viernes, 5 de agosto de 2016

Cuento triste de un caballero pobre y una bella princesa, pobre también, una noche de verano

Qué te pasa princesa?, le preguntó el caballero de la armadura oxidada, al ver los ojos enrojecidos de su bella dama.
Nada, le contestó; pero en ese nada había implícito un mensaje que daba a entender todo lo contrario, ese nada quería decir "otra vez te vas", ese nada quería decir "de nuevo me quedo sola, de nuevo te vas solo", ese nada quería decir "aquí me quedo triste, allá te vas triste". De igual forma ese nada era como un "mejor que no te lo cuente, no quiero preocuparte".
Pero el caballero no soportaba ver así a su hermosa niña, como el le solía llamar, y seguía insistiendo; aún sabiendo lo que sucedía, ¿qué te pasa?.
Pero ella estaba cerrada en sí misma, se creó su propia torre y se colocó sus grilletes de aire que la aprisionaban en su propio yo, y respondía "nada" tantas veces como fue interrogada.
Cierto es que las historias de caballeros errantes y bellas damas son casi calco las unas de las otras, al menos en los aspectos generales. Estas historias están marcadas por la distancia como principal característica. Los caballeros embutidos en sus pesados trajes metálicos, cabalgando de aquí para allá; pero siempre lejos, en busca de aventuras y victorias, cuando lo que realmente desean es estar junto a su dama. Las princesas por su lado, a su propia vida atadas, ardiendo en deseos de correr hacia su caballero.
Pero, pese a sus verdaderos deseos vuelven a ensillar su caballo una y otra vez para partir de nuevo; mientras su princesa contempla desde el balcón su partida. Ambos llenan sus ojos de lágrimas saladas que resbalan por sus mejillas cuando giran sus miradas en sentidos contrarios tras realizar un leve gesto de despedida.
Así, uno queda...el otro se va, el uno queda y el otro se va, el uno queda y el otro se va...
Tristeza, sufrimiento, melancolía, recuerdos, esperanzas,...Agrio menú, remojado con un vino de lágrimas.
Estos son los protagonistas de los cuentos que nos narraban de pequeños y con los que de forma casi imperceptible, nos preparaban para el cuento de nuestra propia vida. Una forma sutil de adiestramiento para el futuro, con el fin de evitar que el pobre se rebele.
Las princesas de hoy, (aunque también las hay ricas y podridas de dinero, maniquíes cebados por los pobres y vestidos con el dinero de estos por los mejores modistas del mundo, que son las menos), son princesas pobres y los caballeros de las novelas medievales son simples personas, agobiadas por sus mierdosos trabajos de mierda con sueldos más mierdosos si cabe, que funcionan como el gran lastre de las armaduras antiguas. El trabajo como la armadura es necesario para la supervivencia de los caballeros, para soportar los espadazos continuos del fantasma de la pobreza. 
Y dicho esto, nada cambia, y quizá es de lo que se trata, de que nada cambie, que las personas, cuya gran parte son pobres, se conformen con ser meros engranajes de esta gran maquinaria que es la sociedad, pero la sociedad al servicio del gran interés, no del interés personal y particular de nuestras princesas y nuestros caballeros pobres.
Y aquí, qué es lo que le queda al pobre, ¿el servilismo?, ¿el conformismo?. El autoconvencerse de que esta es su situación, que esta es la realidad que le ha tocado vivir. Autoconvencimiento reforzado con las promesas religiosas de una vida mejor o de los mensajes institucionales en pro del orden social. Las personas quedan reducidas a zombies, muertos andantes, muertos en el mundo de la esperanza y la ilusión; pero vivos sin alma en "el mundo real" 
En esta situación el pobre caballero enamorado se pregunta ¿dónde están los poetas?, ¿hay otro mundo posible?. ¿qué es de este mundo sin amor y poesía?, nada.
Así, nuestro protagonista; caballero errante y pobre, se coloca su armadura para partir a ese mundo plagado de poetas y locura, ese otro mundo posible donde, en la distancia, lo espera su amada con una tierna sonrisa. Hacia ella cabalga...



Juan Carlos Vázquez


No hay comentarios:

Publicar un comentario