Yo mismo, en mi salón, esperando la lluvia |
Para dividir el grano entre trabajadores y señores feudales era imprescindible que dicho grano existiese realmente.
Con el capitalismo y el desarrollo de las finanzas esto ya no es necesario, de tal forma que; aunque resulte paradójico, el grano se reparte entes de la cosecha.
Ese momento de la cosecha, ese tiempo tan esperado, hoy en día no tiene mayor importancia.
Con esto de la globalización, y puntualizaremos que este término se refiere únicamente a aspectos económicos, o más bien financieros, tenemos la sensación de que el mundo es uno, total e interrelacionado en todos sus aspectos, y que las denominadas fronteras solo existen como líneas en los mapas geográficos. La globalización, ha unido a los pueblos y a las sociedades de todo el mundo, sus culturas se entremezclan y las distancias entre puntos lejanos se han reducido hasta el punto de poder casi negarlas.
¡Y una mierda como un piano!. Las fronteras son aún más patentes que hace unos años, hasta el punto de que para cruzar muchas de ellas hoy día no baste con un pasaporte; sino que es necesario un visado como refugiado político. Las fronteras son cada vez más altas entre países pobres y países ricos. Los más pobres ya ni siquiera sirven de contenedores de mierda a los países dominantes, a los reinos hegemónicos de hoy día.
Al mismo tiempo que estas fronteras se han vuelto impenetrables para personas, se han hecho mucho más permeables para el capital, mejor dicho, para las finanzas. La finanzarización se ha convertido en un fantasma incontrolado de flujo de bienes inmateriales que superando tiempo y espacio recorren la superficie del planeta con total impunidad cometiendo atrocidades en unas partes del globo al mismo tiempo que enriquecen a una reducida porción del mismo.
Las finanzas no esperan a la época de la cosecha para recoger su fruto, sus beneficios se reparten antes de que tenga lugar esta.
Las finanzas han superado la realidad, situandose en el reino de la especulación y de la adivinación del futuro, en una especie de mundo surreal, el Mundo de la economía surrealista o por qué no, en el mundo de la poesía de amor.
Los amantes desesperan, gimen, lloran, rien pensando en essa amada lejana, casi desconocida. Imaginando un futuro de felicidad sin fin. Imaginando un futuro...y, ¿acaso no es esto lo que siente el avaro?, ¿no es esto lo que siente el capitalista?. ¿No tienen estos sentimientos encontrados los cabrones que imaginan como germinará en un futuro su podrido dinero?.
Mientras tanto, los campesinos miran al cielo y esperan con ansiedad que llueva y los amantes cierran los ojos imaginando un futuro junto a su amada.
Juan Carlos Vázquez
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