Óleo.- "La última tentación", por lo del papam. autor yo mismo |
Noam
Chomsky debió añadir una estrategia de manipulación mediática a las diez ya descritas,
me refiero a la manipulación por aburrimiento o costumbre. Se trata de hacer
vulgar un hecho que debería ser atípico, como por ejemplo la corrupción, el
robo, la estafa. Cuando los medios manipuladores al servicio del vicio del
poder se empecina en amortiguar un escándalo y disiparlo en los polvos del
viento que asola el Zaragozano invierno, lo consigue, no hay duda. El escenario
en el que desarrollan la actividad las élites políticas y económicas de nuestro
país es una selva putrefacta de lianas corrompidas, envuelta en un hedor que se
puede pesar y que solo ellos pueden respirar. Pero ahí están y no hay quien los
mueva, mientras que para nosotros ese ambiente es irrespirable, ellos se
rebozan en él; lo que a nosotros nos indigna a ellos les engrandece y los hace
más fuertes.
Es como
si existiese una lucha entre clases ricas y clases populares, con un gran
barranco entre ambos. Desde el lado rico las élites poderosas enseñan el culo a
los del otro lado, al tiempo que con la cabeza revirada les enseñan la lengua
haciendo pedorretas. Los pobres, al otro lado del precipicio, les tiran piedras
que no llegan a su destino, les escupen con saliva que se lleva el viento del
barranco, les gritan con sonidos que se pierden en el eco y no alcanzan el otro
lado. Esta situación de impotencia hace que los pobres se desquicien, se
indignen, se cabreen, incluso entre ellos. Este pseudo odio les impide buscar
una solución colectiva simple, hasta que un hombrecito pequeñito, casi
invisible, delgado, sentado en una piedra viendo el espectáculo, les dice a sus
compañeros del lado pobre: no os canséis ni os cabréis. Mirad dónde están ellos
y donde estamos nosotros. Ellos sin nosotros no son nada, son lo que son porque
nosotros así lo consentimos. Aprovechad que están separados de nosotros y
vivamos sin ellos, no les dejemos cruzar a nuestro lado. Si hacemos esto no serán
nada y acabaremos con ellos, de cualquier otra forma se nos reirán.
Los allí
presentes, entendieron las sabias y calmadas palabras del anciano, dieron media
vuelta y cortaron el único puente que unía ambas partes. Fueron felices y
comieron lo que quisieron, mientras los del otro lado sufrieron y se comieron
su propia prepotencia.
Ese
puente es el que debemos tirar, podemos aislar a esta morralla elitista y rica
con lo que nos roba. Debemos ignorarlos, quitarles los micrófonos que ellos se
plantan en sus labios para poder reírse de nosotros, debemos ningunearlos
cuando acuden con sus séquitos a dar discursos o a exponer sus vanidades a
nuestros pueblos y ciudades, debemos desertizar sus mítines. En definitiva,
hacer como que son invisibles, verlos como a insectos molestos que podemos
aplastar con un tortazo.
No puede
ser posible que con lo idiotas que son nos hayan convencido de que la culpa es
nuestra y que solo ellos pueden salvarnos, cuando realmente, son los que nos
han hundido en el fango y encima se nos ríen y nos llaman tontos. No, yo no,
que os den a todos por donde amargan los pepinos.
Juan
Carlos Vázquez
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