Político intentando salir de su gran cagada limpio |
Érase una vez una gatita, de pelo
aterciopelado en tonos ocre, chocolate y café con leche, con las orejas y las patitas en
tonos oscuros que se degradaban al ir invadiendo el resto de su cuerpo. Esta
gatita, Cuca, era muy presumida, la más linda del barrio, todas las demás la
envidiaban, hasta el punto en que se convirtió en una especie de líder del
resto de sus congéneres gatunos, haciéndose con el gobierno del barrio en que
vivía.
Un día, nuestra lideresa se estaba haciendo
caquita, es decir, se estaba cagando y el apretón le sucedió en todo el centro
de la Gran Avenida de su barrio, sin lugar donde esconderse, así que se cagó.
Los demás gatos comenzaron a pasar a su lado y giraban la cabeza hacia el lugar
del que provenía la apestosa defecación gatuna. Nuestra gatita, escondía con su
cuerpo la mierda, que era suya, al tiempo que saludaba, intentando disimular su
cagada a los que pasaban por su lado.
No sabía cómo escapar de allí; así que analizó las posibilidades y pensó en una solución honrosa. Se acordó de su amigo, Lulo, el gato capado de
una rica señora del barrio. Lulo pesaba más de cinco kilos y sabría como salvar
a nuestra gata de situación tan deshonrosa; así que lo llamó por el móvil
gatuno y le pidió ayuda. Nuestro galán acudió enseguida, casi no dio tiempo a
nuestra bella dama a colgar el teléfono cuando ya lo tenía junto a ella. Tras
comentarle lo sucedido Lulo no dudó y se dispuso a ayudarle de la única forma
que se le ocurrió, que no fue otra que echar una cagada más gorda encima de la
de nuestra protagonista y risueña gatita. Al hacerlo, con su mierda enterró la
de ella y una vez finalizó le dijo que podía irse, que él se encargaba, con lo
cual ella tras agradecerle al galán su favor, con un beso en la mejilla que le
sonrojó, desapareció, moviendo el "culito" a sabiendas de que era observada. Con paso lento y altivo su imagen se fue difuminando por la avenida, orgullosa y sin girarse en
ningún momento para comprobar que era objeto de admiración..
El gato, aún emocionado por el ansiado beso, abrió los ojos y dejó de divisar
en la lejanía a la "gatita", momento en el que se dio cuenta que se estaba comiéndose el marrón de
ella y que ahora era aún más grande; pero su reputación tampoco le permitía
quedar como un guarro ante sus vecinos, así que se puso a pensar una solución.
Llamó al perro de su vecina Estrellita, también residente en la calle Génova, una anciana de 61 años, "podrida de pasta", a la que su
madre, que aún vivía le seguía llamando así, con ese diminutivo ridículo para un adulto.
El perro, Pancho era un mastín del Pirineo de más de 70 kilos de peso. Lulo llamó a Pancho, el cual enseguida se prestó a ayudarle y fue al lugar indicado por Lulo. Una vez juntos y tras haberle contado su necesidad, Pancho apartó de un cabezazo al capado gato y dejó al descubierto su mierda, la mierda que tapaba la de la linda "gatita".
Pancho no se lo pensó y sobre estas dos mierdas hizo lo suyo, enrunando por completo el problema de los anteriores. A peso, la cagada de nuestro mastín superaría, a buen seguro, los tres kilos, con lo que de las anteriores no quedaba ni rastro tras este enterramiento apestoso; pero el problema no se había solucionado, sino que cada vez era mayor y más complicado y por supuesto, más asqueroso.
El perro, Pancho era un mastín del Pirineo de más de 70 kilos de peso. Lulo llamó a Pancho, el cual enseguida se prestó a ayudarle y fue al lugar indicado por Lulo. Una vez juntos y tras haberle contado su necesidad, Pancho apartó de un cabezazo al capado gato y dejó al descubierto su mierda, la mierda que tapaba la de la linda "gatita".
Pancho no se lo pensó y sobre estas dos mierdas hizo lo suyo, enrunando por completo el problema de los anteriores. A peso, la cagada de nuestro mastín superaría, a buen seguro, los tres kilos, con lo que de las anteriores no quedaba ni rastro tras este enterramiento apestoso; pero el problema no se había solucionado, sino que cada vez era mayor y más complicado y por supuesto, más asqueroso.
La gente comenzaba a curiosear por la zona, ante la sensación olorosa tan desagradable, a corrompido, a podrido, buscando el foco de la misma, por
lo que Pancho consideró que sería imposible salir del atolladero en que se
había metido por ayudar a su amigo. Además, esta ayuda no fue del todo gratuita y Lulo tuvo que hacerle alguna que otra promesa a Pancho para un futuro próximo.
Pancho comenzaba a ponerse nervioso, no sabía
como librarse del calvario que estaba viviendo; pero se le ocurrió llamar a su
amigo Canelo, un podenco cuyo dueño trabajaba en televisión española; así que
lo llamó para pedirle ayuda. Ante la magnitud del problema, el precio de los
servicios requeridos no podía ser satisfecho por la amistad que unía a ambos,
por lo que tras acordar una cuantía, Canelo fue en ayuda de Pancho.
Pancho, rodeado de gente alarmada por el
infesto olor a mierda, a la mierda que cubría este con su cuerpo, vio venir a
lo lejos una furgoneta de la TVE,
con antenas muy llamativas y dos coches más con material y periodistas.
De uno de los coches salió su amigo Canelo
y un cámara que se situaron en el lugar, frente a su amigo y estudiaban la toma
mientras sus compañeros los técnicos ponían en marcha la grabación. Una vez
todo OK, nuestro amigo Canelo se inventó una historia acerca de Pancho, en la
cual este último quedó como un héroe, pues gracias a haberse situado sobre
semejante montón de mierda, una abuelita tuvo que esquivarlo, evitando así,
además de pisar el “desagradable pastel”, resbalarse justo en el momento en que
pasaba por allí el bus urbano rojo de dos cuerpos nº 4, evitando con ello una
tragedia de consecuencias irreversibles para nuestra abuelita.
Pancho quedó como un héroe, tras la entrevista televisiva y comió galletas
King Dog el resto de su vida, (las que más le gustaban). De Lulo y Nuestra "gatita" Cuca nadie supo nada. Y colorín colorado... este cuento no se ha acabado.
Moraleja: si la cagas, no intentes taparlo
con otra cagada más grande, hazlo con la ayuda de los medios de comunicación.
Juan Carlos Vázquez