Nada hacía presagiar que un
pequeño defecto en la voz del presidente fuese el síntoma inequívoco de una
somera y crónica estupidez. Es por ello que en un principio, al igual que pasó
con un insigne Borbón, se le calificase con el apelativo de Hechizado; pero con
el paso del tiempo este atributo no pudo seguir escondiéndose tras este
adjetivo y se pasó directamente a llamarlo “el presidente bobo”. Este, como
bobo que era, se rodeó de personajes de la corte gubernamental cuya
inteligencia no sobrepasase la suya propia, por lo que llenó su país de
gobernantes bobos, de forma que todos ellos, al ser más estúpidos que él le
rendían incondicionalmente pleitesía.
Es así que en Aragón, residuo
del antiguo Gran Reino, que junto con Castilla ayudó a configurar lo que fue la
primera potencia mundial y que hoy en día es, simple y llanamente, nuestro
pobre país, colocó a una señora de su confianza al frente del gobierno
Las gentes que poblaron el
antiguo reino de Aragón eran personas humildes, más bien pobres y aunque
cabezotas se distinguían por su nobleza y valentía. Tal es así que con las
únicas armas de sus manos y sus propias vidas hicieron frente a múltiples
invasiones y resistieron cruentos sitios que diezmaron su población. Es una
tierra dura y fría, regada por las aguas del Ebro y pese a ello encierra dentro
de sí un gran desierto secano, los Monegros.
Estas gentes, herederos genéticos
de aquellos valientes, no merecen el desgobierno de una señora de pelo a lo
maruja y de alta alcurnia, cuyo culo ansía uno de los sillones del Gobierno
Central, como Tampoco el castigo de tener un presidente “bobo”.
Este pueblo aragonés,
curtido por la historia en mil batallas, se enfrenta hoy a un enemigo mucho más
cruel, la desidia, el abandono y el ninguneo de un presidente bobo de remate y
su esbirro con faldas y pelo cardado, fiel e incondicional a su amo y señor
bobo. Prueba de ello ha sido la respuesta del gobierno de los bobos ante la
última invasión sufrida por esta tierra, una invasión de guerreros de agua, de
hidrógeno y oxígeno, que como Atila han arrasado todo lo que han encontrado a
su paso. La furia de un ejército de río imposible de combatir. Ahora
desolación, cadáveres de unos 20.000 animales, miles de hectáreas arrasadas,
fango, barro, podredumbre y tristeza.
Los habitantes miran hacia
un horizonte negro enfangado de mierda y sin fuerzas, como sus antepasados
sitiados. Pero no acaba aquí su derrota, aún tienen que soportar la visita a
escondidas del presidente bobo, una semana después de la amarga tragedia, con
su corte de bobos de zapatos encerados sin polvo ni barro. Su nobleza al
mezclarse con su agonía, frena sus ansias e impulsos violentos al oír las
declaraciones del presidente bobo ante los medios, ya que nadie en el reino lo
vio, y en las que decía, sin pudor, como bobo que es, que no sabía qué hacía
aquí, que a él lo habían traído; pero que no nos preocupásemos que el gobierno
de los bobos hará todo lo que pueda para solucionar esta situación.
A todo esto, detrás del bobo
mayor del reino y al acabar su discurso ante las cámaras de televisión, su
discurso de palabras bobas, se oyen unos aplausos solitarios provenientes de
unas manos ensortijadas y encremadas de una dama de alta alcurnia, la boba de
aquí, fiel pupila y gobernante de pelo de maruja que olvida su tierra y su
gente y alaba a su ídolo bobo de zapatos negros encerados sin barro.
Juan Carlos Vázquez