lunes, 29 de junio de 2015

SI ALGO NECESITA ESTE PUTO Y REDONDO MUNDO ES MÁS JAZZ Y MENOS TROIKA


Una tarde de lunes sentado en el sofá de casa, frente a una televisión apagada y con el equipo de música devolviendo en el aire las canciones que llevaba dentro. hacía calor, mucho calor; pero el aparato de aire acondicionado produce un ruido espantoso que no dejaba escuchar la música; así que sacrifiqué el frescor por el sonido.

Con los pitidos del control horario se rompió el encanto de la situación. a continuación las saciantes noticias, siempre las mismas: que si la Troika, que si Obama; que si Merkel, que si los pobres griegos...por mucho que intenté recuperar la música me fue imposible, en todas emisoras el mismo y aburrido discurso,... pobres griegos.

Rebusqué en mi pequeña pero selecta discoteca hasta que di con el disco de "eternas", una recopilación de cantantes de los años 60 y 70, en su mayoría interpretes negras de voces rasgadas y únicas. Canciones que a buen seguro formaron parte de la banda sonora de una de esas películas en blanco y negro, sin efectos especiales; pero de geniales guiones. Interesantes tramas de delincuencia o de amor o de ambas cosas mezcladas en un coctel extraordinario.

El disco comenzó con un sonido de trompeta interrumpido por una voz rota que hizo parar en seco el estridente instrumento. A continuación puede percibirse el acompañamiento de un piano, seguramente de cola negro y un contrabajo. la trompeta irrumpía de vez en cuando con el sonido distorsionado por una sordina.

Es fabuloso, es jazz, esa música que en el desorden organiza el sonido y nos transporta a esa época de tugurios apestados de humo, de señores de dudosa profesión, ataviados con traje y sombrero y de acompañantes que a buen seguro no eran sus sufridas y "queridas" esposas. Abogados, traficantes, banqueros, comerciantes de "todo un poco".

Señores de gordas carteras y flameantes puros y damas de cigarrillos largos sujetos por manos enguantadas hasta un poco más arriba del codo, con trajes de satén ceñidos de color rojo o negro, sobre cuerpos cuidados y labios pintados a espátula y ojos rasgados hasta el infinito por el rímel negro.

El aire mezclado con el humo del tabaco llenaba el ambiente que apenas dejaba percibir a los personajes del escenario, que ajenos a todo interpretaban una canción tras otra. Los clientes, por su parte inmersos en sus propios mundos e indiferentes de lo que sucedía en el escenario, se repartían por parejas en las mesas de mantel blanco iluminadas de forma tenue por un candil de llama que parecía que llevaba el ritmo de la canción en cada momento.

Cada mesa es independiente de todas las demás, en cada una de ellas unas copas de licor y una historia y en cada historia una novela, una novela de amor o desamor, de encuentro o desencuentro; pero una historia al fin y al cabo. Historias de vida musicadas por una preciosa voz de nuestra invisible intérprete negra que se contorneaba suavemente alrededor del piano al tiempo que lo acariciaba suavemente con la punta de sus dedos también enguantados. El pianista, al sentirse mirado por ella le devolvía la mirada y le regalaba una leve sonrisa de complicidad. Sigue cantando preciosa que yo te acompaño.

Yo sigo sentado en el sofá de casa, frente a una televisión apagada y con el equipo de música escupiendo jazz y creando una historia en mi cabeza.

Juan Carlos Vázquez

miércoles, 24 de junio de 2015

UN JOVEN Y UN ABUELO Y UN ARLEQUÍN SENTADO SOBRE LA LUNA.


