NO COMENT, SE ALIMENTAN DE LATAS |
Estos seres,
conocidos, de sobra, suelen ser varones de más de treinta y cinco años, personas
aparentemente normal, trabajadora, pertenecen a esa gran clase media, hoy día
en extinción. Son ciudadanos medios, ciudadanos sí, no de pueblo, de ciudad. Y
digo ciudadano no de pueblo porque es ahí, en este pequeño detalle sin
importancia aparente donde radica su interés. Este personaje está casado y con
hijos en número variable, tenemos así Rodríguez de uno, dos, tres o más hijos.
Es igual, esto no influye en absoluto sobre el concepto al que quiero referirme
en este escrito, “el Rodríguez”, reconocible por nuestras calles y barrios por
su aspecto externo, actitud altiva cuan Quijote de su propia historia, cierto
desaliño bañado con un sobrio aire de libertad de tetrabrick recuperada.
Vamos a
fijarnos en ese conjunto de actitudes manifiestas externas que nos hacen perfectamente
reconocibles a los individuos de esta
subespecie humana temporal.
En su
vida cotidiana invernal, son personas difícilmente diferenciables de la gran
masa, forman parte de esa perfecta homogeneidad de seres que madrugan, más o
menos, se dirigen a sus trabajos (los más afortunados), con los trajes
planchados y perfumados suavemente, el pelo y la barba afeitada, los zapatos
limpios, la cabeza baja, con actitud más bien sumisa, y la mirada fijada en el
reloj que le indica y marca su destino diario. Salen del trabajo con puntualidad
germana, para comer con su familia, tras los besos, risas y enfados del
invierno. Y, por la tarde, de nuevo al trabajo, para volver a salir del mismo
con la misma puntualidad del mediodía y dirigirse de nuevo a casa. Besos, risas
y enfados, un poco de las deprimentes noticias televisivas mientras se cena y a
dormir, que mañana hay que madrugar de nuevo.
Así uno y
otro día, nuestro Rodríguez se camufla entre la masa social uniforme y
uniformada laboralmente, y pasa el invierno…el duro y largo invierno, para dar
paso al periodo estival tan ansiado, marcado por esas vacaciones ideales de
ensueño, que nunca resultan como las planeamos. Esas vacaciones que han ocupado
grandes intervalos del pensamiento del individuo, durante su trabajo o durante
sus espacios de ocio personal. Siempre ha estado presente el verano, con el
calorcito, las niñas con sus ligeros vestiditos, la playa, la piscina, las
niñas con sus bañadores insinuantes, los papás con sus protuberantes tripitas, el
exceso de Barón Dandi, el calor, … ansiado cuando no se tiene y odiado cuando
se padece.
Pero ya
llegó, ya estamos en verano, con sus vacaciones de agosto, o de cuando sea;
pero un mes o quince días solamente, un mes o quince días en la inmensidad del
año del invierno más largo de los inviernos. Las vacaciones escolares y los
pueblos, que se comienzan a llenar de abuelos y niños y madres sin maridos, y
maridos de fin de semana, a modo de matrimonios fijos discontinuos. Y por otro
lado las ciudades llenas de maridos sin mujeres, sin mujeres de maridos con
pueblo. Y las calles parecen poseídas por zombis eufóricos con la cabeza llena
de planes de libertad y diversión, como barcos sin ancla ni capitán en medio
del océano de la estupidez. Bares de ciudad habitados por seres solitarios de
la cama sin hacer de un día para otro, de trajes sin plancha, de barbas dejadas
a su libre albedrío, incontroladas. Armados de una prepotencia y narcisismo
ridículo que los hace crecer en su propia idiotez. Mareados por el olor de su
nauseabunda colonia, usada a modo de sustituto de la ducha. No hay Rodríguez
que piense que no es deseado por las escasas damiselas urbanas del verano, que
no se crea el James Dean de su propio narcisismo fruto del estado rodriguero.
Algunos,
incluso, se lanzan a la noche, da igual que tenga que madrugar al día
siguiente, esa noche es el rey y quizás echará una cana al aire. ¡Una mierda pa
ti rodrigón!, acabarás, acabarás quizá, tirado en el hueco de la cama por el
que saliste esa misma mañana con un “cogorzón del 10 y medio”, y por supuesto
solo, solo con tu alcohol infiltrado en sangre y tu tontería. Pero libre, libre
y feliz de serlo, al menos unos días de verano en los que lo que te salva es el
fin de semana, aunque tengas que afeitarte y comer con tu suegro. Comerás algo
diferente a una lata de lo que sea, comerás hasta sopa si hace falta y serás
feliz sabiendo que pronto llegará de nuevo el lunes y volverás a ser el rey de
tu reino sin nadie. Volverás a ser por fin, de nuevo, Rodríguez, don Rodríguez.
¡Viva el
verano!,¡Viva el trabajo y los días entre semana!, ¡Viva San Rodríguez!.
Salud y
República y a Rajoy “que le dén”, que es verano y paso de él.
Juan
Carlos Vázquez.
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