Los tópicos españoles se hacen ciertos y dimensionales,
cuando los ciudadanos de este país, los que son y los que quieren dejar de
serlo, se enfrentan a una realidad dicotómica definida por la tradición o el
cambio. Cuando surge el conflicto, visto como oportunidad, las personas dan un
paso atrás, incluso los más proclives a los procesos continuistas, o
tradicionalistas.
Si bien es cierto que la situación política, social y
económica es la que es y no vamos a entrar a discutir en detalle esta cuestión,
nada impide que deba dejar de ser así, de hecho si en algo se están volcando
los esfuerzos políticos, ("esfuerzos políticos" es una construcción a base de dos contradicciones, al igual que "inteligencia militar") es en acabar con esta situación a todos los niveles
mencionados (al menos eso es lo que pretenden hacernos creer). Así, nos hablan
de transparencia, como contrapeso o insecticida de la corrupción, de la “reforma
laboral” o de la “reforma económica”, como herramientas para el cambio de la
situación social y económica; aunque, que quede claro que he dicho “nos hablan
de”, no que pretendan llevar a la práctica eso de lo que nos hablan. Hablar
es solo eso hablar, y hablar podemos hablar todos; pero lo importante es la
traslación de los propósitos hablados a la realidad práctica, a la vida
cotidiana.
El Cambio es un proceso natural en la evolución humana,
es más bien su proceso; pues sin cambio no hay evolución. No quiero decir que
la estabilidad no sea en sí misma otro propósito, que lo es, pero es más bien un
descanso del guerrero, un respiro en el camino a seguir, no la meta final.
Por tanto el cambio es necesario y el conflicto es
positivo ya que facilita el proceso del cambio; pero como decía al principio,
llegado el momento nos agarramos a lo que unos instantes antes nadie quería,
nos entra el miedo, el pánico al cambio.
Pánico agravado por esas estructuras
que, aunque creadas para lo contrario, se convierten en garantes de la
situación presente, de la perpetuación de las estructuras tradicionales, obsoletas e
irracionales en pleno siglo XXI. Me refiero a los medios de comunicación en
masa, sistemas dogmáticos arrodillados ante el “status quo”, que, como no puede
ser de otra forma, favorece a los que favorece, que son siempre los mismos, y
claro, yo no soy uno de ellos.
Hemos superado muchos procesos de cambio, pues la vida
humana es eso, cambio, un cambio en sentido de mayor perfeccionamiento a nivel
humano, como personas que somos y a nivel social, como “homo - socionas” que somos,
digo “homo - socionas” (término inventado gracias a mi sutil intelecto vespertino y que
espero que no sea registrado por la
RALE ), porque no vivimos solos, aislados perdemos nuestra
esencia natural, (Aristóteles ya hizo referencia a esto). Esta imposibilidad de aislamiento es fácilmente comprobable
empíricamente, si no decirme quien de vosotros, al perderse en cualquier país
del rincón más escondido del mundo no se ha topado con un español que se ha
encargado de recordarte que no puedes vivir solo, que te acaban de joder las
vacaciones idílicas que soñabas, o sea, que eres un "homo - sociona".
Somos, conscientemente o no, los constructores de la
realidad en la que vivimos y que condiciona nuestras acciones. Como decía Max
Weber los constructores de nuestra propia “jaula de hierro”.
Los cambios a los que me refiero han sido muchos y muy
variados, a nivel personal solo tenemos que ver nuestra propia evolución y a
nivel social no tenemos más que abrir la ventana del pasado. Unos cambios han
sido violentos y otros pacíficos; pero todos ellos con el trasfondo de un
conflicto o una conjunción de ellos. Cambios estructurales, cambios políticos,
cambios sociales, cambios económicos, cambios culturales, etc. En los cuales
hemos trascendido situaciones de un tiempo concreto para llegar a un futuro que
inmediatamente se trasforma en pasado.
Recordemos el lema que hizo posible la victoria de
Felipe, no el VI, el González, “por el Cambio”, y no nos dio miedo, aunque
quizá debió dárnoslo. Al fin y al cabo cambio, y por mi parte es por lo que
merece recordar a este señor, por el término cambio, concepto que nos unió y
que no nos asustó, y que nos hizo tirarnos a la piscina sin comprobar si había
agua. Aunque una vez en el poder la rosa roja se marchitase por los abonos
neoliberales y que propiciaron estos lodos.
Luego volvimos a cambiar, aunque no radicalmente al del
bigote, que, en este momento de resaca, no recuerdo su nombre y tampoco lo
deseo; no se si mis náuseas se deben al recuerdo de este o a los tragos de
ayer, pero lo importante es que fue otro cambio, a peor si cabe.
Sin embargo, tras unas doce Constituciones en nuestra
historia moderna, nos presentan la última como la definitiva, un documento de
casi cuarenta años como el fin máximo al que podemos aspirar. Es el dogma, el
canon “legis legisti”, (esto también me lo he inventado, más que nada porque
parece que si introduces un latinajo viste más, y sobre todo porque la resaca
me tiene la cabeza un poco rara). Y como además lo votamos por amplia mayoría,
no hay nada que hacer, es intocable.
Esta inviolabilidad se refuerza con estupideces que la
justifican desde los púlpitos de la prensa mediática, haciendo sátira infunda
del sentido común, que en la pseudopolítica adscriptiva y heredada actual,
además de ser común es íntegro puesto que no se usa. Así, ante el conflicto
surgido por una cuestión de plena actualidad, ¡desde 1931!, como es el dilema
Monarquía – República, el dilema es incuestionable y obvio, sobre la base
constitucional de una constitución con más tiros dados que los palillos de la
caseta de la feria. Y punto.
Tampoco creo necesario que tenga que haber referéndum para elegir la ropa que me tengo que poner mañana, ¡me pondré la que me de la
gana!, siempre que no lo publique en twiter, a la vista de cómo se están
poniendo las cosas. La última República, la segunda, se proclamó tras haber
perdido las votaciones por los votos del medio rural y por el caciquismo
enquistado en nuestra sociedad y que aún persiste. Pero la sociedad la quiso y
se realizó. De lo que sucedió después, “paso palabra”.
No soy monárquico, soy contrario al sostenimiento de
estructuras obsoletas y opuestas al cambio, la Iglesia , el ejército, la
monarquía, instituciones institucionalizadas por tradición. Dicho esto mi más
sincera gratitud hacia los que se hacen llamar “juancarlistas”, que ellos
sabrán lo que es eso, tanto en mi nombre, por lo que a mí me toca, como en
nombre de todos los "Juan Carlos" del mundo, gracias de verdad por vuestro
reconocimiento a nuestra labor.
Y por último recordar una frase que en forma de grafiti
encontré escrita en un muro de no recuerdo dónde, que decía algo así como: “la Democracia es el arte de
ejercer la libertad de poder votar antes de verse obligado a cumplir órdenes”.
Juan Carlos Vázquez
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