viernes, 5 de diciembre de 2014

A COMPÁS DE LOS DUENDES



El otro día asistí, junto con mi mujer y unos amigos, a la presentación del último libro de letras para flamenco de mi buen amigo Juan Carlos Muñoz, en la Casa de Andalucía de Zaragoza. El libro se titula “A compás de los Duendes”, casi nada, un título que en sí mismo entraña misterio y arte, o mejor dicho, el arte que sale desde lo más profundo de forma misteriosa, sin nadie llamarlo. Un arte residente y enquistado en labores del campo andalúz, de los jornaleros tostados por el luminoso sol y en las tabernas serranas del sur. Un cante de la fragua y de la mina. Un arte que se define sentimiento pues no es un producto del hombre físico sino de su propia alma y que acaba engulléndolo en un proceso metamórfico,
Juan Carlos Muñoz es amigo mío desde la temprana edad de los 14 o 15 años, edad en las que hacíamos de las nuestras por esas tierras gaditanas de la ciudad de San Roque. Ciudad que tanto echo de menos desde estas tierras aragonesas y a la que intento volver cada vez que el bolsillo me lo permite. Hace meses que sabía de su visita a Zaragoza, no podía perdérmela y además, aprovecharía para darle un abrazo a Juan Carlos.
Lo primero que hice al llegar al local en el que haría su presentación, fue, como no, preguntar por él, por mi tocayo. Estaba en la biblioteca, envuelto entre cuadros de toros y del mundo flamenco, con el sonido de guitarras afinando, mejor dicho cantando. Esas guitarras en manos de Rafael Trenas y su hijo tenían vida propia, es como si las manos que las tañían perteneciesen a ellas, más que a sus propios dueños humanos escondidos tras la guitarra. Alguna botella de fino destapada redondeaba el ambiente. Nos fundimos en un abrazo y lo celebramos copa en mano al tiempo que brindamos por nuestro nuevo encuentro, esta vez en mi tierra, bueno en la tierra que me dio las primeras luces; pues al poco partí hacia Andalucía, la cual no es menos mía.
Comenzó a leer sus poesías de la vida cotidiana, sus versos fenomenológicos descriptores de una realidad diaria y palpable. Su voz se fundía con las letras de su libro y con el aroma sutil de una copita de vino fino que decoraba la mesa y que llenaba su estómago. El duende fue apoderándose de su cuerpo y tras dejar claro que el no era cantaor y pedir perdón por su atrevimiento, cantó sus versos con el acompañamiento del maestro cordobés a la guitarra. El escenario cambió, se transformó, y con él nuestro amigo que se fue creciendo poco a poco y que nos emocionó a los allí presentes.
Tras Juan Carlos La cantaora Inés Lorente hizo de las suyas y nos mojó de su arte  interpretando las letras de mi amigo y con el aire lleno de las notas de la guitarra de Rafael, el maestro.
El acto acabó con una interpretación del heredero del maestro cordobés, su hijo, que hizo sonar su sola guitarrea como sui fuesen dos, o tres, o más. Tuve que levantarme para cerciorarme que las manos de su padre sobre la guitarra no se movían y en efecto era solo la del hijo la que sonaba.
Una tarde para el recuerdo, gracias amigo.

Juan Carlos Vázquez

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