Mecedora vacía de la Vieja España |
España estaba ya vieja y cansada, sentada en la mecedora
cubierta de una manta abrigada de color verde, en la que se mecía casi por inercia
bajo la curiosa mirada de su nieto. Sin interrumpir su balanceo fijó su atención
en el pequeño, que tan atento la observaba.
La vieja España le propuso contarle una historia y ante
tal proposición los ojos del niño se agrandaron a modo de asentimiento.
La abuela, como todas las abuelas hizo un repaso
idealizado de su propia biografía. Le contó los sinsabores producidos por las
vivencias desde unos tiempos pasados de incongruencia y estupidez, de unos
reyes sin conciencia, del dominio y prepotencia eclesiástica y militar, de todo
un siglo de guerras casi contínuas, de la invasión francesa, del influjo
carlista, de los tiempos tristes de la guerra y posguerra civil y de los no
menos tristes de la dictadura, hasta la esperanza de la transición a la
democracia y los tiempos actuales.
Le habló de cuanto sufrimiento fue necesario para
alcanzar la paz y la tranquilidad. Cuánta sangre se derramó y cuanta gente se
quedó en el camino luchando por los derechos laborales y sociales, por
recuperar la dignidad perdida.
Pero en este momento, cuando parecía mostrarle a su nieto
unos tiempos de ilusión con posibilidades de futuro, la cara de la abuela
comenzó a sufrir una trasformación que comenzó siendo caricaturesca y acabó
siendo cuasi macabra. Su párpado izquierdo se desprendió, como si quisiera
guiñarle un ojo; pero su boca acompañó este gesto y adoptó una mueca casi
forzada. Se quedó sin palabras, el balanceo de la mecedora se frenó en seco y
la cabeza de su vieja abuelita se desplomó sobre su hombro. El pequeño, al gritar,
- ¡abuela, abuela!- alarmó a su padre, que estaba en paro y andaba por casa en
ese momento.
España está en la UVI, sus parientes y parados hijos
están acompañándola en todo momento, esperando que salga de esta.
En una de las visitas de su hijo, su madre enferma pudo
comunicarse con él, con gran esfuerzo por su parte para expresarse y de su hijo
para comprender lo que ella le decía. Sin perder el sentido del humor, le dijo:
“tiene narices la cosa, a mi edad y perder la izquierda”. Era una mujer partida
en dos mitades, una derecha en perfectas condiciones y con la que podía hacer
lo que quisiese, ajena totalmente a la enfermedad y su lado izquierdo, que
tanto quería, dormido, muerto, sin atender en absoluto los mandatos de su
cerebro dañado. Esa izquierda que tanto la había satisfecho, por la que tanto
había luchado, con la que tanto había sufrido y a la que había dedicado su
vida, se había separado de ella. --¿tiene gracia, verdad hijo?- dijo la vieja
España.
En estos tiempos, en los que más necesitamos esta pierna
y este brazo izquierdo, los perdemos, nos quedamos sin ellos, a expensas de lo
que diga nuestro lado derecho. Y esto no podré aguantarlo, prefiero reunirme
con tu padre, que me está esperando.
Hoy día, España sigue sin recuperar su izquierda dormida
y su situación es crítica, esperemos que se recupere pronto, de otra forma los
daños serán irreversibles.
Juan Carlos Vázquez
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