su país de gobernantes bobos, de forma que todos ellos, al ser más estúpidos que él le rendían incondicionalmente pleitesía.
Es así que en Aragón, residuo del antiguo Gran Reino, que junto con Castilla ayudó a configurar lo que fue la primera potencia mundial y que hoy en día es, simple y llanamente, nuestro pobre país, colocó a una señora de su confianza al frente del gobierno
Las gentes que poblaron el antiguo reino de Aragón eran personas humildes, más bien pobres y aunque cabezotas se distinguían por su nobleza y valentía. Tal es así que con las únicas armas de sus manos y sus propias vidas hicieron frente a múltiples invasiones y resistieron cruentos sitios que diezmaron su población. Es una tierra dura y fría, regada por las aguas del Ebro y pese a ello encierra dentro de sí un gran desierto secano, los Monegros.
Estas gentes, herederos genéticos de aquellos valientes, no merecen el desgobierno de una señora de pelo a lo maruja y de alta alcurnia, cuyo culo ansía uno de los sillones del Gobierno Central, como Tampoco el castigo de tener un presidente “bobo”.
Este pueblo aragonés, curtido por la historia en mil batallas, se enfrenta hoy a un enemigo mucho más cruel, la desidia, el abandono y el ninguneo de un presidente bobo de remate y su esbirro con faldas y pelo cardado, fiel e incondicional a su amo y señor bobo. Prueba de ello ha sido la respuesta del gobierno de los bobos ante la última invasión sufrida por esta tierra, una invasión de guerreros de agua, de hidrógeno y oxígeno, que como Atila han arrasado todo lo que han encontrado a su paso. La furia de un ejército de río imposible de combatir. Ahora desolación, cadáveres de unos 20.000 animales, miles de hectáreas arrasadas, fango, barro, podredumbre y tristeza.
Los habitantes miran hacia un horizonte negro enfangado de mierda y sin fuerzas, como sus antepasados sitiados. Pero no acaba aquí su derrota, aún tienen que soportar la visita a escondidas del presidente bobo, una semana después de la amarga tragedia, con su corte de bobos de zapatos encerados sin polvo ni barro. Su nobleza al mezclarse con su agonía, frena sus ansias e impulsos violentos al oír las declaraciones del presidente bobo ante los medios, ya que nadie en el reino lo vio, y en las que decía, sin pudor, como bobo que es, que no sabía qué hacía aquí, que a él lo habían traído; pero que no nos preocupásemos que el gobierno de los bobos hará todo lo que pueda para solucionar esta situación.
A todo esto, detrás del bobo mayor del reino y al acabar su discurso ante las cámaras de televisión, su discurso de palabras bobas, se oyen unos aplausos solitarios provenientes de unas manos ensortijadas y encremadas de una dama de alta alcurnia, la boba de aquí, fiel pupila y gobernante de pelo de maruja que olvida su tierra y su gente y alaba a su ídolo bobo de zapatos negros encerados sin barro.


Juan Carlos Vázquez

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