Un señor de avanzada edad, a buen seguro que los noventa ya no los volvía a cumplir, contemplaba en silencio un dibujo hecho a base de pequeños prismas de madera que se asemejaban en forma y tamaño a las piezas usadas en el popular juego del dominó.
El dibujo representaba el símbolo griego de la eternidad, una especie de espiral a base de líneas rectas y ángulos que se van cerrando al hacerse sus lados cada vez más cortos y al estar sus ángulos cada vez más juntos.
La escena llamó la atención de un joven, que sin decir nada se sentó junto al abuelo. Este último volvió la mirada hacia su nuevo observador y la devolvió de nuevo hacia su creación.
De pronto se agachó frente a la primera pieza de madera y con un leve soplido la hizo tambalearse hasta que cayó, en su caída arrastró consigo a la que la precedía y esta a su vez a la siguiente y así, sucesivamente hasta que el hermoso y recto diseño quedó totalmente destrozado, con todas las piezas derrumbadas sobre la superficie, unas sobre otras, como soldados muertos en una sangrienta batalla.
Tras contemplar el final de esta destructora escena, el abuelo se dirigió al joven y le preguntó si se había dado cuenta de lo sucedido. El joven extrañado no acertó a soltar una palabra y se limitó a asentir con un gesto de la cabeza.
Lo que acabas de ver, hijo mío, es simple y llanamente una representación de la vida,-dijo el anciano-.
Sin prisa ninguna, recogió todas las fichas del suelo y se las fue dando al joven en pequeños puñados. El joven no daba a basto para recoger todas entre sus dos manos; así que fabricó una bolsa con su camiseta para guardar las más de noventa fichas que el abuelo le entregó.
Con estas fichas, alguna más o alguna menos debes construir el dibujo de tu vida, debes ir levantando ficha a ficha, día a día, siguiendo los trazos que quieras seguir; pero sin mirar atrás, sin rectificar las fichas ya colocadas. Una pieza puesta en pie es un día que ya ha pasado; así que elige bien el dibujo que quieres representar. Tú y solo tú serás el responsable del resultado final de tu obra...y si una pieza cae y te tira a todas las demás, no te preocupes; ya que mientras te queden piezas por colocar, tendrás opción de hacer un nuevo dibujo, el cual no será ni mejor ni peor que el que se ha deshecho. Simplemente será, y eso es seguro, distinto. En fin, mientras te queden piezas que colocar sigue dibujando con ellas tus días, continúa creando tu vida, tu propia y única vida.
Un arlequín sentado en la luna contempló la escena y de sus ojos pintados en triste brotó una lágrima que mojó la última ficha que el anciano entregó al joven, ambos se miraron y elevaron su vista hacia el astro terrestre dedicándole una sonrisa al simpático clown.

Juan Carlos Vázquez

martes, 9 de junio de 2015

CUANDO LOS PÁRPADOS SE NIEGAN A CERRARSE




La noche tranquila y oscura custodiaba mi insomnio.
La cortina bailaba un suave vals al ritmo de la tenue brisa que se colaba extraña por la ventana entreabierta. Mis ojos enfermos de sueño, fijos en esa danza de las telas blancas del cortinaje, como intentando averiguar cual sería su próximo movimiento. Contemplaba ese suave baile textil con la misma obsesión que se mira el compás de la llama de una vela, intentando marcarle cada paso siguiente, intuyendo mentalmente su altura y su desplazamiento.
Los párpados pesaban; pero se negaban a cerrarse.
Permanecía inmóvil, tumbado  encima de las sábanas, sin apenas pestañear. La vista se emborronaba a veces, incluso llegaba a abandonar por instantes los focos que aclamaban su atención; pero de forma obsesiva, volvía una y otra vez a esas lacias telas bañadas por el brillo mate de la luz de la luna.
Los demás objetos del dormitorio eran apenas perceptibles por mi retina, que de pronto volvió hacia dentro, en un claro movimiento de introspección, recorriendo todas y cada una de mis vísceras, pudiendo observar mi corazón moviéndose acompasado como un diapasón, el flujo del torrente sanguíneo recorriendo mis venas y arterias, mi cerebro, repleto de fuegos artificiales en su interior, a modo de una imparable sucesión de cortocircuitos, lo que daba cuenta de su frenética y desordenada actividad.
Las hondas cerebrales comenzaron a superponer sus frecuencias hasta sumirme, ahora sí, en un profundo sueño.
Un fuerte golpe me despertó, era el camión de la basura maltratando un contenedor lleno de la mierda y desechos fruto de nuestra actividad diaria.
Había conseguido dormir algo más de una hora, toda una proeza.
Me levanté y caminé a oscuras hasta la cocina para tomar un vaso de agua, hacía calor. A continuación me fui al salón donde enchufe la televisión, aún a sabiendas que no iba a hacer ningún caso de las imágenes que proyectase. La apagué casi sin dar tiempo a que se encendiera y puse en marcha el reproductor de CD´s, donde comenzó a sonar un disco de Sade que quedó en el aparato del día anterior.
Esa música llevo mis pensamientos y a mí con ellos al lugar en el que habitas tú. Recorrí tu cara, tu pelo, tus labios, tus ojos negros, tus pómulos, tu nariz, tus cejas, tus pestañas, tu cuello, tus hombros, tus pechos, tu tierno vientre, tus brazos, tus manos, tus dedos, tus uñas, tus piernas, tus tobillos, tus pies... Aspiré el olor de tu cuerpo como si fuese el protagonista de “el perfume”, obsesionado por retener ese aroma siempre en mis pituitarias.
Pensé tu voz, tu risa, tu aliento, tus gemidos, tus silencios...
Habría podido esculpirte en el aire y hacer el amor con ese holograma mental que dibujé frente a mí.
Un sonido muy desagradable fue apoderándose del salón en calma, era el despertador que quedó sobre la mesilla…fui corriendo a apagarlo y volví a apretar los ojos en un intento desesperado por recuperarte junto a mí.
Fue inútil, los rayos de sol ya no eran plateados sino azulados y casi dañaban la vista. Ya era de día…
Hasta esta noche mi amor, te buscaré en mi desvelo.

De nuevo hago mío un escrito de mi amigo anónimo...Me he limitado a trascribirlo y colocar la ilustración.