jueves, 28 de agosto de 2014

FELICES VACACIONES A TODOS LOS POBRES DEL MUNDO



A la vuelta de unas idílicas vacaciones en el sur de España, sol, fandango, “pescaitos”, rebujitos, poniente, levante, churros, azahar. Vuelta a casa, maletas llenas de la carga impregnada de todo lo mencionado mezclado con sudor y tristeza. ¡Qué diferente es el aroma de las maletas que van y de las que vuelven!.
Es hora de deshacer todo lo hecho durante la escapada veraniega, vuelta al agobio, a las prisas, al estrés, al enfado con los niños, en otras palabras vuelta a la normalidad.
Un día después de nuevo el despertador, un desagradable sonido que no sabes de dónde procede; pues lo tenías escondido en el olvido. Pulsas el botón de apagado de la radio y sigue ese desagradable timbre que te desvela, ya no te acuerdas que el sonido proviene del teléfono móvil. Cuando caes en la cuenta ya estás cabreadísimo y has aporreado la radio despertador unas cuantas veces, sin obtener el resultado deseado. Mal comienza el día. Los abuelos dicen que cuando mal te levantas mal acabas, por lo que al terminar la jornada acabas pensando para qué coño te habrás levantado de la cama y lo que has perdido por no haberlo hecho.
Todo esto en una España, esta España de la que muchos de nosotros nos borraríamos mañana mismo si fuese posible. Un país donde sus habitantes viven en la subsistencia del día a día como su mayor ilusión, un país de “mileuristas”, pobres, parados, estafadores, timadores, ladrones, defraudadores y políticos de mierda. Estos últimos agregan en su propia definición los últimos adjetivos de esta retahíla.
Un país en el que pasas de simplemente poder vivir a la más absoluta miseria, un país donde hoy eres algo, tienes una dignidad y mañana eres una mierda. Un país en el que hoy tienes algo, por poco que sea y mañana nada. Un fétido lugar en el que ni las moscas quieren habitar, por culpa del divorcio proclamado a los cuatro vientos entre la ética y la política.
Así pues, en esta porquería fangosa raro es el día en que tú, yo o aquel no nos encontramos con una carta en nuestro buzón, un mensaje en el móvil o un correo electrónico cuyo texto nos hunde en lo más profundo de la miseria psicológica.
El texto al que hago alusión reza lo siguiente:

“De: recursos humanos
Enviado el: miércoles, tal de tal de tal
Para: trabajador
Asunto: Comunicación de medidas colectivas de extinción de contratos

Buenas tardes,

Mediante la presente comunicación, y tal y como ya eres conocedor, te informamos de las dificultades económicas por las que atraviesa “X” (siendo X una empresa del ramo de la producción de energía), como consecuencia de las recientes modificaciones legislativas que afectan al sector de nuestra actividad que han supuesto un importante impacto económico en el desarrollo y funcionamiento de la empresa, obligándonos a tomar medidas colectivas de extinción de los contratos de trabajo por causas económicas, productivas y organizativas.

Adjunto te hacemos llegar comunicación dirigida a la totalidad de la plantilla de las empresas del Grupo “X” a los efectos de que por favor, se la hagas llegar a todos los trabajadores de planta, -incluyéndote  a ti-, para su firma, así como modelo de acta para nombrar al sindicato o representantes de cara a participar en el proceso de consultas, que deberéis devolvernos cuanto antes.

Agradeciendo de antemano tú colaboración.

Recibe un cordial saludo.”

De toda esta palabrería lo único que puede alegrarte es que quien te la envía, tras clavarte el cuchillo jamonero en todo el pecho te envía un cordial saludo, menos mal.
Tú, yo o aquel, tras esta misiva, cuando consigues devolver tu respiración al ritmo normalizado, vuelves a la realidad de la vida diaria, junto a tu mujer y tus hijos y le sueltas el notición. Ella, se encuentra en la cocina, nadando entre un montón de ropa sucia a la espera de que se la trague la lavadora que está enfrente, como mirándola con hambre, con su boca abierta al máximo.
Ella sigue metiendo ropa por la boca del electrodoméstico, sin hacerte caso. Tú te acercas a ella y le ayudas, como siempre en sus tareas, al tiempo que le repites lo que no ha oído o lo que no ha querido oír. Se gira hacia ti y te abraza, en silencio, solo se escucha la lavadora, que da vueltas y vueltas poniendo movimiento y sonido a unos pensamientos que tragas una y otra vez.

Juan Carlos Vázquez