jueves, 16 de octubre de 2014

EL EXTRAÑO MISTERIO DE LA PRIMERA PERSONA DE LA CONJUGACIÓN DEL VERBO DIMITIR.


Solución teológica para quien no dimita























Los caprichos del lenguaje han hecho posible que en España haya desaparecido la primera persona del presente de indicativo del verbo dimitir, “yo dimito”. Este verbo, en este tiempo verbal, ha quedado huérfano del “yo”, por lo que los efectos de este nunca afectarán a la persona que lo conjuga.
Podemos ir más lejos y augurar que dicho verbo, dimitir, que implica una acción concreta y definida, está en trámite de perder no solo esa primera persona; sino toda la conjugación en tiempo presente. Me explico, la posibilidad de dimisión en tiempo presente es cada vez más remota, lo cual amenaza a reducir este verbo a su forma, simple o compuesta, futura y siempre en condicional. De esta forma, la dimisión en sí, o más bien el acto o acción de ella, será relegada siempre a un futuro indeterminado, nadie dimite hoy, en todo caso dimitirá, pero no en el sentido de un tiempo perfecto y delimitado.
Esta indeterminación y no concreción de los límites de ese tiempo futuro, que nos permitiría delimitar un segmento temporal en el cual se producirá la acción, está justificado, por regla general por una serie de condiciones que pueden estar relacionadas o no con la propia acción de dimitir. Este condicionamiento hace que este tiempo verbal futuro se convierta en un futuro condicional, con lo cual el suceso o acción puede o no producirse.
Resumiendo, hemos pasado de una acción realizada en un tiempo presente y concreto, definido por la forma verbal “yo dimito”, a una forma futura imperfecta y condicional de la forma “Yo dimitiría si”…, o,  “yo dimitiría siempre que”…
Este hecho tiene otra lectura desde un punto de vista social; ya que la dimisión afecta a la persona implicada directamente en un hecho, siendo esta persona responsable de algún área concreta de actividad de su empresa o institución. Se produce, o mejor dicho debería producirse, por una mala gestión,  un error irreversible, por  simple consejo o petición de sus superiores, por oposición rotunda a los criterios a imponer, o por cualquier otro motivo; pero siempre dentro del vínculo contractual entre una persona y una institución o empresa. Las personas que pueden tomarse el lujo de dimitir, aunque no lo consideren así suelen tener un status social elevado, lo que nos conduce a la protección de estas por el fenómeno del corporativismo existente a estos niveles en la escala social. Por lo que no serán sus compañeros los que pidan su dimisión; pues además del corporativismo, a estos niveles de la escala social, quien más quien menos, y perdonarme la expresión, tiene “cogidos de los huevos” a sus compañeros de nivel, todos hemos oído en numerosas ocasiones la frase de “tirar de la manta”, usada como amenaza si… Esta frase, que suele conjugarse también en futuro condicional, debido sobre todo a la imposibilidad de que la dimisión se produzca y como esto es así, que nadie dimite en tiempo presente, en España, también sería absurdo tirar de la manta antes de que se produzca el hecho que lo provoca.
Por consiguiente, la petición de dimisión suele provenir siempre de los niveles de status inferiores, o en todo caso de los adversarios políticos, (siempre que tengan sus huevos a salvo). Lo que hace que en el primer caso se desprecie la sugerencia y en el segundo se tome como algo cotidiano y normal. Ni en uno ni en otro caso suele producirse el desenlace deseado.
Vemos como el lenguaje tiene la fascinante capacidad de adaptarse a la realidad, deshaciéndose de tiempos verbales que no se usan y subrayando los tiempos futuros que sí se usan. Podemos concluir que no es el desgaste y el uso hasta el hastío lo que hace modificar la lengua, sino el desuso, como bien sabemos y como demuestra el argumentarlo anterior.
Esto supone un empobrecimiento de nuestra cultura lingüística, por lo que me gustaría animar a los que pueden y deben hacerlo a que usen esta forma verbal en este tiempo concreto, el presente, el hoy, aquí y ahora. Para ello me gustaría nominar al Consejero de Sanidad Madrileño, a la Ministra de Sanidad, a todos los defraudadores relacionados con las tarjetas “negras”, a todos los relacionados con el caso de los “eres”, a todos los directivos de banca que han logrado con su esfuerzo e ineptitud hundirla, a todos sindicalistas implicados en corrupción o corruptela, etc…Todo por nuestra lengua y por salvaguarda de nuestra cultura.

Juan Carlos Vázquez

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