martes, 13 de octubre de 2015

El amor, la agricultura y las finanzas en una tierra seca; pero cubierta de ciemo

Yo mismo, en mi salón, esperando la lluvia
En la antigüedad reciente, en la época feudal, la producción antecedía al capital, siendo más precisos, al beneficio, de tal forma que era tras la cosecha cuando se repartían los frutos de la misma.
Para dividir el grano entre trabajadores y señores feudales era imprescindible que dicho grano existiese realmente. 

Con el capitalismo y el desarrollo de las finanzas esto ya no es necesario, de tal forma que; aunque resulte paradójico, el grano se reparte entes de la cosecha.

Ese momento de la cosecha, ese tiempo tan esperado, hoy en día no tiene mayor importancia.

Con esto de la globalización, y puntualizaremos que este término se refiere únicamente a aspectos económicos, o más bien financieros, tenemos la sensación de que el mundo es uno, total e interrelacionado en todos sus aspectos, y que las denominadas fronteras solo existen como líneas en los mapas geográficos. La globalización, ha unido a los pueblos y a las sociedades de todo el mundo, sus culturas se entremezclan y las distancias entre puntos lejanos se han reducido hasta el punto de poder casi negarlas. 

¡Y una mierda como un piano!. Las fronteras son aún más patentes que hace unos años, hasta el punto de que para cruzar muchas de ellas hoy día no baste con un pasaporte; sino que es necesario un visado como refugiado político. Las fronteras son cada vez más altas entre países pobres y países ricos. Los más pobres ya ni siquiera sirven de contenedores de mierda a los países dominantes, a los reinos hegemónicos de hoy día.

Al mismo tiempo que estas fronteras se han vuelto impenetrables para personas, se han hecho mucho más permeables para el capital, mejor dicho, para las finanzas. La finanzarización se ha convertido en un fantasma incontrolado de flujo de bienes inmateriales que superando tiempo y espacio recorren la superficie del planeta con total impunidad cometiendo atrocidades en unas partes del globo al mismo tiempo que enriquecen a una reducida porción del mismo.

Las finanzas no esperan a la época de la cosecha para recoger su fruto, sus beneficios se reparten antes de que tenga lugar esta.

Las finanzas han superado la realidad, situandose en el reino de la especulación y de la adivinación del futuro, en una especie de mundo surreal, el Mundo de la economía surrealista o por qué no, en el mundo de la poesía de amor.
Los amantes desesperan, gimen, lloran, rien pensando en essa amada lejana, casi desconocida. Imaginando un futuro de felicidad sin fin. Imaginando un futuro...y, ¿acaso no es esto lo que siente el avaro?, ¿no es esto lo que siente el capitalista?. ¿No tienen estos sentimientos encontrados los cabrones que imaginan como germinará en un futuro su podrido dinero?.

Mientras tanto, los campesinos miran al cielo y esperan con ansiedad que llueva y los amantes cierran los ojos imaginando un futuro junto a su amada.


Juan Carlos Vázquez

domingo, 4 de octubre de 2015

ENTRE LA REALIDAD Y LA ILUSIÓN SIEMPRE HAY UN PUTO ESPEJO QUE LOS SEPARA, ¿O QUIZÁ NO?

Al mirarse en el espejo, este le devuelve la imagen de una bella princesa. ¡Hostia!, - exclamó-.

En un principio el joven quedó asombrado, o más bien asustado, ante aquel espectro inesperado; pero, a pesar del temblor incontrolable de todo su cuerpo, se quedó frente al cristal que separaba esos dos mundos, el suyo y el de la imagen irreal situada detrás del mágico espejo. Abrió y cerró los ojos varias veces, se pasó las manos por su cara como si se estuviese lavando sin agua. Respiró profundamente dos o tres veces y quedo quieto, en pie, mirando a la bella joven que sonreía al otro lado del cristal de espejo.

La joven tenía el cabello dorado y largo cayendo sobre sus hombros desnudos, unos profundos ojos negros y unos carnosos labios de un fresa intenso. Vestía un sedoso traje blanco que colgaba de sus hombros por unos finos  tirantes. Una leve brisa lo ceñía a su cuerpo y dibujaba con nitidez su perfecta figura.

El perplejo joven, le preguntó quien era; pero ella no esbozó sonido alguno, solo sonreía sin apartar su mirada de él. Intentó tocarla; pero sus dedos chocaron con el frío cristal. Volvió a intentarlo una y otra vez, con el mismo resultado. Se asomó al hueco entre el espejo y la pared de la que colgaba, con la esperanza de encontrar un resquicio por el que colarse; pero no había nada, solo una trasera de mueble y la pared.

¿Quién eres?,- repitió el joven-. de nuevo no obtuvo respuesta. Se sintió como aquel olmo de la ribera por la que solía pasear alguna tarde, separado de una preciosa acacia por el cauce del río. Alguna vez, en uno de sus solitarios paseos se sentó a los pies del viejo olmo a descansar e imaginó una historia de amor entre estos dos árboles, ¡que gilipollez!, pero quién no ha pensado cosas ridículas y absurdas alguna vez. Una historia de amor imposible entre dos árboles ; pues estaban apostados en diferentes orillas del río que los alimentaba a ambos. Nunca podrían estar juntos.

Se sentía como él, como el viejo olmo, al contemplar desde la otra orilla a su bella acacia. Dos árboles que en su imaginación se amaban, ocupaban un mismo espacio, una misma realidad y un mismo tiempo; pero estaban anclados a orillas diferentes de un mismo río, uno frente al otro, viéndose durante años sin poder juntarse nunca.

En este caso las realidades de ambos seres eran distintas. El joven tenía sus raíces en el mundo real, el de la codicia, la ambición, la corrupción, las sombras, las prisas, la contaminación, la envidia, el trabajo, el dinero,... Ella en el mundo surrealista de la ilusión, el color, la sonrisa, el amor, la luz... Ella y su mundo representaban lo que el deseaba que fuese el suyo, lo que realmente debería ser y no era.

Quería ir con ella, atravesar el cristal, abandonar su mundo de mierda repleto de realidades indeseadas, dejarlo todo y huir con ella a una nueva vida...

Volvió a preguntarle de nuevo quién era; pero una vez más obtuvo el silencio y una sonrisa como respuesta. 

Entre abatido y desesperado a la vez que impotente por no conseguir su propósito, se giró con idea de salir de la habitación del espejo; pero antes de dar el primer paso hacia la puerta, notó que algo rozaba su mano. Sin volverse, se detuvo notando como una delicada y blanca mano que salía del espejo cogió la suya y, tirando suavemente de él, lo guió hacia el interior del espejo. En la cara del joven se dibujó una sonrisa.


Juan Carlos Vázquez