jueves, 1 de mayo de 2014

DIAGNÓSTICO SOCIAL DE ESPAÑA: ICTUS

Mecedora vacía de la Vieja España
España estaba ya vieja y cansada, sentada en la mecedora cubierta de una manta abrigada de color verde, en la que se mecía casi por inercia bajo la curiosa mirada de su nieto. Sin interrumpir su balanceo fijó su atención en el pequeño, que tan atento la observaba.
La vieja España le propuso contarle una historia y ante tal proposición los ojos del niño se agrandaron a modo de asentimiento.
La abuela, como todas las abuelas hizo un repaso idealizado de su propia biografía. Le contó los sinsabores producidos por las vivencias desde unos tiempos pasados de incongruencia y estupidez, de unos reyes sin conciencia, del dominio y prepotencia eclesiástica y militar, de todo un siglo de guerras casi contínuas, de la invasión francesa, del influjo carlista, de los tiempos tristes de la guerra y posguerra civil y de los no menos tristes de la dictadura, hasta la esperanza de la transición a la democracia y los tiempos actuales.
Le habló de cuanto sufrimiento fue necesario para alcanzar la paz y la tranquilidad. Cuánta sangre se derramó y cuanta gente se quedó en el camino luchando por los derechos laborales y sociales, por recuperar la dignidad perdida.
Pero en este momento, cuando parecía mostrarle a su nieto unos tiempos de ilusión con posibilidades de futuro, la cara de la abuela comenzó a sufrir una trasformación que comenzó siendo caricaturesca y acabó siendo cuasi macabra. Su párpado izquierdo se desprendió, como si quisiera guiñarle un ojo; pero su boca acompañó este gesto y adoptó una mueca casi forzada. Se quedó sin palabras, el balanceo de la mecedora se frenó en seco y la cabeza de su vieja abuelita se desplomó sobre su hombro. El pequeño, al gritar, - ¡abuela, abuela!- alarmó a su padre, que estaba en paro y andaba por casa en ese momento.
España está en la UVI, sus parientes y parados hijos están acompañándola en todo momento, esperando que salga de esta.
En una de las visitas de su hijo, su madre enferma pudo comunicarse con él, con gran esfuerzo por su parte para expresarse y de su hijo para comprender lo que ella le decía. Sin perder el sentido del humor, le dijo: “tiene narices la cosa, a mi edad y perder la izquierda”. Era una mujer partida en dos mitades, una derecha en perfectas condiciones y con la que podía hacer lo que quisiese, ajena totalmente a la enfermedad y su lado izquierdo, que tanto quería, dormido, muerto, sin atender en absoluto los mandatos de su cerebro dañado. Esa izquierda que tanto la había satisfecho, por la que tanto había luchado, con la que tanto había sufrido y a la que había dedicado su vida, se había separado de ella. --¿tiene gracia, verdad hijo?- dijo la vieja España.
En estos tiempos, en los que más necesitamos esta pierna y este brazo izquierdo, los perdemos, nos quedamos sin ellos, a expensas de lo que diga nuestro lado derecho. Y esto no podré aguantarlo, prefiero reunirme con tu padre, que me está esperando.
Hoy día, España sigue sin recuperar su izquierda dormida y su situación es crítica, esperemos que se recupere pronto, de otra forma los daños serán irreversibles.


Juan Carlos Vázquez